Esa frase, del 52 DC, fue dicha por cautivos y criminales al saludar al emperador Claudius, antes de enfrentarse entre ellos en combate mortal.

En la antigua Roma, enardecidas multitudes acudían a las peleas de gladiadores, donde  hombres se enfrentaban a otros o a animales, como tigres y leones. Las masas expresaban su opinión al final de la lid, con un gesto de pulgar arriba o pulgar abajo (o pulgar escondido). Contrario al significado actual, el pulgar arriba significaba sentencia de muerte. Una especie de orden que decía ¡véte!. Aunque el juez final era el emperador, si estaba presente, o su representante. Perdón o muerte para el gladiador.

En estos últimos días, he pensado mucho en esos gladiadores, cuando el violento juego de fútbol americano ha sido puesto bajo la lupa. Un gladiador moderno, en este caso un jugador de fútbol americano de 24 años llamado Damar Hamlin, ‘protector’ del equipo Bills de Buffalo, que sufrió un ataque al corazón durante un juego en contra de los Tigres Bengala de Cincinnati.

El ‘protector’ es el último eslabón en la cadena defensiva. Su trabajo es asegurar que los atacantes no corran o agarren el balón para anotar puntos. Los protectores son celebrados por su velocidad y por ser duros golpeadores. 

A pesar de su juventud y de su excelente condición física, ese protector de los Bills, después de asestar un golpe, cayó al piso y quedó inmóvil, agonizando en medio de un espectáculo televisivo internacional. El juego, observado por millones alrededor del mundo, tuvo una dramática interrupción. Mientras el jugador era resucitado, un apabullante silencio llenó el estadio.

Yo no estaba mirando el juego, pero un mensaje en los medios sociales me alertó de lo que pasaba. Mientras ‘navegaba’ en diversos canales televisivos, me asombró ver y oír lo que solo puedo calificar como la incapacidad (¿o falta de valentía periodística?) que algunos  comentaristas deportivos mostraban. Parecían estar destrozados y no daban ningún análisis inteligente de lo que pasaba. Con ojos llorosos y barbillas temblorosas, solo hablaban de rezos, más preparados para llorar (u orar) que para ofrecer frases que calmaran o explicaran.

¿Acaso temían que sus comentarios fueran recibidos como críticas al fútbol americano? Después de todo, se les paga para celebrar y promover una actividad que entrega más de 25 billones de dólares al año a quienes controlan la Liga Nacional de Fútbol (NFL, por sus siglas en inglés). 

12 billones provienen de los medios de comunicación, como la televisión, radio y otros.

¿Tal vez cuestionar los obvios riesgos del fútbol (sea americano o balompié) sea tomado como “falta de agradecimiento” hacia los jefes? Así las cosas, los rezos son una mejor y más sabia elección. Me recuerda esa famosa frase: “No muerdas la mano que te da de comer”.

Por todo el mundo, los jugadores de fútbol se persignan al entrar a la cancha. Llámese fútbol americano, béisbol o balompié, muchos y muchas elevan un dedo al cielo, para agradecer a quien crean que esté allá arriba, ojalá mirándolos jugar. En el básquetbol, hay comentaristas que hablan de el Gran Reboteador de los Cielos, una figura misteriosa e invisible que 

—supuestamente— mira todos los juegos. ¡Un tipo muy ocupado, ese reboteador!

Hay una fuerte conexión entre la religión y quienes participan en el negocio de los deportes. El cristianismo y la NFL son una gran pareja. ¡Todos sus equipos tienen sacerdotes en sus

nóminas de pago!

La profesión médica también tiene un gran papel  en los juegos profesionales de fútbol, con más de 30 profesionales médicos presentes en cada juego. Rezos y ambulancias. La asistencia médica es indispensable: la encefalopatía traumática crónica, causada por los golpes repetidos en la cabeza, era hasta hace poco tiempo, un resultado no tratado de la violencia deportiva.

Recientemente, la periodista del New York Times, Jenny Vrentas,  escribió este 5 de enero: “Como algo básico de la física, la combinación del tamaño y la  velocidad de los jugadores de fútbol profesional, significa que la fuerza de sus encontronazos puede compararse con lo que pasaría si un velocista de clase mundial chocara, a toda velocidad, con un muro de ladrillos”. 

No todo es violencia en esos juegos. También hay belleza, elegante energía o tremendas muestras de habilidad física e inteligencia. O puede ocurrir que alguien tenga una causa médica oculta. Hace poco, durante una versión aparentemente más segura del fútbol, llamada Flag fútbol, una joven de 16 años, Ashari Hughes, sufrió dolores en su pecho, colapsó y murió.

¿Será el miedo la razón principal por la que tantos jugadores hacen muestras de evidente religiosidad? A lo mejor agradecen a quien sea que ojalá esté allá detrás de las nubes, ojalá cuidándolos. Hay que darle gracias (o crédito) por algún logro deportivo, pero también por la protección que necesitan en el juego, por cubrir todos los ángulos, para sobrevivir y prosperar.

Bill Curry, experimentado entrenador de fútbol americano, hace poco dijo que los rezos son un recurso constante en la NFL: “Hacemos el papel de machos, pero en lo más profundo de nuestro corazón estamos siempre diciendo ‘Señor, te necesito. Por favor, párate a mi lado’”.

Los emperadores romanos, los generales de todos los ejércitos, los entrenadores y los dueños de los equipos siempre están afuera del campo de batalla. Los gladiadores y los deportistas son los que corren los riesgos físicos, con la ayuda de un dedo elevado al cielo. Por si acaso.