La gente en Argentina celebran en las calles a pesar de su derrota ante Alemania en la Copa del Mundo de 2014. People in Argentina celebrate in the streets despite their loss to Germany at the 2014 World Cup. Photo Berenice Taboada Díaz

Gol de Mario Götze. Alemania 1, Argentina 0. A los 113 minutos de terminar la final de la Copa del Mundo, “Ufff… ganan los germanos”, pensé. Diez minutos más tarde, la derrota era definitiva. Toda una generación esperando que Argentina gane el partido, una generación entera que nunca había visto pasar de cuartos de final a su selección, decepcionada.

Decidí salir a recorrer las principales avenidas de la ciudad, esperando ver en las caras de mis compatriotas mi propia sensación de pérdida. Sin embargo, y para mi sorpresa, los rostros no reflejaban tristeza sino alegría, júbilo, honra y orgullo. Caras pintadas de celeste y blanco, niños sonrientes, banderas albicelestes por doquier, grandes grupos de jóvenes y familias enteras en las calles, saludando a los autos que tocaban efusivamente la bocina mientras se dirigían al centro a festejar o cantando el ‘Brasil decime qué se siente tener en casa a tu papá’ o el himno nacional. Increíble.

Contagiada de esta energía de victoria decidí acercarme al monumento central de Buenos Aires, el Obelisco, donde todos los porteños nos aproximamos alguna vez a celebrar alguna que otra victoria popular. De aquellos más de 900 millones de televidentes que en el mundo miraron la final del mundial, el lunes habría unos 50,000 que apagaron la televisión ni bien acabó el partido, agarraron sus bombos, cornetas, platillos, banderas y camisetas de Argentina y comenzaron a caminar hacia la Avenida 9 de Julio, una arteria porteña de unos interminables 140 metros de ancho, de las cuales —como mínimo— más de ocho cuadras estaban ocupadas por la multitud.

Música, cánticos de fútbol y fuegos artificiales adonde se mirase. A pesar de la cara baja de los jugadores y del posterior «No me interesa nada… Lo único que quería era levantar la Copa» de Messi en sus primeras declaraciones a la prensa nacional, el sentimiento local no era el mismo. La ciudad porteña se tiñó de un aire de victoria, de éxito, de triunfo.

Tras varias horas de este clima, comenzaron también a aparecer los destrozos, la violencia y entonces las sirenas, gases e hidrantes de la policía se hicieron escuchar. Minutos más tarde, 70 detenidos y 15 efectivos heridos. Roturas de veredas y de locales, saqueos a los comercios y piedrazos empañaron la jornada en la que se cerraba la Copa del Mundo.

Pese a estos episodios —algo habitual en los estadios de la liga argentina ante derrotas dolorosas— quedará en el recuerdo este equipo de Alejandro Sabella que, tras 24 años, volvió a disputar una final del mundo. Más allá del 1-0, el llanto de los jugadores y el hecho de tener que esperar hasta Rusia 2018 para tener revancha, Argentina celebra un segundo puesto que jamás olvidará. Y Alemania festeja su cuarto título del mundo. Ambos, lo tienen bien merecido.