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La mejor manera de iniciar esta columna es con una historia: El 2 de julio de 2012, Enrique Peña Nieto y el PRI, ganaban la elección presidencial en México. Esa noche, como parte del movimiento estudiantil #YoSoy132, convocamos a la gente a ver los resultados al Zócalo de Puebla.  De camino pasamos por la puerta de la sede estatal del PRI que estaba cerrada, pero podía escucharse una fiesta al interior. Sólo la gente élite del partido había venido a celebrar. En contraste, el pasado domingo 1 de Julio de 2018, la victoria de AMLO fue ovacionada y celebrada en todos los zócalos y plazas públicas de México. Y debo confesar que yo no lloré, sólo se me había metido un PRI en los ojos y con el resultado de la elección se me salió.

Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la Revolución Accesible, promovida por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), logró ganar en su tercer intento presidencial, y no sólo ganar, arrollar con una brutal mayoría del 53% de los votos. Los mexicanos eligieron por primera vez en al menos 60 años un gobierno de Izquierda —eso si no contamos los fraudes electorales de 1988 y del 2006— y decidieron confiar en la figura de un líder carismático que sus detractores consideran populista y mesiánico.

Y es de reconocerse, Andrés Manuel, como todo un gran líder de izquierda, tiene un culto a la personalidad, que además se vio combinado con la desesperación de un país con más de 200 mil muertos, miles de desplazados y desaparecidos. Con una clase política completamente apartada de la realidad del país, ese mismo con el hombre más rico del mundo y 53.4 millones de pobres. Esto logró que la coalición del ahora presidente electo pudiera arrasar en todos los estados, la Ciudad de México y sobre todo la Cámara de Diputados y de Senadores, donde gozará de una mayoría.

Con una plataforma concreta propuso acabar con la corrupción, terminar con la guerra contra el narco, ofreciendo amnistía a las personas que por necesidad se han visto envueltas con el crimen organizado, retirando privilegios a funcionarios y ex-presidentes, salud y educación para todos.

Es importante resaltar que en su primer discurso habló del desarrollo de las distintas regiones del país en donde el fenómeno de la migración destruye a las comunidades, y reconoció que la falta de oportunidades y la inseguridad han obligado a mucha gente a irse de su lugar de origen: “El que desee emigrar, que lo haga por gusto, no por necesidad”, dijo ante un Zócalo repleto de ciudadanos que vinieron a celebrar con él.

De modo personal me pareció muy inspirador su invitación al diálogo y a la reconciliación, pero sobretodo a la colaboración de los ciudadanos con el gobierno: “Un gobierno del pueblo, y para el pueblo”. Y algo aún más trascendente fue el reconocimiento de su responsabilidad histórica y su trascendencia cuando dijo: “No les voy a fallar… porque mi única ambición legítima es pasar a la historia como un gran presidente de México”.

Y aquí quiero hacer un par de precisiones, mucha gente —especialmente los medios conservadores— comparan a López Obrador con Hugo Chávez o Fidel Castro, pero esta es una persona que ha tenido una gran influencia en el México desde hace más de 12 años, cuando perdió una elección muy dudosa por .58%, menos de un punto porcentual, ante un candidato apoyado por el gran capital estadounidense. Sin embargo, en vez de llamar a un movimiento armado o a una revolución violenta, decidió comenzar un movimiento de base, construir desde abajo y enfocarse en consolidar alianzas que el día de hoy muestran frutos, esto es lo que yo llamo una revolución accesible, con respeto a las instituciones, algo tibia que pone por encima de todo la paz social.

Por otro lado, estoy convencido que la gran mayoría de los mexicanos no votó por ‘el Mesías’, el pasado domingo la gente salió convencida de una sola cosa, EL CAMBIO.  Y este deseo ferviente en los corazones de los mexicanos pudo más que el poder económico de los empresarios mexicanos y extranjeros, más que la influencia política de los EEUU y más que la estructura electoral del PRI, un partido que había vivido de fraudes electorales durante 92 años. El Pueblo ha hablado y con una voz contundente dijo: YA NO MÁS.

A partir de diciembre muchos de los activistas y organizadores comunitarios en México se van a encontrar del otro lado de la oposición por primera vez en la vida, esto me hace reflexionar en nuestro rol para liderar el cambio que todos queremos ver en México. Debemos entender que necesitamos de todos para construir, buscando los consensos posibles, y educando y liderando con el ejemplo cuando sea necesario, por eso nuestra primera responsabilidad es la de cuestionar nuestra pedagogía y deshacernos de cualquier superioridad moral.

Para todos los que no votaron por AMLO, espero que sepan que no somos enemigos, somos un país que va a seguir caminando, ahora en una dirección distinta y que ese “cambio que está en uno” es más fácil cuando lo hacemos juntos.

En este vendaval de noticias tristes y amenazas en contra de la integridad de nuestras familias y nuestra dignidad personal, una victoria de este tamaño tiene la capacidad de regresarnos la esperanza, al menos en el papel. Pero en palabras del Chicharito: “¡Imaginemos cosas chingonas!”, imaginemos y ahora es el momento para trabajar en conseguirlas. ¡Qué Viva México!