Podemos permitirnos imaginar que la COVID-19 es una tormenta. Usualmente, cuando llega una, a pesar de reconocer cuando se avecina, nunca nos permite tener presente los estragos que puede dejar a su paso. Por preparados que podamos estar, las consecuencias de su tránsito siempre serán impredecibles.

Lo particular de esta tormenta que no cesa, radica en que sus estragos, más allá de lo que las noticias nos presentan a diario en términos porcentuales de infectados y número de muertos por COVID-19 con sus diversas mutaciones, se encuentran en las calamidades que ha causado a nivel mental en la mayoría de la población global.

Si bien las cifras son importantes para un control sanitario que, por lo demás, se encarga de medir los costos de la salud y el control que tiene cada país sobre ella en su población, en lo referente al compromiso de los estados en relación con la salud mental, siempre esta medición se queda corta respecto a la realidad que vive cada ser humano.

Los síntomas mentales del COVID-19

Es constatable que el primer síntoma que se evidencia a causa de la COVID-19 en el ser humano, es el miedo.  Ya sea al contagio o a la muerte, la secuela del miedo, aunque sea leve y pase inadvertido, es la pérdida del equilibrio emocional.

Por ende, el segundo síntoma es la intranquilidad, la cual produce el efecto de alterar las emociones y poner en alerta el estado de ánimo de la persona.  

En otras palabras, surge en algunos sujetos un estado de irascibilidad que hace que las tensiones sociales, las cuales giran en nuestro medio en función del cumplimiento de horarios, el pago de bienes y servicios y la fluidez de nuestras rutinas, se incremente con el resultado de la producción de disputas leves o moderadas con las personas que cotidianamente nos relacionamos, sobre todo, con las que existe mayor confianza.

A lo sumo, y sin pretender ser determinista, la pandemia COVID-19 llegó para alterar el sentido de la gran mayoría de certezas a las que nos hemos aferrado.

El sentido de nuestras cotidianidades y los estados de seguridad que encontrábamos en los planes que nos trazamos para darle vida a nuestro equilibrio mental, se han desdibujado. Más, cuando en el orden global se plantea que todo va a cambiar después de la pandemia, a raíz de las consecuencias económicas globales que están en juego a causa de ella.

Lo positivo de una tormenta

Esta realidad que estamos atravesando, más allá de que pase pronto, que es lo que ilusoriamente pensamos que nos permitirá volver a nuestra vida de antes, para retomar nuestro rumbo a partir de las seguridades con las que contábamos en ese momento, nos impone, como consecuencia del desequilibrio emocional en el que hemos entrado, tomar aire, respirar profundamente para tomarnos el tiempo prudente que nos permita pensar en nosotros mismos.

Sí, por primera vez, si es el caso, tenemos que hacer una pausa para pensar en uno mismo, con el propósito de replantear nuestro sentido de vida a partir de una tormenta que no ha cesado y que cambiará la realidad de la humanidad, lo podamos comprender o no.

Pensar en sí mismo es el primer paso para asumir el equilibrio mental que nos ha quitado la tormenta. Ello plantea evaluar nuestro rumbo, reflexionar sobre el sentido que le damos a nuestra vida y aclarar el propósito que tiene nuestra existencia en el lugar en el que nos encontramos.

De todo lo negativo que trae una tormenta, lo bueno es que si sabemos sobreponernos a ella, la reconstrucción de los escombros nos permite edificar un nuevo lugar en el cual poder implementar elementos que antes no nos permitía poner o creíamos no era posible.

Consejos para no sufrir

  1. Esta pandemia nos acerca a nosotros mismos, así sea a través del miedo del contagio o de nuestro estado anímico. 
  1. Antes que dejarnos llevar por el desequilibrio mental que se refleja en el cambio de nuestro estado de ánimo, es prioritario pensar que ello es el síntoma que nos evidencia que tenemos que pensar en nosotros mismos.
  1. Es oportuno iniciar un camino de reflexión para replantear el sentido que le hemos dado a nuestra vida y el propósito que tenemos en nuestra existencia. Estos dos elementos nos acercan al equilibrio mental, el cual trae como efecto la seguridad que requerimos para afrontar las inestabilidades derivadas de la pandemia del COVID-19.