En la tarde excepcionalmente cálida de un viernes, Lucero Muñoz Arellano comienza a preparar su negocito para cuando llegue la noche. El arco de su nariz está cubierto de perlitas de sudor que gotean por la comisura de unos labios que esgrimen una sonrisa afable según saluda a sus primeros clientes —atraídos a la esquina de las calles 19 y Misión por el aroma de tocino que chisporrotea y cebollas asadas.

Dos anuncios de tres metros anuncian ‘hot dogs’, lo que hace que su pequeño negocio no pase desapercibido. Muy pronto, la gente que sale en la noche se encaminará hacia la intersección donde siempre está aparcado el camioncito metálico de comida de Arellano.

Con la esperanza de atraer a la gente después de que cierran los bares, la jornada laboral de Arellano es de 12 horas. Cuatro días a la semana junto a su pareja, Adán González Hernández, da de comer a la comunidad. Se apoyan el uno al otro y también son pareja.

“Soy una mujer de negocios, lo aprendí de mi madre”, dijo Arellano. “Mi marido es mi mano derecha”.

Su sonrisa cálida y carisma atrae a clientes. Poco a poco, dice, los vecinos comenzaron a reconocer y apreciarlos, y los clientes que regresaban regaron la voz sobre sus salchichas envueltas en tocino, lo cual ayudó a su negocio a sobresalir entre otros puestos de salchichas de la calle Misión.

“Los negocios de por aquí nos dicen que están contentos de que estamos aquí”, dijo Hernández. “Ya no hay mucha gente mala que ande por las esquinas porque ven que hay personas, luz y gran cantidad de transeúntes”.

Juntos, Arellano y Hernández recuerdan sus inicios con el camioncito de comida.

“Cuando había una fiesta en la Castro, nos íbamos allá a vender; si había una huelga en el Civic Center, también íbamos”, dijo Arellano, sonriendo al recordar que “dondequiera que fuese el evento, íbamos a alimentar a la gente”.

Los inicios de Arellano como vendedora ambulante hace cinco años fueron humildes. No tuvo desde un principio el camión que la protege del sol, el refrigerador donde guardar alimentos, ni los permisos que la protegen de los inspectores de la alcaldía.

“Al principio íbamos a hacer $30 a $50 por día —a menudo me asustó porque no teníamos otra cosa que el carro que mi compañero había hecho”, dijo Arellano. “Sólo teníamos un carrito con un tanque de gas pequeño y los hot dogs en la parrilla, ni siquiera teníamos un coche para movernos”.

La pareja tomó la decisión de vender salchichas al enfrentarse con la dificultad de encontrar trabajo luego de haber emigrado de México.

“Cuando empecé a buscar trabajo llamé a muchas puertas, dejé tantas aplicaciones —pero nadie llamaría”, dijo Arellano. “En las entrevistas, siempre preguntaban si hablaba inglés y si podía hacer pupusas. Mi respuesta era no”.

Después de un tiempo encontró trabajo como empleada doméstica y luego de lavaplatos en un restaurante, pero Arellano se sentía insatisfecha financiera y emocionalmente. Impulsada por un hondo deseo de ayudar a sus tres hijos en México, esta mujer de 32 años de edad comenzó a ser ambiciosa —instintivamente, sabiendo que comenzar su propio negocio era una oportunidad que no podía dejar pasar.

Lucero Muñoz Arellano y su esposo Adán González Hernández, de México, son los orgullosos dueños de un camioncito donde venden salchichas, aparcado en las calles 19 y Misión. Lucero Munoz Arellano and her husband Adan Gonzalez Hernandez, of Mexico, are the proud owners of a traveling hot dog cart seen here last Friday on the corner of 19th and Mission streets. Photo Ryan Leibrich

Después de todo, el espíritu emprendedor es algo que aprendió de pequeña.

“Cuando tenía unos pocos meses de edad, mi madre ya estaba vendiendo refrescos, tacos y tamales en las calles de Veracruz”, dijo Arellano. “Ella puso una caja de cartón junto a su carro y yo adentro de ella. Básicamente, he estado trabajando desde que nací”.

Su madre, dijo Arellano, era una mujer de negocios inteligente que le enseñó a trabajar duro.

“Siempre he expresado lo que mi madre me enseñó, ser un buen vendedor de la calle, y luchar por lo que quiero”, dijo. “Mi sueño era tener mi propio negocio. Aún hoy, sigo creciendo y aprendiendo de ella”.

A medida que Arellano recuerda su infancia, lo más difícil, dijo, era no tener un hogar para vivir. En los momentos más difíciles ella y sus dos hermanos vivieron días en un hotel y otros en las calles de Veracruz.

Conforme creció, su madre le inculcó el ánimo de estudiar y “superarse”.

“Le dije a mi madre cuidara de mis hijos para poder ir a los EEUU”, dijo Arellano. “Yo quería que fuera capaz de ir a la escuela con el dinero que le enviara”.

Su mamá, Marisela, ha terminado sus estudios y ahora es maestra de cocina en Veracruz. Arellano muestra orgullosa fotos de su madre en su teléfono celular, vestida con un uniforme de chef de pastelería junto a sus alumnos y solloza.

En los EEUU, Arellano ha seguido los pasos de su madre. Recién se graduó con un certificado de negocios de un programa de dos años y está decidida a ampliar su negocio y comprar otro camioncito para vender en la calle 24.

“Nada es un sacrificio, cuando deseas algo, y sales y lo consigues”, dijo Arellano. “Si quieres algo tienes que luchar e invertir y reinvertir la ganancia con el fin de ser capaz de crecer”.

“Es una sensación hermosa cuando te encuentras personas que te ayudan y apoyan, es algo increíble y me siento muy afortunada de haber tenido siempre eso”.

Lulú Orozco y Verónica Henao contribuyeron a la elaboración de este artículo.

—Traducción Thomas Y. Campbell