Hayato Ozawa, abuelo del autor, en su tarjeta de registro extranjero. Cortesía: Koji Lau-Ozawa

Para fines de octubre, el presidente Trump declaró su intención de terminar con la ciudadanía por derecho de nacimiento en el país, por medio de una orden ejecutiva. Aunque desconsiderada y probablemente ilegal, no es la primera vez que ha sido propuesta tal idea. La ciudadanía estadounidense, es decir, quién llega a ser un estadounidense y quién no, tiene una historia larga y polémica, a menudo sujeta a los sentimientos y prejuicios imperantes en el momento. Ha fluctuado a lo largo del tiempo, se ha reinterpretado y redefinido con cada generación.

La ciudadanía en los EEUU ha sido con frecuencia bastante excluyente; es decir, a menudo se ha perfilado en contra de quiénes no pueden ser ciudadanos. La Constitución delega el derecho al Congreso a establecer reglas de naturalización, una tarea que se asumió por primera vez con la Ley de Naturalización de 1790 la cual redujo la ciudadanía solo a “personas blancas libres”, un concepto que se confirmaría más de 60 años después con la decisión de ‘Dred Scott’. Así, en este país, el concepto de ciudadanía ha estado íntimamente ligado desde el principio a la blancura.

Esto cambiaría drásticamente, aun con la aprobación de la Enmienda 14 a la Constitución en 1868.

Después de la aprobación de la Enmienda 13 que liberó a los esclavos al final de la Guerra Civil, la nación  tenía que decidir cómo incorporar a los anteriormente esclavizados. La catorceava enmienda fue su solución, anuló ‘Dred Scott’ y declaró que “Todas las personas nacidas o naturalizadas en los EEUU y sujetas a su jurisdicción son ciudadanos de los EEUU y del estado en el que residen”. El derecho a la ciudadanía se amplió. Junto con los blancos, los nativos africanos que habían sido esclavizados y todos aquellos nacidos en el país, incluso los esclavos de ascendencia africana, ahora estaban incluidos como ciudadanos. El principio de jus soli, o “derecho del suelo”, estaba firme en su lugar.

Sin embargo, por cada avance en la marcha hacia la igualdad, hay un retroceso inevitable. A mediados del siglo XIX se produjeron nuevas afluencias de inmigrantes de Europa y de Asia, especialmente de China. Conforme el país se expandía hacia el oeste, colonizando las tierras de muchas naciones indígenas y cometiendo algunos de sus actos más notorios de genocidio, se necesitaba una nueva mano de obra para suplantar la pérdida de los esclavos. Los trabajadores migrantes de China cumplieron este papel, colocando las vías del ferrocarril, despejando montañas y talando bosques. Con la llegada de inmigrantes chinos a los EEUU, surgieron nuevos desafíos al concepto de ciudadanía por nacimiento.

Wong Kim Ark nació en este país en la década de 1870. Sus padres regresaron a China, y los visitaba de vez en cuando. En 1895, a su regreso a California, fue bloqueado por un agente aduanal, acusado de no ser ciudadano. Él impugnó esta acusación ante el tribunal con su caso ante la Corte Suprema (EEUU vs. Wong Kim Ark). En 1898, un fallo 6-2 del tribunal confirmó los derechos de Wong a la ciudadanía en el momento del nacimiento, estableciendo el precedente para la ciudadanía por nacimiento en el país durante los próximos 130 años.

A pesar de esta victoria legal, establecer la ciudadanía por derecho de nacimiento cuando uno de los padres provenía de otra parte no era un hecho en absoluto. Los parámetros de naturalización permanecieron firmemente arraigados dentro de los sistemas de raza y patriarcado. La Ley de Exclusión de China de 1882 impidió casi toda la inmigración de aquel país. La Ley de Cuotas de Inmigración de 1924 cerró la puerta a la mayoría de los inmigrantes asiáticos. El mismo año en que todos los nativos americanos fueron decretados ciudadanos por primera vez. Hasta la década de 1930, las mujeres de cualquier herencia racial, que se casaban con no ciudadanos, podían perder su propia ciudadanía en virtud de la Ley de Expatriación de 1907. Los inmigrantes asiáticos, no protegidos por la expansión de los derechos de ciudadanía de la Enmienda 14, seguirían siendo en gran parte “no elegibles para la ciudadanía” hasta la década de 1940.

Mientras tanto, numerosas leyes y regulaciones discriminatorias restringieron la capacidad de los no ciudadanos de vivir y trabajar en los EEUU. Las leyes de tierras exóticas impidieron a los inmigrantes en su mayoría japoneses comprar tierras en la mayoría de los estados. Las agencias de permisos dificultaron a los pescadores no ciudadanos obtener acceso a medios de subsistencia.

Cuando las poblaciones no blancas intentaron eludir estas restricciones, inevitablemente se encontraron con hostilidad y resistencia. Los legisladores de California intentaron restringir a los hijos de inmigrantes no ciudadanos de poseer tierras. En 1942, grupos nativistas como los Hijos Nativos del Oeste Dorado intentaron impedir que los ciudadanos estadounidenses de origen japonés pudieran votar. Y, por supuesto, durante la Segunda Guerra Mundial, todos los de ascendencia japonesa, independientemente de su ciudadanía, fueron encarcelados de uno a cuatro años en las llanuras, pantanos y desiertos del país.

El concepto de ciudadanía por nacimiento ha sido defendido durante los últimos 130 años, y aunque ha resistido estos ataques, de ninguna manera es seguro. Para muchos en la actualidad, me incluyo, la noción de jus soli es la razón por la que podemos ejercer nuestros propios derechos de ciudadanía. Descendientes de aquellos a quienes se les negó la naturalización debido a su raza o quienes permanecieron en el país a pesar de las leyes discriminatorias que los habrían visto deportados. Sin la ciudadanía por nacimiento, nuestras madres, padres y abuelos habrían nacido extranjeros en su propio país.

William Faulkner escribió una vez que “el pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”. Mirando hacia atrás desde 2018, podemos ver que la retórica del presidente y de quienes apoyan sus políticas no es una aberración, sino parte de un patrón recurrente. Es fácil olvidar cuán reciente es esta historia y hasta qué punto mantiene a la nación en sus garras. La igualdad debe ser combatida cada año, cada día, cada hora. Nunca es suficiente asumir que las mareas de la discriminación han retrocedido, una vez más se lavan en nuestras costas amenazando con arrastrarnos.