*Nota del Editor: Lea Loeb es una estudiante de periodismo, de la clase Medios de Comunicación Comunitarios. Impartida por el profesor Jon Funabiki, la clase es una colaboración con El Tecolote.

Aunque nunca me he considerado particularmente religioso, la Pascua siempre ha sido uno de mis momentos favoritas del año. Crecí en un hogar interreligioso celebrando fiestas cristianas y judías, por lo que mi familia fue una de las que comió latkes mientras decoraba un árbol de navidad e hizo sopa de bolas de matzá mientras decoraba huevos pascuales.

A pesar de nuestras tradiciones familiares únicas, siempre ha habido algo en la Pascua que ha resonado en mi, tal vez porque es una de las experiencias judías más importantes: es la fiesta judía más celebrada. Mientras que solo el 23 por ciento de los judíos dijo haber acudido a los servicios religiosos al menos una vez al mes, el 70 por ciento de ellos (tanto religiosos como seculares) informó asistir a un séder cada Pascua.

En pocas palabras, la Pascua (o Pesaj, en hebreo) es una fiesta de ocho días en la que los judíos conmemoran la liberación de sus antepasados, los israelitas, mediante un séder, una comida ritual en la que se consumen alimentos simbólicos en un orden específico.

“Es un día festivo donde los judíos están acostumbrados a reunirse en grandes grupos y es más fácil para las personas conectarse entre sí de esa manera”, dijo la rabino Abby Phelps, rabino educador de la Congregación Sherith Israel en San Francisco.

Pero este año, la festividad cayó durante el apogeo de COVID-19, dejando a los judíos a la deriva ante circunstancias sin precedentes entre celebrarla a la vez quel deben procurar distanciamiento social.

“Es una celebración de la libertad, y eso puede ser un desafío para saber cómo participar cuando nuestras libertades están restringidas”, dijo la rabino Phelps. “Aunque nuestras libertades no están restringidas de la manera autoritaria que lo fueron para nuestros antepasados, nos sentimos restringidos de todos modos, y es muy difícil descubrir cómo reconciliarnos con eso”.

No hubo grandes servicios de sinagoga o seders con muchos familiares; en cambio, millones de judíos recurrieron a plataformas de videoconferencia como Zoom y Hangouts de Google para reunirse virtualmente y volver a contar la historia de la Pascua según el Libro del Éxodo.

La historia narra cómo el profeta Moisés abogó ante el faraón del antiguo Egipto por la libertad de los israelitas. Cuando éste se negó a liberarlos, Dios envió diez plagas sobre la tierra: sangre, ranas, piojos, moscas, en el ganado, granizo, úlceras, langostas, tinieblas y la muerte de los primogénitos. El faraón finalmente otorgó la libertad a los israelitas, quienes huyeron rápidamente hacia el este y partieron presurosos sin dar tiempo a que la masa de su pan fermentara. Dios separó el Mar Rojo para que Moisés pudiera llevar a los israelitas a un lugar seguro, luego vagaron por el desierto hasta Tierra Santa y, en el camino, Dios les dio la ley judía: los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí, y 603 leyes más que componen la Torá. 

Es una narración profundamente arraigada en la cultura judía, que enseña valores que durante cuatro milenios se han convertido en creencias judías centrales: la necesidad de defender la igualdad, buscar la justicia y defender los derechos de los marginados. Entonces, en un momento de incertidumbre y temor, cuando era imperativo que las personas se cuidaran unas a otras, el séder tuvo que continuar.

Para los miembros de mi sinagoga, la Congregación Sherith Israel, no tener un séder nunca fue realmente una opción. El evento es una recaudación anual de fondos para dos organizaciones, Chicken Soupers y HaMotzi, que benefician a adultos y niños que necesitan alimentos.

La congregación comenzó a transmitir los servicios de Shabat el viernes por la noche y las ceremonias de Havdalah del sábado por la noche varias semanas antes, por lo que la transición de una celebración en persona a un séder virtual fue relativamente fluida. El jueves 9 de abril, 124 familias se reunieron a través de Zoom para un segundo séder nocturno dirigido por la rabino Jessica Graf, el cantor David Frommer y la rabino Abby Phelps.

Para muchos de nosotros que participamos, fue la primera vez que preparamos un séder nosotros mismos. Cumplimos con lo que estaba disponible: platos desechables de papel, hagadá en línea y sustitutos cuando no se podían encontrar ciertos alimentos. Le envié un mensaje frenético a mi madre para que me contara los secretos de su sopa de bolas de matzá, una receta que normalmente serviría a 6-8 personas, pero este año solo llenaría dos cuencos: el mío y el de mi compañero de habitación no judío. Corté manzanas y nueces para el juego de caramelos en una cocina solitaria, que bajo cualquier otra circunstancia habría estado llena de familiares y amigos, pero que en esta ocasión solo eran para mí y a mis recuerdos de pascuas anteriores.

Natalie Weizman, la directora del programa juvenil de la Congregación Sherith Israel, intentó hacer bolas de matzá por primera vez. Weizman, cuya familia es marroquí, tuvo que recurrir a séder Ashkenazi o de estilo europeo, en lugar de seguir las tradiciones marroquíes habituales: “Fue más fácil encontrar una mezcla de bolas de matzá, a pesar de que los marroquíes no las comen, en lugar de intentar comer cordero o encontrar cúrcuma”, dijo Weizman. “Hay ciertas cosas, como el charoset, que fueron más fáciles de hacer al estilo Ashkenazi, así que fue nuevo para mí”.

La rabino Phelps, que vive sola, organizó un séder la primera noche de la Pascua, pero no preparó una comida tradicional. Tenía matzá, pero decidió que, dado que dirigía las oraciones, dejaría que otros fueran los que tuvieran un plato de séder adecuado y disfrutaría la comida indirectamente a través de ellos: “Realmente me hizo darme cuenta que la Pascua es sobre la gente, no la comida. La mesa bien puesta queda en segundo plano ante leer y reír con personas que comúnmente no veo”.

Weizman sintió que el gran séder presentado por la Congregación Sherith Israel simplemente no se sentiría igual que en años anteriores, por lo que organizó pequeños seders, celebrando con su novio (con quien vive) y, virtualmente, con nueve miembros de la hermandad Lambda Chi Mu, mediante la plataforma Zoom.

A pesar del caos del coronavirus, los espíritus estuvieron altos. Los participantes se rieron y contaron chistes. La maestra de preescolar Chloé Erdan comparó alegremente el aerosol desinfectante Lysol con la sangre de cordero como protección contra la pandemia. Sarah Henighan, profesora de inglés de secundaria, bromeó diciendo que estaba a punto de hacer un sacrificio pascual para evitar la plaga final, ya que tanto su esposo como su hijo son primogénitos. Los más supersticiosos del grupo examinaron los paralelos bíblicos y expresaron lo extraño que era experimentar la Pascua durante una pandemia que se parecía tanto a las plagas enumeradas en nuestras hagadá.

Ilustración: Lea Loeb

“Refugiarse en el lugar para la Pascua se siente tan simbólico”, dijo Weizman. Otros participantes como Fallon Renard, que vive en Tel Aviv, y Hayley Yoskowitz, que vive en Nueva Orleans, expresaron su gratitud por la oportunidad de reunirse virtualmente, ya que les permitió conectarse con amigos y familiares que de otra manera no hubieran podido celebrar.

“Una de las cosas más importantes a saberse en este momento es que al cooperar con la indicación de permanecer en nuestros hogares, no solo nos protegemos a nosotros mismos sino también a los demás”, dijo Phelps. “Esa es una obra sagrada, es un acto espiritual, un acto moral. Simplemente viviendo nuestras vidas en este momento, todos estamos haciendo un trabajo sagrado, incluso en medio de toda la locura”.

Aunque esta Pascua fue diferente a los años pasados y no pudimos celebrar de la manera en que normalmente lo haríamos, la esencia de la festividad siguió siendo la misma que hace miles de años.