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Peter Rodríguez —pionero y fundador del museo más importante de la Costa Oeste dedicado al arte latina y chicana y mexicana— murió el primer de julio, sólo cinco días después de soplar las velas de su décimo noveno cumpleaños.

“Todos lo amábamos”, dijo su hermana Lupe Kindel. Rodríguez celebró su último cumpleaños rodeado de amigos y familiares en Laguna Honda, en una residencia para discapacitados y ancianos en San Francisco. “Estaba muy cansado”, dijo Kindel.

Un artista de toda la vida que aprendió a dibujar desde pequeño, Rodríguez fue un artista hasta el final de su vida, dibujando y pintando desde su casa. A pesar de que su mayor logro fue la fundación del Museo Mexicano en San Francisco en 1975 —que proporcionó históricamente una plataforma para la comunidad artística chicana, latina y mexicana que era rechazada por otras instituciones de arte— las semillas del legado de los Rodríguez se arraigan a su ciudad natal, Stockton, California.

Rodríguez y su hermano gemelo Anthony nacieron en Stockton el 25 de junio de 1926, siendo sus padres Guadalupe García y Jesús Rodríguez, quienes huyeron de la revolución mexicana con sus once hijos en 1914.

Tres meses después del nacimiento de Peter, su familia se trasladó a Jackson, California, donde su padre, originario de Michoacán, extraía oro y otros metales preciosos de la Sierra.

Rodríguez tenía siete años cuando un profesor en la Escuela de Oneida, en Jackson, reconoció su talento cuando éste le mostró a su maestro un dibujo que había hecho de los Katzenjammer Kids, una tira cómica estadounidense publicada de 1912 hasta 1949.

Rodríguez fue descubriendo su talento artístico durante el apogeo de la Repatriación Mexicana, un período durante la Gran Depresión en el que el gobierno de los EEUU deportó a más de un millón de personas de origen mexicano. Los historiadores han estimado que hasta un 60 por ciento de los ‘repatriados’ eran ciudadanos estadounidenses.

En 1933, el gobierno de los EEUU ordeno la repatriación de la familia Rodríguez. Aunque el padre accedió a regresar a México, la madre se negó y la familia luchó con éxito su permanencia en los EEUU.

En 1937, la familia se trasladó de regreso en Stockton donde Peter continuó nutriendo su talento artístico. Dos años después, a los 13 años de edad, su trabajo fue seleccionado para formar parte de la Exposición de Pinturas Young America en Nueva York. Otra exposición seguiría un año más tarde en el Mundial de la Feria de San Francisco en Treasure Island.

A los 18 años, conforme la Segunda Guerra Mundial estaba llegando a su fin, Peter y su hermano gemelo trataron de dar sede alta en el servicio. Mientras que su hermano se unió con éxito la Armada, Peter fue rechazado por razones de salud.

Después de la muerte de su padre, en 1951, Rodríguez viajó a México por primera, visitando la casa de su madre, en Guadalajara, Jalisco, México. Entonces, Rodríguez se preguntó por qué, mientras asistió a la escuela, nunca tuvo conocimiento de su tierra ancestral.

“[La] primera vez que vio el arte mexicano, ese fue el punto de partida”, dijo Nora Wagner (que conoció a Rodríguez en la década de 1970), a El Tecolote en noviembre de 2015.

En 1955, Rodríguez fue cofundador de la Skylight Gallery en Stockton y tuvo la primera exposición de su obra en el Museo del Estado en Guadalajara. A lo largo de la década siguiente, Rodríguez pudo viajar extensamente por todo México, comprando y coleccionando arte mientras exhibía la suya.

Para 1969, Rodríguez se trasladó a San Francisco no sólo para continuar su carrera artística, sino también con el objetivo de establecer un Museo Mexicano.

“A los chicanos, [el mundo del arte] no los reconocían”, dijo Rodríguez en su última entrevista con El Tecolote en noviembre pasado. “Y entonces dije, ‘debemos  tener nuestro propio museo’. Fue entonces cuando empecé a trabajar en él”.

Una vez en San Francisco, Rodríguez conoció un a grupo de artistas chicanos que con el tiempo fundaron la Galería de la Raza en 1970. Rodríguez fue el que nombró así a la Galería.

Pero a pesar de sus relaciones recién establecidas, Rodríguez encontró poco apoyo a su idea del Museo Mexicano. El apoyo de la comunidad latina también falló, pues algunos consideraban esta una idea elitista. Eventualmente a Rodríguez lo respaldó la San Francisco Foundation, que le otorgó una subvención inicial de $50 mil. El museo abrió en 1975, y Rodríguez se desempeñó como su director hasta 1984.

“Para quienes somos artistas —particularmente los artistas chicanos— sobra decir que había poca o nula oportunidad hace 40 años para poder exponer en cualquier lugar”, dijo a El Tecolote la artista Amalia Mesa-Bains. “Y Peter tuvo la visión para darnos ese espacio”.

La madre de Rodríguez murió en 1988, y la enfermedad de Parkinson contribuyó a que su salud física se deteriorara. Aunque su ingenio nunca falló.

Cuando se le preguntó sobre el décimo cuarto aniversario del Museo Mexicano y de lo que pensaba de su legado, respondió: “No sabía que fuera tan bueno”.

Habrá una misa en memoria de Rodríguez prevista para el 28 de julio a las 11:30 am en la Iglesia St. Doninique en San Francisco, ubicada en el 2390 de la calle Bush.

[su_box title=»Homenaje a Peter»]Peter Rodríguez vivió en San Francisco cincuenta años. Y durante ese período vivió en tres apartamentos los cuales decoró con un inspirador sentido del gusto.
Su último apartamento ubicado en el 1667 de la calle Green, fue el que compartí con él la mayor parte, y el más apreciado. A lo largo de esos años recibí muchas llamadas telefónicas para invitarme a las funciones con él, así que tuve que estudiar su arte, su sentido de la estética y la decoración. Él fue una gran influencia. Yo fui su alumna.
La primera vez que entré en ese apartamento me sentí eufórica por tantos colores brillantes por todos lados que me atrajeron e invitaron a penetrar más para ver su magia. Todas las paredes estaban pintadas de colores brillantes. Había cortinas romanas en un rosa claro, un armario pintado en amarillo naranja que decoraba el interior pintado de verde. La pared de la chimenea era en marrón claro. Tenía un sofá de lunares de seda naranja. Su lujo, y tela tejida se sentía suave y acogedor. Yo estaba con él cuando compró ese sofá, y dormí en él cuando lo visité. Era mi lugar de refugio especial cuando llegaba el momento de apagar las luces y dormir. Sin embargo, lo mejor era su colección de almohadas con figuras bordadas o tejidas a mano —flores de lugares especiales en México. Peter era muy especial respecto a la colocación de las almohadillas y pequeños objetos de decoración. Nunca logré ubicarlas de la forma como a él le gustaban, por más que traté, pero me aceptó de igual manera. Resultó que su influencia sobre mí me enseñó a observar de cerca y ser exigente. Me enseñó a apreciar la belleza y el color en todas sus formas.
Audaz y brillante, sus espacios dejaron huellas de serenidad y tranquilidad en mi mente. Su sentido artístico creó en mí un lugar para relajarme y fusionar su increíble y profunda expresión artística, su pasión y amor por la vida.
Tenía un pectoral mexicano de 200 años de antigüedad, tallado con pequeños espejos, y una hermosa patina. Encima de ello colocó santos antiguos de la calidad de un museo de México. Todos ellos, en acabado policromado.
Cuando salió de su apartamento para ir a vivir en el Hospital Laguna Honda, me lamenté por meses de la desaparición de este precioso lugar al que también llamé casa. Me acordaré de las pinturas de sus amigos artistas en sus paredes; las ollas grandes de México encima de sus armarios y la cerámica mexicana entremezclada con sus libros, la antigua lámpara de araña colgando en la mesa de su comedor. Tenía una pasión por el arte y la cultura mexicana.
Qué alegría fue para mí estar conectada y compartir la vida de Peter, así como compartir sus amigos artistas de México. Fue a través de él que he desarrollado mi propio sentido de la estética. Él fue mi maestro e inspiración.
Peter me obsequió una gran variedad de regalos y a muchos otros también. Había tanta diversidad en su creatividad. Llevó su don a todo cuanto tocó. Me compenetré tanto y con ello tuve mucho de lo que él era, ese querido e inmensó hombre.
—Lupe Kindel
Hermanda de Peter Rodriguez[/su_box]