Posiblemente habrás visto publicaciones en las redes sociales con la siguiente frase: “X país necesita un Bukele”. Podrías estar de acuerdo con ello. No pretendo hacerte cambiar de opinión con este pequeño y humilde artículo.

La popularidad del presidente salvadoreño Nayib Bukele en toda Latinoamérica nos llevó a muchas y muchos a creer que lograría la reelección. Y así fue. Lo que no tomamos en cuenta fue cómo lo haría. Incluso algún partidario suyo admitiría que la elección por sí sola puede describirse como un desastre, como dejar caer salsa y curtido sobre tu impecable camiseta blanca selecta.

La jornada electoral estuvo plagada de irregularidades y desorganización. Todo ocurrió en un contexto de lo que la oposición describió como ingeniería electoral durante el año pasado.

Comencemos con Bukele declarándose ganador la misma noche de las elecciones, lo cual no es de sorprender. Nadie pensó que tuviera posibilidades de perder, aun después de que el candidato izquierdista Manuel Flores lograra un ascenso tardío gracias a que Internet lo convirtiera en un meme.

Lo que resultó un poco inusual fue que Bukele afirmara en su discurso de victoria que él y su partido habían ganado con más del 85% de los votos. Esto ocurrió al final de la noche, cuando sólo se había reportado una parte de las ‘actas’. El porcentaje final obtenido luego de contabilizarse todas las papeletas semanas después, fue del 84 por ciento. Inquietantemente preciso, El Presi.

Al final de la noche, tanto los periodistas como las redes sociales informaron de muchas irregularidades. Era difícil entender cómo y por qué el procedimiento electoral fue tan caótico, especialmente cuando se preveía que el presidente y su partido ganarían por abrumadora mayoría.

Para ayudarme a navegar por las aguas turbias de esta elección, hablé con mi amiga Nicola Chávez, estudiante de doctorado que ha estado analizando el proceso electoral en sus redes sociales: “Lo que parece ineptitud e incompetencia preparada a tantos niveles”, me dice Nicola a través de la pantalla de mi computadora, “sólo tiene sentido si te alejas y ves que todo sucede al mismo tiempo”.

Tomemos, por ejemplo, las recientes reformas para reducir el número de municipios (de más de 260 a sólo 40) y el número de escaños en la asamblea legislativa (de 84 a 60). Estas reformas se aprobaron el año pasado. Era ilegal hacerlo antes de un año electoral y tiene sentido limitar el número de reformas electorales antes de una elección para evitar que la balanza se incline hacia un lado o hacia otro.

“Y, por supuesto, [los municipios] todos reorganizados al antojo —al gusto— de la élite política gobernante”, dice Nicola. “Dicen está bien, si ponemos a San Salvador junto a mexicanos, eso va para Nuevas Ideas, pero si lo ponemos al lado de Cuscatancingo, eso no va para nosotros”. Piense en ello como una forma de manipulación. Están manipulando las lindes para garantizar que el partido Nuevas Ideas de Bukele maximice sus probabilidades en lugares donde pueden ser más débiles. Las elecciones municipales se celebrarán en marzo.

Su partido político reclamaba 58 legisladores antes de anunciarse los resultados oficiales. En el recuento final, obtuvieron 54 de los 60 escaños posibles. El partido izquierdista FMLN, a pesar de quedar en segundo lugar para la presidencia, no obtuvo legislatura alguna. Nicola me explicó que hubo cambios en el modelo mediante el cual se asigna la representación popular. En otras palabras, utilizar literalmente una fórmula matemática para decidir la proporción de representantes en función del número de votos, algo que sorprende, en realidad conduce a resultados menos proporcionales (según el informe del Parlamento Europeo).

Compárese esto con el sistema anterior, establecido en 1991, que divide el número de legisladores por población según el censo más reciente. Este es el cociente. Entonces, el número de habitantes por departamento (o estado) que cabe dentro del cociente es el número de representantes que recibe el departamento.

Si tus ojos se ponen vidriosos, no te preocupes, casi me quedo dormido mientras lo escribía. Lo que hay que saber es que este sistema dio a los partidos pequeños más oportunidades de ocupar escaños en la asamblea legislativa, haciendo muy improbable mas no imposible, que un partido tuviera una supermayoría.

El último cambio que Nicola cubrió meticulosamente conmigo fue el del proceso de informar los resultados. Solía ocurrir que, al final de la noche, un equipo de hasta 4 personas designadas por la autoridad electoral tenía la tarea de configurar una computadora portátil y un escáner para cargar y enviar los recuentos de todas las papeletas de ese centro de votación en particular.

Si esto suena caótico, tengan paciencia porque imaginen esto: ahora, en cambio, cada mesa es responsable de configurar su tecnología para cargar y enviar los recuentos de esa urna en particular. Si lo piensas bien, esto crea una oportunidad de estropear las cosas exponencialmente porque hay varias mesas por centro de votación. Además de eso, la tecnología se presentó sin los formularios de conteo oficiales, por lo que al final de la noche, había personas que presentaban fotografías de hojas contadas a mano al azar. “Y esto parece un caos realmente intencionado”, me dice Nicola.


Al final de la jornada electoral ni siquiera se pudieron presentar los resultados preliminares de la asamblea. Dieron por terminada la jornada a las 2 am, se empacaron todas las papeletas de todo el país para pasar a un “escrutinio final” en una fecha posterior, en el Gimnasio Nacional de San Salvador. Y hay muchas más irregularidades que simplemente no queda tiempo para explorar, pero que han sido reportadas por medios de comunicación de El Salvador e internacionales.

“Digo todo esto como alguien que ha observado las tres últimas elecciones presidenciales. He visto que esto funciona bien”. Nicola no se equivoca. Solo he observado una elección, allá por 2009, y aunque no fue perfecta, funcionó.

Ahora, podríamos preguntarnos: ¿por qué el presidente más popular de Latinoamérica necesitaría manipular el proceso para garantizar que su partido tenga una supermayoría? ¿Por qué tendría que robar algo que, en teoría, ya debería haber ganado? Para ciertas personas la respuesta es obvia, para otras, sólo son quejas por parte de los perdedores.

Una cosa que debemos tener en cuenta es que estas son las primeras elecciones bajo el estado de excepción desde la Guerra Civil. También hay que considerar que técnicamente se postuló de manera inconstitucional y el máximo órgano electoral se lo permitió.

¿Y qué, podrías pensar? El pueblo lo ama y le ha dado poder absoluto.

La pregunta que me hago es: ¿y ahora qué?

Una cosa es segura: la popularidad no perdura para siempre (a menos que seas Beyoncé). Imagínense que dentro de unos años Bukele y su partido comiencen a perder favoritismo, ya sea debido a una crisis económica, por una erupción volcánica o simplemente, porque el período de luna de miel llegue a su fin. ¿Qué mecanismos democráticos tendrá el pueblo de El Salvador para elegir un camino diferente?

Para bien o para mal, Bukele es el futuro.