[su_label type=»info»]COLUMNA: EL ABOGADO DEL DIABLO [/su_label]

Carlos Barón (a la derecha) actúa del Diablo de la Misión cada año para la “Posarela”, en esta imagen, su participación fue en 2012. Photo Clarivel Fong

Trataré de explicar la razón por la cual he elegido el título “El Abogado del Diablo” para esta columna. Que la fuerza esté conmigo, o mejor aún, “Que la diosa me escuche mientras el  diablo se hace el sordo”.

Recientemente jubilado, después de haber impartido clases en la San Francisco State University por más de 30 años, hace un mes me senté sobre la última caja con libros y otras pertenencias, mientras me preparaba para llevármela a casa y cerrar la puerta de mi oficina por última vez.

Después de todos esos años de haber estado en una atmósfera universitaria, semejante a la matriz, comencé a pensar en mi futuro. Con la mente llena de sentimientos encontrados —por un lado, una nostalgia instantánea de la vida que pasé en este campus, por el otro, la emoción de volver a la comunidad ‘fuera del campus’, la cual me llamaba, prometiéndome nuevos desafíos (como el de escribir una columna para El Tecolote).

Ser maestro me concedió el privilegio de abrir las puertas de mi salón de clases a un promedio de 90 a 100 estudiantes nuevos. Un privilegio, sin duda… y una gran responsabilidad. Fue siempre emocionante conocer estudiantes nuevos y ayudarles a expandir sus horizontes. Para mí esa es la tarea principal de un maestro, o de un artista (he sido ambos): siempre empujar el horizonte. Comenzando con el mío y continuando con el horizonte de quienes estaban ahí como estudiantes o, en este caso, lectores de esta nueva columna.

En muchas de mis clases usé un método dialéctico, el cual consiste en “examinar y discutir ideas opuestas para así encontrar la verdad”. Esa es la definición del Merriam-Webster’s Learner’s Dictionary (si no sabe lo que es un diccionario, búsquelo en Google). El método dialéctico, primero introduce una tesis y después se expone una alternativa (u oposición) a dicha tesis, llamada “antítesis”. El resultado del choque producido, es una síntesis cohesiva.

Los estudiantes no siempre asimilan o entienden este método. Después de introducir la tesis (o un tema en particular) preguntaba: “¿Qué piensan de esto?”, y a menudo un silencio abrumador seguía a mi pregunta.

Aquellos silencios pueden causar gran deterioro en la mente del maestro y que los llevan a aprender a confrontarlos y hacerlos funcionar. No es fácil. Un amigo mío, fallecido, activista, poeta y colega profesor, se irritó tanto con aquellos silencios ensordecedores, que inventó un método para provocar discusión en sus clases: les hacía una pregunta a los estudiantes y si no contestaban, se sentaba en una silla al lado de ellos, levantaba la mano y procedía a contestar su propia pregunta.

Una solución desesperada, sin duda, pero… estaba llegando al final de su carrera. Comprensible, ¿verdad? ¿Qué opina? ¡No le escucho!

Ahora, llego al asunto del “Abogado del Diablo”. El Advocatus Diaboli, del Latín, se puede describir como relacionado con ese método particular que usaba mi amigo. Un abogado del diablo es una persona que defiende una causa opuesta o no popular por el bien del argumento, o para someterlo a un examen completo… o a una discusión interesante.

En el teatro, he escrito (y actuado) el papel del diablo, varias veces. Durante el proceso he descubierto  una bendita verdad: a la gente le gusta burlarse del diablo, abuchearlo, desafiarlo, (y, ojalá vencerlo) reírse de él y con él. Hasta los más famosos rockeros le escriben canciones como, “Sympathy for the Devil”.  No importa la edad o el nivel de educación, nacionalidad o género, el diablo provoca respuestas apasionadas, lo que es buenísimo para un actor, un escritor, un maestro —o un columnista.

Así que siendo sucinto, “quiero ser el abogado del diablo y provocar respuestas de los lectores, ojalá apasionados, mientras dirijo mi lápiz hacia aquellos lugares que causan dolor —o placer— mientras examino detenidamente las lastimeras promesas de los políticos petulantes”.

El abogado del diablo intenta meter el dedo en la llaga, lo que puede ser una premisa peligrosa. Muchas veces, cuando uno mete el dedo en cualquier herida con el propósito de sanar, deseando encontrar una cura, se le puede acusar de haber causado la herida.

No importa, el riesgo va implícito. Pueden llamarme defensor, polémico, sofista u opositor —mientras no me llame ángel caído aburrido.

—Traducción Hilda Ayala