Hace pocos días fui parte de un público entusiasta y cautivo de un bello espacio escénico ubicado en el Museo de Arte Asiático de San Francisco. Fue en una tarde con sol y viento, típica del temprano otoño en esta ciudad, que los asistentes nos dimos cita para gozar de la espectacular presentación de ‘Una crisis de conciencia’, el título que su autor, John Calloway, da a lo que describe como «un trabajo multidisciplinario».

Fue una experiencia bella y conmovedora. Un bien afinado performance de mezcla cultural, cromática, músical y de vidas, enfocado en una tarea común: recordarnos que la humanidad llega a su mejor expresión cuando suceden creaciones colaborativas multiculturales, dentro y fuera del escenario.

En estos tiempos horribles y de tensión que vivimos, donde la violencia ocupa el centro de la escena, mientras que el amor y la paz parecen distantes estrellas de una lejana galaxia, necesitamos responder a esa realidad con música, con posibilidades y metas comunes, con amor. Esa tarde otoñal, John Calloway y sus colaboradores evocaron la vida del abuelo de John, John W. Calloway, iluminando la posibilidad de un mundo mejor.

Las sensaciones positivas de esa velada fueron logradas por una plétora de artistas magníficos, un grupo multicultural talentoso, una colectivo de músicos y bailarines africanos americanos y filipinos americanos. «Cada persona que está aquí fue invitada a participar de una manera cuidadosa y bien pensada», expresó Calloway al comienzo de la presentación. «Consideré sus historias comunes, su ascendencia y ¡por supuesto!, su gran talento».

El trabajo utilizó los escritos personales del ‘Lolo’ de John Calloway. «Así llamamos a los abuelos en tagalo», expresó John, su nieto. Escritos que narran la historia de un hombre creador y sensible, que tuvo que enfrentarse a un gran desafío: ser un soldado de los EEUU a quien se le exigía pelear en una guerra en que —según pronto descubrió— no deseaba pelear.

Como un joven sargento negro miembro del ejército de los EEUU, y de Los Soldados Búfalos, que participaron en la guerra filipina americana (1899-1902), John W. Calloway decidió que no podía matar a la gente que no le había causado ningún daño. Además, se enamoró de una filipina. «Mi Lola se llamaba Mamerta de la Rosa», añadió John Calloway.

Por haberse relacionado con una mujer filipina (el enemigo), el sargento Calloway se enfrentó a una Corte Marcial, pero logró desestimar los cargos en su contra. Tan pronto el juicio terminó, retornó a las Filipinas, a los brazos de su dulce Mamerta. «Mi Lolo y mi Lola estuvieron casados por más de 30 años. Desde 1901 hasta 1932. ¡Tuvieron 14 nietos y nietas!»

Una crisis de conciencia similar afligió a otros soldados negros americanos: pronto descubrieron tener mucha similitud con sus adversarios filipinos, tan oscuros de piel como ellos. La obra se titula Los Soldados Búfalos en la Guerra Filipino Americana: Una crisis de conciencia.

En Una crisis… hay detalles históricos que describen la participación de los soldados negro americanos que lucharon contra los filipinos pro independencia. Al llegar a las Filipinas, las experiencias vividas recordaron a los Soldados Búfalos la dolorosa realidad de las relaciones raciales en los EEUU.

Los EEUU, como usualmente hace en las versiones oficiales de su historia, declaró que la toma de las Filipinas era una «necesidad… para el bien de ese país». En un artículo titulado «Los soldados negros y la guerra entre Filipinas y los EEUU», Ramil Mercado escribe que «El Presidente William McKinley declaró que la anexión de las Filipinas sería “una asimilación benévola» para los filipinos. 

Mercado continúa: «La inventada inferioridad racial de los filipinos fue una justificación clave, que los EEUU usó para combatir el movimiento pro independencia. La intención real de los EEUU era tomar control de ese archipiélago estratégicamente importante».

Para muchos negros americanos que sirvieron durante 3 años de esa conveniente (para los EUU) guerra, el trato y la retórica usados contra los filipinos que luchaban por su independencia, les recordó el trato que recibían los negros en los EEUU.

De hecho, por lo menos treinta de ellos desertaron. Quince de ellos ingresaron al Movimiento Filipino Nacionalista. Es muy interesante saber que, antes de la Guerra Filipino-Americana, los regimientos de soldados negros habían tenido el menor número de deserciones del ejército.

Las acciones y las palabras de esos Soldados Búfalos (el nombre dado a los regimientos de soldados negros de los EEUU), me recuerdan lo dicho por el campeón mundial de peso pesado, Muhammad Ali, cuando se negó a ingresar al ejército: «No tengo ningún problema con los vietnamitas del norte. ¡Ningún vietcong me insultó por ser negro!»

Esa tibia tarde de San Francisco nos regaló el dulce sonido de danzones y de otras composiciones musicales, además, nos hizo gozar con sensuales bailes y excelentes y conmovedores poemas, todo en nombre de la coexistencia pacífica.

Desafortunadamente, durante la presentación, un par de veces el rugido ensordecedor de Los Demonios Azules (disculpen, me refiero a Los ángeles azules), esos aviones supersónicos cuyo ruido heredamos de una recientemente fallecida ex alcaldesa de San Francisco. Esos rugidos interrumpieron nuestros pensamientos. Esos motores malignos nos recordaron que la vida, y la muerte, continúan con sus contradictorios bailes.

El respiro bellamente concebido del performance ‘Una crisis de conciencia’ llegó a su fin. Sin embargo, esa tarde creó que se anidó en lo más hondo de nuestros corazones.

John Calloway con un retrato de sus abuelos —que fue tomado en Old Manila en Filipinas, durante la década de 1930— en la galería de Acción Latina, en el Distrito Misión, el 11 de octubre de 2023, en San Francisco, California. El abuelo de Calloway, John W. Calloway, fue un miembro del Soldado Buffalo, un regimiento de soldados del ejército estadounidense, en su mayoría afroamericanos, que se formó durante el siglo XIX. Calloway se casó con su esposa filipina, Mamerta de la Rosa. Foto: Pablo Unzueta for El Tecolote/CatchLight Local