Dos hombres vestidos con camisetas hooligan ultraderechas levantan su puño derecho durante una manifestación contra refugiados, junto a la Puerta de Brandenburgo en Berlín el 24 de agosto. Foto Manuel J. Orbegozo

En Berlín, si tomas la línea del metro verde oscuro, magenta o marrón, llegarás a la gloriosa Puerta de Brandeburgo.

Desde la plaza de París te podrás tomar fotos junto a ella, en donde un victorioso Napoleón Bonaparte lideró un gran desfile tras la batalla de Jena; desde allí se ve el parlamento alemán y su cúpula de vidrio.

Napoleón tenía la costumbre de dar desfiles fastuosos, una tradición que continúa vigente y que incluye una demostración de poder que predijo doce años de atrocidades: el exterminio de seis millones de judíos. Por la Puerta de Brandeburgo, entró y salió la barbarie de los nazis.

Y en estos tiempos, si vas a ese sitio los lunes a las 6 de la tarde, te encontrarás con neonazis. Verás que no todo ha cambiado.

Estos extraños personajes no son reliquias traídas de la isla de los museos, sino simpatizantes de Pegida, un grupo anti islamista y de ultraderecha que en los últimos meses ha ganado atención por sus manifestaciones en contra de refugiados sirios en territorio teutón.

Cargando banderas de la Fuerza Armada Alemana nazi, entre otra parafernalia fascista, la turba se sube a un escenario improvisado para entonar cánticos nacionalistas y dar discursos en contra de la inmigración.

Una firme barrera de policías los protege de fuertes contraprotestas diez veces mayores y armadas con carteles que dicen “Refugees are welcome here”. Aun así, los anti islamistas agreden a quienes ellos ven diferentes.

Tal es el caso de una familia de inmigrantes que fue atacada por neonazis después de la manifestación del 25 de agosto. Dos hombres, que ingresaron a un tren gritando lemas nazi, orinaron sobre una mujer y sus dos hijos, ambos menores de edad, después de lanzarles insultos racistas. Pese a que fueron apresados por la policía, los agresores estuvieron presentes en la manifestación del lunes siguiente. Nunca se localizó a las víctimas.

Este caso de humillación sobresale no solo por su vileza, sino también por su similitud con lo ocurrido en Boston el mes pasado, cuando dos hermanos orinaron sobre un mexicano indigente para después apalearlo con un tubo de metal.

Al ser interrogados por la policía, los autores de la paliza solo atinaron a decir que el hombre se lo merecía por ser hispano e indigente, que Donald Trump tenía razón al decir que “todos los ilegales deberían ser deportados”.

La frase “Donald Trump tenía razón” es alarmante. Pues si este circo no quiebra, es porque hay más público que payasos. La retórica racista y xenófoba del precandidato republicano más popular ha despertado en muchos estadounidenses una animosidad oculta contra los inmigrantes.

El tipo y la cantidad de seguidores que Trump atrae comprueba una vez más que el racismo en los EEUU continúa vigente y que no solo es sistemático, sino frontal, atrevido y popular.

Entre los partidarios de Trump están los supremacistas blancos, quienes se identifican con sus demagogias.

Al igual que los seis partidos políticos más emblemáticos del fascismo en Europa, sus homónimos estadounidenses alaban las diatribas xenófobas de Trump, aduciendo que “es el único candidato que está dispuesto a decir lo que la mayoría de americanos piensa”, según el portal web neonazi The Daily Stormer.

Durante su mitin el 21 de agosto en Mobile, Alabama, un fanático emocionado con su discurso aprovechó un momento de silencio para gritar “White Power!”. Otro propuso dar licencias para disparar a quienes cruzan la frontera desde México. Corey Lewandowski, el director de campaña de Trump, ignorando los hechos, respondió diciendo que los 30,000 asistentes recibieron bien el mensaje porque “quieren volver a estar orgullosos de ser americanos”.

¿Es acaso la intolerancia sinónimo de orgullo “americano”? No olvidemos las atrocidades cometidas por el patriotismo y la patriotería, su burda malinterpretación.

Por otro lado, mientras “The Donald” regurgita injurias con su boca roñosa, el número de latinos y latinas elegibles para votar aumenta. Pero pese a equivaler al 11.3% de votantes y ser el grupo étnico más joven del país, el pueblo latino es uno de los que menos vota, según el Pew Research Center.

Ya no basta con presentarse a la urna; ahora es imprescindible inculcar en los jóvenes una educación cívica e incentivarlos a que voten en noviembre del próximo año. Es una forma de contrarrestar esa patriotería endémica y dañina que, sin duda, retrasa al país.