Carlos Barón

Ahora cuando partes del mundo comienzan a sacar tentativamente las cabezas afuera de sus ventanas, con el afán de saber por dónde sopla el viento viral, sería bueno preguntar cómo, cuándo y por qué vamos a retornar al pasado reciente. Ese que llamamos normal.

Primero, una pregunta: ¿En verdad queremos volver a éso? ¿A esa normalidad?

Con el tiempo, contemplando comunes experiencias, muchos entre nos hemos llegado a la conclusión de que la recientemente interrumpida normalidad es la causa del problema. 

Volver a ella no es un retorno al Paraíso. ¿Hacer America “normal” de nuevo?

¿Acaso no habrán alternativas? 

Para empezar, creo que la Madre Tierra está permitiendo que el mundo coja un respiro.  ¿Por qué no hacerlo? De verdad lo necesitamos.

Un respiro es una excelente primera opción. Especialmente cuando los humanos hemos estado corriendo alocadamente y sin respirar hacia un abismo destructor.

Entonces, respiremos. No solo nosotros, los humanos. La Madre Tierra está creando esta posibilidad, pues ella también necesita un respiro. No una golpiza, como le pasa en tiempos normales.

Ahora, cuando miramos al cielo y vemos el azul, en vez del gris de la contaminación. 

Ahora, cuando muchos de nosotros de verdad creemos que comenzamos a entender el canto de los pájaros. O las rutinas de las ardillas. O el canto de la lagartija salamanquesa de Veracruz.

Ilustración: Alexis Terrazas

Ahora, cuando el canto de las aves se escucha claramente en la ausencia de la previa cacofonía humana, ahora que los coyotes corren libres por nuestras calles y suben a nuestros techos.

Ahora, cuando los delfines aparecen en los canales de Venecia, los pumas y los cóndores bajan de los cielos y montañas de Chile y California, visitando sus antiguos entornos.

Ahora que se nos da la oportunidad de pensar (para muchos, un lujo) y tal vez comenzamos a apreciar lo difícil que es para las maestras de escuelas el enseñar a las crías, o cúanto depende la sociedad de los trabajadores “invisibles”, aquellos que nos ayudan a  redefinir lo que es esencial, ¿acaso no podríamos rescatar esas nuevas experiencias e incorporarlas a  nuestra posible nueva normalidad?

¿Que tal si aprendemos a compartir la Tierra?

Ahí surge la posibilidad de una nueva y mejorada normalidad. En la palabra compartir. 

Además, en una palabra ya conocida, pero a veces olvidada: solidaridad. 

Compartir. Solidariamente.

La mayoría de nosotros sabia y obedientemente nos quedamos en casa, enfrentando el ataque de esta ola pandémica en una relativa comodidad.

Pero somos seres sociales. Algunos mas que otros. Necesitamos intercambiar miradas, abrazos. Ideas, movernos de aquí para allá, seguir nuestras rutinas. ¡Necesitamos salir!

Esta abrupta pausa, en la cuál soltamos las riendas y nos bajamos de nuestros respectivos corceles, puede causar duros magullones a nuestras mentes.

Sin embargo, para aquellos que podamos hacerlo, una tarea. La tarea de imaginar, definir y abrazar una nueva normalidad. He ahí la posibilidad. Mas que una posibilidad, una absoluta necesidad. Para nuestra sobrevivencia colectiva.

Hace pocos día, una ex-estudiante de la San Francisco State University, mi ahora amiga y colega de teatro Lourdes Alarcón, quién también es una activista cultural y madre de dos bellas criaturas, escribió en los medios sociales: “La normalidad no era más que la injusticia social. Trabajar, trabajar, trabajar, sin poder pagar la renta, sin seguro médico…y comer frijolitos con arroz. Esa es la normalidad Latina. Definitivamente tiene que haber un cambio y no regresar a esa normalidad.”

Cito a Lourdes, porque sus palabras resuenan en mí de una manera muy real. 

Tal vez sea mas fácil el usar la poesía en las circunstancias que hoy vivimos. La poesía, la danza, el baile, el teatro, actividades aparentemente no-esenciales en nuestra sociedad consumidora, de pronto hoy surgen como grandes aliados en nuestros deseos de solucioness positivas. Pero “frijolitos con arroz” resuena con mayor fuerza.

Puesto que las palabras compartir y solidaridad hacen una nueva aparición en los escenarios mundiales, necesitamos una advertencia: ellas serán atacadas. Resistidas en nombre de una viej normalidad, que ya no satisface nuestras necesidades colectivas.

Compartir y Solidaridad no solo han estado aquí antes. De hecho, nunca se han ido.

Sin embargo, han sido despreciadas, su importancia minimizada, sus partidarios han sido atacados, ridiculizados, quemados en hogueras, simbólicas y reales. El país del “sueño Americano” sospecha, teme y rechaza a los soñadores.

Muchos lo han dicho antes: para ver el Sueño Americano, ¡hay que estar dormidos! Hay que despertar y oler el aroma de una nueva realidad.

Los controladores de “la vieja normalidad” no cejarán. Incluso ahora, en medio de esta emergencia mundial, quieren que aceptemos morir por la economía, planean golpes militares, añaden millones de dólares a sus cofres, o incitan a sus seguidores a defender “nuestra forma de vida” y muchos trabajadores confundidos responden, armados hasta los dientes.

La ignorancia crea el miedo, el miedo crea la violencia. Una fórmula vieja y manoseada.

En una sociedad “a flor de piel”, esa fórmula trabaja muy bien.

Ahora, que tal vez divisamos, o tratamos de redefinir el significado de lo esencial, como en lo referente a trabajos esenciales, es decir enfermeras, doctores, recolectores de basura, trabajadores agrícolas, profesores parvularios, la clase trabajadora en general, también debemos promover el diálogo. Las confrontación, armada o de cualquier forma, debe ser evitada. Dentro de lo posible, la colaboración debe ser promovida. Compartir, en solidaridad. La clave es el enfatizar un propósito común y universal. La esperanza debe iluminar una meta común.

Y sin embargo, una advertencia final: mientras muchos de nosotros afilamos nuestros låpices, muchos otros están afilando sus cuchillas.