[su_label type=»info»]COLUMNA: COMUNIDAD EN FOCO [/su_label]

Celia Sampayo Pérez, venezolana y terapista de reducción de daño, coordina un círculo de tambores curativos cada miércoles en la Hospitality House en el Tenderloin. Foto Armando Valdez
Elizabeth Veras Holland

En el interior de un cuarto a media luz de la Hospitality House ubicada en las calles Turk y Leavenworth en el Distrito Tenderloin, estamos cinco, sentados en un círculo, mientras Celia Sampayo Pérez prende una vela antes de encender un racimo de yerba. Es mi primera vez participando en un círculo de tambores medicinales y me veo sumergida en el relajante aroma a salvia.

Los tambores coloridos y de varios tamaños reposan frente a nosotros lo mismo que el humo espeso; antes de comenzar, manifestamos nuestra intención o motivo por el cual hemos acudido a la sesión de tambores. El cuarto permanece en silencio por un breve instante, luego, Celia comienza a tocar el tambor.

Mis manos siguen su ejemplo, y el sonido del tambor rápidamente se apodera de la habitación. La tristeza y el dolor que recientemente he experimentado en mi vida nublan la mente. Pero a medida que mi ritmo se sincroniza con el del resto del grupo, siento una repentina explosión de energía. Mi corazón late fuerte y la vibración de los otros tambores comienzan a pulsar en mi cuerpo. Cierro los ojos y me dejo llevar.

“Tocar el tambor libera la tensión”, explica Pérez, una terapista venezolana que ofrece estas sesiones grupales cada semana. “Es una forma de expresar nuestras emociones profundas y de soltarlas. Por eso me encanta hacerlo. Me ayuda también a conectarme con mis propias emociones”.

La Hospitality House recibió un subsidio de la ciudad hace cinco años para adquirir once tambores a fin de que Celia comenzara este grupo. Ella comenzó a tocar el tambor para su propia cura emocional, y su amor por ello la llevó a compartirlo con otros.

Celia es hija de inmigrantes sobrevivientes de la guerra civil española: “Vengo de una familia de clase trabajadora”, dice Celia, nacida y crecida en Venezuela.

Se interesó por el arte desde temprana edad y, en 1983, vino a los EEUU a estudiar arquitectura. “Siempre me ha gustado el arte y el diseño. Quería diseñar edificios que brindaran espacios en los cuales las comunidades se pudieran reunir: jardines comunitarios, salones de clase, clínicas”.

Para conseguir dinero extra mientras estudiaba, comenzó a trabajar en varios programas que ofrecían tratamientos residenciales en San Francisco.

“Me di cuenta que también me gustaba participar activamente en la comunidad. Hice las dos cosas por un tiempo, pero sabía que eventualmente iba a tener que abandonar algona”.

Fue un evento de esos que cambian la vida el que la llevó a tomar la decisión.

“Pasé por algo en mi vida que me hizo cuestionarlo todo”, dice. “Y me di cuenta que me sentía más protegida participando en el área del servicio social. Sentí que podía ser más auténtica”.

Celia pasó de trabajar ocasionalmente, a una posición de tiempo completo en los programas de tratamientos residenciales para los hoteles llamados SRO (Single Room Occupancy), cuartos en hoteles donde solo una persona ocupa el cuarto, y clínicas para personas con VIH; pero se sintió obligada a trabajar específicamente en el área de terapia para reducir los efectos de daños. Esta terapia es una alternativa relativamente nueva y sirve de opción a los tratamientos tradicionales sobre el abuso de sustancias nocivas.

“Nos podemos reunir con los clientes donde sea que estén”, comenta. “Ofrecemos un espacio donde no serán juzgados, donde puedan ser ellos mismos y podamos hacer un plan de recuperación que puedan manejar y con el cual se sientan seguros.

Pienso en mi experiencia que tuve con la terapia de reducción de daños y cómo me ayudó en diferentes áreas de mi vida.

Celia provee la terapia de reducción de daños a aquellas personas que no tengan cita en la Hospitality House del Tenderloin Self-Help Center, como también en su círculo de tambores los miércoles, el cual está abierto al público. Los servicios son gratuitos y confidenciales, y Celia es una de las pocas terapistas de habla hispana en Tenderloin.

“Siendo latina, tengo gran conciencia de las experiencias por las que pasan las minorías”, dice Celia. “Los latinos tienden a responder mejor a la terapia de reducción de daños, tomando en cuenta el estigma al que se enfrentan cuando buscan algún tipo de ayuda sobre temas de salud mental o drogas”.

Celia no solo ofrece sus servicios a la comunidad de habla hispana. Ella recurre a temas culturales como punto de partida con sus clientes, sabiendo que la relación que existe con la cultura puede reforzar la identidad.

Conforme escribo esto, siento el dolor en las manos por  los tambores, pero mi corazón está más ligero. Me siento iluminada con la presencia de Celia. Ella parece vibrar, es apasionada, abierta y acogedora. Hablar con ella me hace sentir más tranquila y veo claramente el impacto que ella tiene en la comunidad.

-—Traducción Hilda Ayala