Carlos Barón. Ilustración: Bruno Ferreira

Asistí a la última puesta en escena de la Ópera San Francisco: “El último sueño de Frida y Diego”. Estas dos icónicas figuras políticas y artísticas mexicanas realzaron fuertemente en el siglo XX.

La continua fascinación con Frida Kahlo y Diego Rivera, especialmente en el área de la bahía de San Francisco, fue fuertemente alimentada, especialmente en los últimos cuarenta años, por artistas locales chicanos y latinos, que en su mayoría vivieron en o cerca del Distrito Misión. Algo similar a lo ocurrido con la celebración y popularización masiva del Día de Muertos. Comenzaron en la Galería de La Raza original, en la esquina de las calles 24 y Bryant. El primer Desfile del Día de Muertos despegó allí con unas cuantas docenas de juerguistas. Hoy, el desfile atrae a miles de personas.

Desde el sonido de las primeras notas orquestales (la partitura musical de Gabriela Lena Frank, nacida en Berkeley, y el guión de Nilo Cruz) las maravillosas voces del coro cantando en español dejaron en claro que esta iba a ser una velada emocionante. Lena Frank es la primera mujer en ser comisionada una ópera por la Opera de San Francisco. Ella escribió una música muy atrayente, incluso si se prestó poca atención a la música mexicana. ¿Quizás se podrían haber presentado algunos silbatos, caracolas o sonidos percusivos precolombinos? ¿Un danzón tal vez?

El escenario, un gran lienzo sobre el que se desarrollaba la acción, estaba adornado con una gran cantidad de flores de cempasúchil y colores relacionados con el Día de Muertos, acompañado de un atractivo diseño de luces. El azul y el naranja dominaron la paleta de colores.

En el primer acto de ritmo relativamente lento, nos encontramos por primera vez con Diego Rivera y Frida Kahlo en un cementerio muy poblado. Él aun por encima del suelo, ella ha estado muerta por 3 años.

Daniela Mack interpretando a Frida Kahlo en «El último sueño de Frida y Diego», de Gabriela Lena Frank y Nilo Cruz. Foto: Cory Weaver/San Francisco Oper

Cantada con fuerza por la mezzosoprano argentina Daniela Mack, Frida cobró vida. Los otros ocupantes del cementerio fueron interpretados por miembros del Coro de la Ópera, incluyendo “gente normal” con trajes evocadores de la sociedad mexicana de finales de la década de 1940 y principios de los 1950. También aparecieron algunos personajes anacrónicos, como una monja que recuerda a la poeta y monja Sor Juana Inés de la Cruz y un soldado español, quizás un guiño a la profunda huella que dejaron en México los conquistadores. En ese espacio, Frida parecía relativamente tranquila, aunque infeliz al enterarse de que Diego le había pedido que volviera a visitarlo.

Frida no es la voz principal de esta zona del inframundo. Ese papel le correspondía a “Catrina,” quien claramente está al mando. Interpretando a Catrina está la magistral soprano chilena Yaritza Véliz. Tiene una figura imponente en el escenario, vestida con un traje de calaca bastante siniestro, con unos alargamientos tentaculares que se extienden desde la parte inferior de su cuerpo, una mezcla de serpiente y humano.

Esta Catrina no es la más tradicional, creada por primera vez en 1910 por el pincel irónico y políticamente motivado de José Guadalupe Posada, quien creó una imagen icónica de una mujer mexicana pretenciosa, que despreciaba sus raíces y adoptaba las costumbres europeas.

La versión de Posada, curiosamente, fue utilizada posteriormente por Diego Rivera en 1947, en una pintura llamada “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”.

Me extiendo sobre el personaje Catrina porque siento que su representación en esta ópera, aunque es una suculenta creación bellamente interpretada por Véliz, se ve disminuida en su posible alcance dramático. Este personaje de ópera es más aterrador y burocrático. ¿Quizás una pretenciosa aspirante a mujer rica habría creado algunos choques musicales e ideológicos convincentes con Frida Kahlo? Después de todo, aunque Frida podía mezclarse fácilmente con las clases altas, era una militante comunista. Al igual que su marido, Diego. Un hecho que extrañamente se omite en la ópera.

He trabajado con el guionista Nilo Cruz, a quien admiro mucho. Por lo tanto, es un poco desconcertante que el guión minimice los aspectos trágicos y dramáticos de la vida de Frida y Diego. Aquí, Rivera aparece como un mujeriego impenitente y torpe, mientras que Frida solo como una víctima. En el primer acto, cuando se opone a volver al mundo de los vivos, aunque sea por una breve visita, encuentra poco bueno qué decir sobre Rivera, hasta que un joven disfrazado de Greta Garbo la convence de ir. En su segundo acto, sucede una reunión romántica, aparentemente poco sincera.

Yaritza Véliz como Catrina y Daniela Mack dando vida al personaje de Frida Kahlo y Alfredo Daza como Diego Rivera, como Diego Rivera en «El último sueño de Frida y Diego», de Gabriela Lena Frank y Nilo Cruz. Foto: Cory Weaver/San Francisco Opera

Si bien respeto la licencia poética y la creatividad, no retratar a Frida Kahlo como una mujer dura, de lengua afilada y políticamente activa, que se ha convertido en un ícono feminista y que también tuvo bastantes relaciones bisexuales, es un flaco favor a su complejidad.

Aplaudo a la Ópera de San Francisco por unirse al examen de la complicada relación personal Frida-Diego y su legado artístico. El hecho de que esta nueva ópera conecte sus vidas con el Día de Muertos es un acontecimiento creativo bienvenido. Es un buen comienzo.

La Sinfónica de San Francisco, vecina de la Ópera, ha producido un concierto anual muy popular conmemorativo del Día de Muertos, una celebración muy concurrida y anticipada que se ha llevado a cabo durante más de 15 años. Sería saludable si la Ópera se comprometiera con producciones más regulares de obras relacionadas con nuestra comunidad latina y, como es el caso aquí, realizadas en español.

Una vez cada cien años no es suficiente.