El imaginario es el lugar en que habitan nuestras palabras

Aprendemos a hablar sin darnos cuenta. Ni siquiera recordamos cuál fue nuestra primera palabra pronunciada y aunque alguien llegara a recordarla, por más que nos lo diga, dicho recuerdo es casi imposible de recuperar.

Cuando menos lo notamos, estamos pronunciando palabras unidas que plantean frases con las cuales damos a conocer a los otros qué queremos o qué no queremos, para manifestarnos, con el propósito de aferrarnos al afuera, al mundo exterior.

Sin embargo, las palabras con las que nos comunicamos existen únicamente en nuestro imaginario, en ese lugar de nuestra mente donde se combinan las múltiples opciones que le damos a nuestro vocabulario, para intentar darle sentido a nuestra realidad.

Cómo nutrir el vocabulario, el origen de nuestro mundo

Tenemos un vocabulario que nutrimos a partir de lo que escuchamos en las conversaciones con los otros o gracias al cauteloso trabajo de la lectura, el cual hace que la curva de aprendizaje de nuevas palabras se incremente.

En otros términos, quien no lee se ha de conformar con el conjunto de palabras que adquiere a partir de la relación con los demás, ello permite que dicha persona vea el mundo desde un número reducido de palabras, dado que quien habla está dando a conocer sus pensamientos, al igual que está revelando el “mundo en el que vive”, porque cada quien habla de lo que piensa, teniendo presente que sólo se puede pensar en lo que permite encontrar sentido a la vida. 

Aunque no hablemos o prefiriéramos callar, las palabras están presentes en nuestro pensamiento y gracias a ello podemos comunicarnos con el mundo (el lugar donde están los otros y los objetos, elementos que nos brindan el soporte que da estabilidad y sentido a nuestra vida). 

La angustia es la materialización de la ansiedad

El COVID-19 y sus variantes, si bien ha afectado nuestras relaciones sociales a partir de la exigencia del distanciamiento social para evitar o prevenir su contagio, en términos de nuestra salud mental y el vocabulario con el que cada uno de nosotros cuenta, ha producido una ruptura en la continuidad del significado de nuestra vida.

Si bien, nuestros pensamientos nos permiten articular palabras para comunicarnos con el mundo y tratar de comprenderlo, de darle sentido a lo que vivimos y hacemos, al llegar el este virus y ponerle un ritmo diferente a nuestras vidas, por el temor real del contagio y las consecuencias de la enfermedad para nuestro organismo, más allá de las afecciones biológicas que el virus pueda causar en nuestro cuerpo, al no tener la capacidad de evitar algo que nos excede, el número de palabras con el que contamos se queda corto al darle sentido a lo que desconocemos. 

Esto hace que surja el miedo como respuesta a lo que no podemos controlar o a lo que no podemos significar.  En otras palabras, al no poder dar sentido a algo que desconocemos, aflora la angustia, el miedo real a lo que no podemos nombrar.

La angustia, el temor a algo que ‘sabemos qué es’, pero que no podemos poner en palabras, es reconocido en el común como ansiedad, la patología mental producida por la incapacidad de ponerle límite a los pensamientos que, como una borrasca, llegan a perturbar la realidad de quien la padece.

Al no poder nombrar lo que siente un individuo, su cuerpo asume dicha tensión, produciendo enfermedades que somatizan el organismo a pesar, paradójicamente, de que el cuerpo no las padezca. 

Esta manifestación somática distrae a quien la sufre, haciendo que su miedo repose en afecciones manifestadas en su cuerpo, desviando su atención del verdadero origen del problema en tanto tal, que no es otro que en el pensamiento, lugar donde no se puede auscultar o ver una enfermedad, pero que las palabras, al no poder encontrar un sentido o dar significación a lo que sucede, desbordan el imaginario, diseminándose en el cuerpo, causando enfermedades en quien sufre por temor a la imposibilidad de controlar su realidad. La COVID-19 ha producido estragos en nuestra salud mental. Ha hecho que la ansiedad sea una patología silente que está afectando al ser humano post confinamiento. 

Consejos para no sufrir

  1. Tomar conciencia de nuestras palabras permite comprender cómo pensamos, ello implica evaluar nuestro vocabulario para reconocer, por un lado, si contamos con las palabras que nos permiten afrontar miedos, o por el otro, entender si estamos pensando de modo positivo o destructivo.
  1. La ansiedad es una patología imaginaria que, a pesar de manifestarse a través de somatizaciones, su origen está en el pensamiento. Apreciar nuestro vocabulario permite entender cómo pensamos y ello brinda herramientas para cubrir los vacíos que tenemos y enfrentar los miedos causados por la imposibilidad de nombrar con palabras concretas lo desconocido.