Las vistas y los sonidos que hace cinco décadas definían al distrito Misión de San Francisco apenas son reconocibles en la actualidad. El proceso de gentrificación puede afectar a cualquier barrio vibrante y bullicioso, pero si se mira o se huele con atención, aún es posible percibir evocaciones de una época pasada. 

La panadería La Reyna de la Misión comenzó a hornear su pan dulce en 1965 en Woodlake, California. Pero para Clemente y Josephina Gutiérrez, trasladar este negocio familiar a San Francisco parecía inevitable. Se mudaron junto a su familia al Distrito Misión en San Francisco en 1971, dejando brevemente su panadería. Durante cinco años, la pareja trabajó en una panadería propiedad de un compañero de la familia —la Dominguez Bakery— ubicada en las calles 24 y Alabama. 

«Del 71 al 75 vivimos en la calle Alabama detrás de la panadería [Domínguez], luego nos mudamos a Hampshire», compartió Luis Gutiérrez, hijo de Celemente y Josephina. Finalmente, el 7 de julio de 1977, su panadería de Woodlake fue trasladada al 3114 de la calle 24, en el corazón de la Misión. Allí ha estado desde entonces. El mes pasado, La Reyna celebró su 46 aniversario, un triunfo contra la gentrificación que ha hecho que muchos negocios del corredor cierren sus puertas. En los años setenta, la calle 24 albergaba numerosas panaderías mexicanas, además de La Reyna, la de la tía de Gutiérrez, la Domínguez Bakery. 

Luis Gutiérrez, el hijo de los dueños y fundadores de La Reyna Bakery, Clemente y Josephina, todavía ayuda a administrar la panadería. Foto: Emma Pratt.

Actualmente, aquella panadería es una de las pocas que quedan en pie en el barrio, mientras que la Domínguez Bakery, una de las más antiguas de San Francisco, cerró sus puertas en 2014. 

El éxito de 46 años de La Reyna Bakery se debe en gran parte al hecho de que la familia Gutiérrez es propietaria del edificio: «Mi hermana es la propietaria, mi madre se lo dejó a mi hermana y mi cuñado trabaja aquí. Él es el panadero jefe y yo trabajo aquí con mi hermana», explica Luis. «En un día normal mi hermana abre. Estamos más relajados que mi mamá y mi papá. Eran como Gung Ho 24/7. Ella abre a las 10 de la mañana y yo cierro a las 4 de la tarde», explica. 

La propiedad familiar ayudó a mantener el negocio a flote ante la oleada de gentrificación del barrio, y tras la pandemia del COVID-19: «Siempre había comercio y siempre había movimiento en la calle. Ahora esos negocios, cuando llegó la gentrificación, desaparecieron. Los que se quedaron fueron probablemente los propietarios del edificio, porque aparte de eso, fue difícil. El alquiler, por ejemplo, de al lado, subió de $3,000 ó $4,000 mil a $ 8,000», dijo Gutiérrez. «Entonces surgieron preguntas como esa, ¿quién se puede quedar y quién no? Y los que éramos propietarios nos quedamos».

La Reyna Bakery, que abrió sus puertas en la calle 24 en 1977, celebra su aniversario número 46 ofreciendo pan dulce a la comunidad del Distrito Misión. Foto: Emma Pratt.

Permanecer en el barrio significó para esta panadería ser testigo de los cambios que se producían a su alrededor: «Ya no había niños caminando por [la calle] con uniformes de fútbol. Ya no oía los golpes de las pelotas de baloncesto en la calle», dice Gutiérrez. Pero hace poco, él notó un cambio: «Hace una semana vi a dos familias con hijos. Estaban aquí al mismo tiempo y eso no ha sucedido, que yo haya visto, en más de 30 años. Una familia con niños de la acera de enfrente viene, compra pan y se vuelve a casa», explica Gutiérrez. «Y antes de la gentrificación, así era». Gutiérrez cree que la reciente construcción de viviendas sociales en el distrito Misión ha contribuido a que los niños vuelvan al barrio. 

Y aunque La Reyna ha permanecido a través de los años, también ha cambiado. Gutiérrez y su familia hacían viajes a San Diego, donde él nació, y traían artículos para vender; desde piñatas y patas de cerdo hasta tortillas y leche. «Ese era el trabajo que hacían mi madre y mi padre», recuerda. 

Pero La Reyna no era sólo un lugar donde comprar alimentos básicos para la despensa. «Mi padre ponía aquí máquinas como Donkey Kong y Pacman. Incluso durante la locura de Fiebre del sábado noche, mi padre puso una gramola con canciones de Fiebre del sábado noche», dijo Gutiérrez.

Hoy, la panadería es más sencilla. «A mi hermana le gusta sólo el pan». Los productos estables, como el tradicional pan dulce, y los bajos costes generales han permitido que esta panadería siga funcionando. «Esa es una de las razones por las que seguimos aquí», dice Gutiérrez. «No cobramos mucho. No intentamos hacernos ricos a costa de nuestros clientes».

La Reyna Bakery, que abrió sus puertas en la calle 24 en 1977, celebra su aniversario número 46 ofreciendo pan dulce a la comunidad del Distrito Misión. Foto: Emma Pratt.

Y la pregunta de «¿por qué no cobrar más?» ya se ha planteado antes, pero esta panadería nunca ha funcionado así. «Nuestros clientes no son así. Nuestros clientes no van a pagar dinero extra, y los clientes que sí pagan dinero extra, no compran nuestro pan. Así que perderíamos a nuestros clientes», afirma. 

Al fin y al cabo, La Reyna lleva 46 años en la Misión porque los clientes siguen viniendo y el trabajo de Gutiérrez es honesto. “Creo que crecimos aquí como una familia y, literalmente, los clientes son nuestros amigos». Durante la gentrificación, tu comunidad se hizo más pequeña, así que tenías que comunicarte incluso con gente que no creías que fueran amigos. Como decía mi madre, nunca nos haremos ricos. Nunca vas a tener lo que quieres, pero vas a tener lo que necesitas». 

Una panadería familiar que trata a los clientes como amigos podría ser la verdadera receta del éxito.