Desde las costas de Grecia hasta la frontera sur de los EEUU, pasando por Turquía, el norte de África y el continente americano, el flujo de personas que huyen de la guerra, la violencia, la pobreza y el hambre aumenta año tras año. Y, según los expertos, las políticas gubernamentales están impulsando esta creciente catástrofe humanitaria, incluso cuando el cambio climático amenaza con elevar el número de migrantes a nuevas dimensiones.

“La gente busca refugio”, afirma Susan Fratzke, analista de políticas del Programa Internacional del Instituto de Política Migratoria, quien señala que los flujos migratorios de la última década no sólo han aumentado, sino que se han globalizado: “La gente no sólo se traslada a un país al otro lado de la frontera,  incluso a uno o dos países más allá. La gente está buscando refugio en todo el mundo”.

Tan sólo el año pasado, Europa recibió casi un millón de solicitudes de asilo —desde países tan distantes como Siria y Afganistán hasta Colombia y Venezuela—, además de los 4 millones de ucranianos que se han reasentado en el bloque desde la invasión rusa de hace un año.

Turquía alberga entre 4 y 6 millones de migrantes y refugiados, además de ser un importante corredor de tránsito para quienes buscan pasar a Europa, mientras que en Latinoamérica unos 7 millones de venezolanos se han extendido por el continente, muchos de ellos asentados en Colombia y Perú.

Debido a políticas de inmigración y asilo prohibitivas y obsoletas, millones se ven obligados a viajar de forma ilegal por rutas peligrosas a través de países, en busca de una vida mejor, comenta Fratzke, quien intervino la semana pasada en una mesa redonda sobre el nexo entre el cambio climático y los flujos migratorios mundiales, y que afirma que las cifras crecientes desmienten la realidad de que para muchos que buscan huir de las condiciones en su país, las opciones para hacerlo legalmente son escasas y distantes entre sí.

“Hay una falta de vías legales para que las personas se desplacen por todo el mundo”, señaló, explicando que la mayoría de los países desarrollados imponen restricciones laborales y familiares a los posibles migrantes que favorecen a los trabajadores calificados y a las familias nucleares, dejando a los más vulnerables en manos de los caprichos de contrabandistas y la delincuencia organizada.

Y ese marco político, señala, está contribuyendo a las escenas de caos presenciadas, por ejemplo, a lo largo de la frontera sur de los EEUU o en Grecia, donde la semana pasada se descubrió que las autoridades estaban abandonando a migrantes en el mar, en violación de la legislación internacional sobre derechos humanos.

El cambio climático exacerba la crisis migratoria

Según la Organización Meteorológica Mundial, los próximos cinco años serán probablemente los más calurosos de la historia, ya que la aparición del fenómeno de El Niño amenaza con más lluvias torrenciales, olas de calor más prolongadas y peligrosas, y periodos más intensos de sequía e incendios forestales. “Esto tendrá repercusiones de gran alcance para la salud, la seguridad alimentaria, la gestión del agua y el medio ambiente”, advirtió Petteri Taalas, secretario general de esa organización. “Tenemos que estar preparados”, advirtió.

Por su parte, Amali Tower es fundadora y directora ejecutiva de Climate Refugees una organización no lucrativa de refugiados climáticos comentó: “No cabe la menor duda de que el cambio climático está provocando desplazamientos en todo el mundo”. Ella señaló que cada año 23 millones de personas se ven desplazadas por fenómenos climáticos y meteorológicos. Y aunque muchas de estas personas siguen desplazadas internamente en sus países de origen, entre el 80% y el 90% de los refugiados transfronterizos de todo el mundo proceden de países considerados más vulnerables al cambio climático.

A pesar de ello, el refugiado climático sigue sin ser una categoría jurídica reconocida por el derecho internacional. Según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, sólo pueden solicitar asilo los perseguidos por motivos de raza, religión, pertenencia a determinado grupo (por ejemplo, orientación sexual) u opiniones políticas.

Tower señala que muchos solicitantes de asilo transfronterizos suelen ser reacios a citar el clima como motivo de sus solicitudes, una realidad que, según ella, la llevó a fundar su organización. “Fueron los propios refugiados quienes me revelaron hasta qué punto el cambio climático y la degradación del medio ambiente eran un factor importante”, afirmó y a la vez explicó que actualmente quienes huyen de las crisis climáticas no pueden solicitar asilo en los EEUU y detalló la legislación estadounidense propuesta y los cambios en la política de la ONU, que podrían ampliar las normas de asilo para incluir a los refugiados climáticos.

Construyendo una fortaleza climática.

Andrew Rosenberg, profesor adjunto de Ciencias Políticas en la Universidad de Florida y autor de Inmigrantes indeseables: ¿Por qué persiste el racismo en la migración internacional?, afirma que la respuesta de Occidente hasta la fecha ha sido crear lo que él denomina una “fortaleza climática”.

Citando el racismo histórico y el legado del colonialismo, Rosenberg explica que es probable que la creciente apatía contra los inmigrantes en gran parte de Occidente crezca conforme aumente el número de inmigrantes, proporcionando forraje a “políticos emprendedores” deseosos de subirse a una ola de resentimiento populista para llegar al poder prometiendo endurecer aún más las fronteras. “Dadas las condiciones de prejuicio, desigualdad y resentimiento en el Norte Global”, especuló, “creo que es poco probable que Occidente tenga la voluntad política de ayudar”.

En cambio, según Tower, muchos están invirtiendo en reforzar sus fronteras, gastando hasta el doble en mejoras fronterizas que en inversiones en financiación climática que, de otro modo, podrían ayudar a los países en desarrollo a capear más eficazmente los daños causados por el cambio climático: “Se podría decir que la seguridad fronteriza es su política climática”, afirmó.

Esto deja gran parte de la carga en hombros de los países más pobres, que hoy en día acogen aproximadamente al 80% de los más de 100 millones de personas desplazadas en todo el mundo, incluso mientras luchan contra los crecientes impactos del cambio climático, que algunos han estimado que han costado más de 6 mil billones de dólares a la economía mundial. Una vez más, la mayor parte ha recaído en los países de bajos ingresos, que son los que menos han contribuido al calentamiento global.

Invirtiendo en la capacidad de resistencia o adaptabilidad

Hossein Ayazi, analista político del Programa de Justicia Global del Othering & Belonging Institute de la Universidad de California en Berkeley, comparte las respuestas a una encuesta sobre cómo puede crearse resiliencia climática y comunitaria en África y otras naciones anteriormente colonizadas

Para este analista político, esta confluencia de fuerzas entrelazadas —lo que muchos han dado en llamar policrisis— conduce a varias preguntas importantes, la principal de ellas: ¿cómo están desarrollando los países del Sur Global su capacidad de resistencia o adaptabilidad a la crisis climática?

A principios de este año, Ayazi y sus colegas publicaron los resultados de una encuesta sobre la forma en que las organizaciones medioambientales y agrícolas de África están abordando esta cuestión. Muchas apuntaron a la aparición de economías localizadas construidas en torno a sistemas alimentarios sostenibles y a un distanciamiento de la dependencia de la extracción de recursos —incluidos los combustibles fósiles—, que normalmente ha enriquecido a los países más ricos a costa de los ecosistemas locales y el clima mundial.

“Esto significa transformar de raíz las condiciones que crean el desplazamiento forzado”, afirmó y señaló que el apoyo a tales esfuerzos por parte de los países más ricos es “fundamental para abordar tanto la crisis climática como para mitigar la migración inducida por el clima”.