Editorial

Ilustración: paul Duginski

El perdón presidencial de Joseph Michele Arpaio —el racista, ex alguacil del condado de Maricopa en Arizona, quien debió haber cumplido una sentencia de seis meses por desacato a la corte— es vergonzoso, pero también lo es todo en torno a esta administración y al presidente.

Arpaio, a quien le gusta presentarse como el “alguacil más duro de los EEUU”, está cortado con la misma tijera que el presidente, un aspirante a hombre duro, obsesionado con su propia imagen en los medios de comunicación. Hijo de inmigrantes quienes llegaron “recién desembarcados” en los años 20, ha hecho una vida de trabajo arruinando las vidas personas como sus padres.

El reino de 24 años de tiranía de Arpaio sobre el área metropolitana de Phoenix, estuvo repleto de mala conducta, incompetencia y espectáculo. Algunos de ‘los puntos interesantes’ incluyen: el manejo de una cárcel que él mismo ha descrito como un “campo de concentración”; hizo un trabajo mal hecho y sin esmero de casos de crimen sexual múltiple en los cuales se involucró a niñas menores de edad, porque se gastó el dinero designado para la investigación en “cacería de brujas políticas”, una demanda de muerte imprudencial que le costó al condado $3.25 millones; y el haber enviado a uno de sus ayudantes del alguacil a Hawaii para buscar la partida de nacimiento de Barack Obama.

Pero fue su cruzada inquebrantable y racista en contra de los latinos, a quienes arrestaba y mantenía en un área separada y rodeada de alambrado eléctrico, lo que finalmente dio con Arpaio. Desafió una orden de la corte que le obligaba a suspender la detención y lanzar a primer plano a gente bajo ‘sospecha’ de ser indocumentados. Este es el crimen por el cual Trump lo perdonó.

Comúnmente, el perdón presidencial se da a las partes que han cumplido ya alguna porción de sentencia, gente arrepentida y a quienes han sufrido la pena impuesta por los tribunales debido a sus infracciones. Arpaio nunca expresó siquiera una onza de arrepentimiento por su conducta, inclusive contrató a un investigador privado (utilizando fondos públicos) para desenterrar trapos sucios del juez, el que lo acusó de desacato.

Él fue un agente del orden que creía estar por encima de la ley, y ahora ha sido perdonado por un presidente que parece creer la misma cosa de sí mismo (vale la pena notar que existe una investigación criminal en proceso en contra de Trump y que éste bien podría elegir perdonar a alguien más quien esté bajo desacato por rehusarse a testificar en su contra).

Cuando Nicola Ciro Arpaio, inmigrante de 22 años, dejó su tierra natal Lacedonia, Italia, para venir a los EEUU, navegando el Atlántico a bordo del SS Presidente Wilson en 1923, no pudo saber el legado que su hijo construiría. Y si Nicola estuviese vivo hoy, estaría avergonzado y, probablemente, igual de indignado que nosotros.