Si está familiarizado con este periódico, un proyecto nacido de la lucha por los estudios étnicos, entonces sabrá cuál es nuestra posición histórica con respecto a Palestina.

Muchas y muchos de quienes leemos y contribuimos a este artículo conocemos muy bien la experiencia de que nuestras historias, voces e historia sean borradas y suprimidas. Conocemos demasiado bien la retórica destinada a deshumanizar a las y los más vulnerables. También muchas y muchos sabemos lo que es que nos arrebaten nuestras historias.

No es fácil empezar a abordar este último capítulo sangriento y horrible que se ha desarrollado durante las últimas dos semanas. El ataque de Hamás a Israel —que incluyó el asesinato de civiles hombres, mujeres y niños, y la toma de rehenes— el 11 de octubre, fue el más sangriento para los judíos desde el Holocausto; y el implacable ataque israelí contra Gaza y no solo contra Hamás sino civiles palestinos, hombres, mujeres y niños, no tiene precedentes.

El dolor que esto ha causado (a la comunidad palestina, a la comunidad judía, a cualquiera que se mantenga firme y comprometido con la humanidad) es real. En lugar de tener tiempo y espacio para llorar, los poderes fácticos perdieron poco tiempo en capitalizar y convertir ese dolor en un arma.

Los llamados a la aniquilación palestina fueron rápidos por parte de altos funcionarios militares y del gobierno israelí, solo para ser aplaudidos por fanáticos liberales y de derecha y por los medios corporativos occidentales. Durante días, los noticieros las 24 horas decían «Israel en guerra» e «Israel contra Hamás». ¿Podemos realmente creer que los cientos de cuerpos sin vida de niñas y niños palestinos que siguen siendo sacados de los escombros de los edificios blanco de los ataques aéreos israelíes sean realmente Hamás? ¿Había alguna verdadera justificación para cortar alimentos, servicios y combustible a una población ya tambaleante de dos millones de personas, una población que ha sido subyugada a la brutal realidad de la ocupación colonial y el apartheid? ¿No fue un crimen de guerra ordenar a un millón de personas abandonar sus hogares y trasladarse al sur, sólo para seguir bombardeando indiscriminadamente hogares, escuelas, hospitales y carreteras?

Entre los muchos fracasos de los medios corporativos durante estas dos últimas semanas, uno de los más evidentes ha sido la horrible deshumanización de la comunidad palestina. Seremos los primeros en decir que el periodismo es difícil, especialmente cuando tenemos que navegar por la matanza y las minas terrestres de desinformación metafóricas siempre presentes en las redes sociales. Pero cuando se plantea repetidamente el sufrimiento de un pueblo como más aceptable que el de otros, cuando se continúa omitiendo sus realidades y perspectivas, la brutalidad desatada sobre ese pueblo se justifica.

Cualquiera que haya logrado conservar su humanidad hasta este punto estará de acuerdo en que el sufrimiento que soportan las palestinas y los palestinos (ahora y durante las últimas siete décadas) no está justificado. El número de muertos sigue aumentando, y probablemente seguirá aumentando a medida que los líderes más poderosos del mundo sigan prometiendo lealtad incondicional y ciega a Israel. Es imperdonable.

Este no es un sentimiento marginal, porque lo hemos escuchado de judíos que creen en el judaísmo más allá del sionismo, que se niegan a permitir que su dolor se manifieste en venganza contra las palestinas y los palestinos.

Que todos sigamos haciendo lo mismo, pedir una Palestina libre de ocupación, libre del apartheid y con libertad para existir.