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Entre las diez mil personas que acudieron el primero de mayo en San Francisco para participar en la manifestación nacional, anunciada como ‘Un día sin inmigrantes, había una pequeña mujer llamada Laura, parada, en silencio, junto a su familia.

Laura, mujer inmigrante, de 51 años y originaria de México, radica en los EEUU desde 1992, tiene tres hijos, vive en el Condado de Marin y trabaja limpiando casas.

Se mudó a este país junto con su esposo, quien tenía un trabajo estable en México antes de que éste escaseara. La familia había planeado vivir y trabajar aquí durante un año o dos, para luego regresarse a casa. Pero decidió quedarse y ofrecer un mejor futuro a sus hijos.

“Aquí estamos marchando con la esperanza de enviar un mensaje a la gente que tiene el poder de ayudarnos”, dijo alegremente, “y para hacerlos conscientes de nuestra existencia y nuestra situación porque nosotros también somos personas y también contribuimos a la economía”.

La marcha del 1 de mayo comenzó en la plaza Justin Herman, alrededor de las 12:30 de la tarde. Varias organizaciones y manifestantes —inmigrantes y ciudadanos— se unieron para enviar un mensaje al resto de los EEUU y al mundo.

A lo largo de la calle 24 y en otras partes del Distrito de la Misión, los negocios permanecieron cerrados. Una acción similar tuvo lugar el 16 de febrero, cuando los inmigrantes de todo el mundo y los que estaban en solidaridad, se negaron a asistir al trabajo y a la escuela. Los dueños de negocios no abrieron sus puertas, la gente no compró en las tiendas ni por internet, no acudieron a los restaurantes y ni compraron gasolina.

Después del Día Sin Inmigrantes a fines de febrero, el Club Democrático Latino de SF anunció la marcha del Primero de Mayo como una protesta pacífica para oponerse al muro de Trump, a las redadas de Inmigración y Aduanas (ICE), al veto para viajar, contra los ataques hacia las personas de color y la comunidad LGBTQ y sus derechos. La marcha estaba destinada a contrarrestar el miedo y el dolor haciendo una fuerte declaración pública en las calles.

Gente de todos colores se solidarizó, los jóvenes se solidarizaron con los ancianos, lo mismo los ciudadanos con los indocumentados. Miles de personas se reunieron para demostrar que una comunidad solidarizada puede lograr más trabajando junta, en lugar de estar unos contra otros.

Al comenzar la marcha, los danzantes aztecas quemaron incienso y bailaron al ritmo de lo que Miguel Martínez, de 62 años, miembro del grupo Xiuhcoatl Danza Azteca, llama ‘El latido de la cultura’. Martínez ha danzado desde 1985.

“Vinimos aquí para apoyar a nuestra gente”, dijo Martínez en nombre de su grupo de danza. “Es realmente hermoso estar rodeado de nuestros guerreros y guerreras, y se siente bien traer salud a la comunidad”. Comparó la tradición de la danza con las semillas: aunque la gente intente enterrarlas, la tradición seguirá creciendo y prosperando.

Martínez llegó a los EEUU desde El Salvador cuando tenía 10 años. En 1966, él y su familia se mudaron al distrito de Fillmore. Recordó cómo fue mirar hacia afuera, por la ventana, durante los disturbios en 1968, cuando Martin Luther King Jr. fue asesinado. “Tenía miedo”, dijo. “Vi gente rompiendo ventanas y provocando incendios”.

Detrás de Xiuhcoatl, otro músicos se mezclaron con el grupo local de percusión, Loco Bloco, y juntos hicieron sonar los tambores y soplaron sus grandes conchas de caracol. En medio de esos músicos, se encontraba Ahkeel Mestayer, baterista de 21 años de edad. Estudiante de la Universidad Estatal de San Francisco, llevaba una gran bandera salvadoreña atada alrededor de su cuello, quien declaró ser un orgulloso hijo de dos inmigrantes -su madre nicaragüense y su padre salvadoreño.

Mestayer refirió cómo fue crecer en los EEUU con padres inmigrantes tan complejos y hermosos: “No soy totalmente estadounidense ante los ojos de la sociedad”, dijo. “Así que creamos nuestra propia cultura e identidad”. Comparó su situación con un diagrama de Venn, afirmando que, con dos lenguas y dos culturas, se encuentra en medio, como una mezcla de ambos.

“La gente se mueve y comparte”, dijo Mestayer mientras continuaba diciendo que la migración es un hecho natural. “Así es cómo se crean las cosas. Así es como se construyeron estos edificios”. También se refirió al maltrato de los inmigrantes como deshumanizante porque la gente tiende a olvidar que los inmigrantes también tienen sentimientos. “En este país”, concluyó, “sólo somos un bello arcoiris”.

La marcha avanzó desde Embarcadero, por la calle Market, y terminó en el Centro Cívico a las 2 pm. La gente se reunió alrededor del escenario frente al Ayuntamiento donde continuaron celebrando con discursos, mariachi, comida y buena vibra.