Cuando Dina Bseiso vio las fotos de los bebés palestinos prematuros que luchaban por su vida en el hospital Al-Shifa, al norte de Gaza, no pudo evitar pensar en ella misma. Y en su gemela: «Todos los niños merecen una familia cálida y cariñosa», dijo a la multitud de profesionales de la salud y miembros de la comunidad que se habían reunido frente al edificio 90 del Hospital General de San Francisco el 20 de noviembre, Día Mundial del Niño y la Niña.
«Yo nací. Pero mi gemela nació muerta. Cuando pienso en embarazos de alto riesgo, pienso en las 50 mil palestinas embarazadas que se espera den a luz este mes en Gaza, donde la infraestructura sanitaria ha quedado inutilizada… Pienso en la carga que soportan no sólo las mujeres, sino también los hombres. Cuando los veo llorar por la pérdida de sus hijos, oigo los lamentos de mis propios padres. Los veo en toda su humanidad y amor, en un mundo que se ha esforzado por despojarlos de su humanidad básica para pintarlos como monstruos peligrosos, sin sentimientos».
Bseiso fue una de las muchas personas de la localidad que acudieron a la concentración en el Hospital General de San Francisco, que fue una de las múltiples que se celebraron en toda el área de la bahía en un día en el que trabajadores del sector salud y miembros de la comunidad se unieron para pedir no sólo el cese al fuego y a los bombardeos israelíes contra hospitales de Gaza, sino también el fin de la ocupación israelí.
«Actualmente tengo familia en Gaza. Jóvenes, ancianos, madres, abuelos», dijo Bseiso. «Llevamos seis semanas de genocidio y las familias están separadas, heridas, sufriendo. Para muchas familias, generaciones han sido borradas del registro civil debido a estas matanzas. Para los palestinos, el genocidio en curso nos une sin importar en qué parte del mundo estemos».
Al cierre de esta edición, más de 15,093 palestinos habían muerto en Gaza desde el 7 de octubre, día en que militantes de Hamás atacaron y mataron a 1,200 israelíes, cifra que Israel revisó tras decir inicialmente que habían muerto 1,400 personas. Y aunque Israel y Hamás acordaron un alto el fuego de cuatro días el 22 de noviembre, éste se produjo tras seis semanas de genocidio ante los ojos de todo el mundo. Y mientras la cobertura de los principales medios de comunicación ha estado dominada por relatos sobre los rehenes israelíes, no se ha dado la misma cobertura a los presos palestinos, algunos de los cuales llevan años secuestrados en cárceles israelíes y sin el debido proceso.
Los continuos ataques aéreos y agresiones israelíes han matado a más de 200 profesionales médicos y a más de 6,150 niños y niñas, y herido a 36 mil palestinos y palestinas en Gaza.
«Rechazo enérgicamente la retórica de las mujeres y los niños que se utiliza cuando se lamentan vidas inocentes, cuando los hombres también lo merecen», afirmó Bseiso. Entre las impactantes estadísticas y las horribles imágenes que los periodistas han estado compartiendo desde el terreno en Gaza, 825 familias palestinas han sido eliminadas del registro civil.
«No sé si pueden comprender lo que esto significa, lo que es una familia en Palestina», dijo a la multitud el 20 de noviembre Nida Bajwa, residente de tercer año de medicina familiar en la UCSF. «Cuántas generaciones incluye, a cuántas personas hay que coger para borrarlas por completo».
La concentración en el Hospital General fue la segunda que tuvo lugar en noviembre, la primera ocurrió el 3 de noviembre, cuando los trabajadores del sector salud organizaron una marcha en apoyo del alto el fuego en Gaza y el fin del bloqueo médico.
Nora Franco, bibliotecaria de Investigación Clínica en dicho hospital y organizadora de DPH Must Divest —una coalición de miembros de la comunidad, trabajadores del sector salud y trabajadores sociales que luchan por que la gente tenga atención médica en lugar de ser criminalizado— ayudó a organizar ambas concentraciones.
«El Área de la Bahía tiene una larga historia de activismo en favor de los derechos de salud», afirmó Franco. «El edificio ante el que estamos ahora mismo, el Ward 86 forma parte».
Como bien señala Franco, el Hospital General de San Francisco estableció el modelo de atención al SIDA en la ciudad, a principios de los ochenta y lo hizo tratando a las personas con atención médica, pero también centrándose en su humanidad frente al estigma y la discriminación. La situación, según Franco, es paralela a lo que estamos viendo en Palestina, donde los trabajadores del sector salud y los pacientes son directamente atacados y despreciados como seres humanos.
Muchos de los asistentes a las concentraciones han pedido que tanto el Hospital General de San Francisco como los dirigentes de la UC se opongan al genocidio, incluso eso ha resultado polémico. La Universidad de California condenó rápidamente el ataque del 7 de octubre, publicando una declaración dos días después —del presidente de la Junta de Regentes, Richard Leib, y del presidente de la UC, el médico Michael V. Drake— en la que se leía: «Lo que debería haber sido un tranquilo fin de semana de descanso se convirtió en días de terror y conmoción indescriptibles. La violencia es repugnante e incomprensible, y en este momento seguimos sin conocer la suerte de los rehenes. Este acto merece y requiere nuestra condena».
La declaración, sin embargo, no mencionaba específicamente la violencia contra Palestina o sus ciudadanos. El 16 de octubre, el Consejo de Profesores de Estudios Étnicos de la UC respondió a la UC con una carta, en la que se leía: «El contexto es crucial. En el extremo receptor del militarismo sionista durante más tiempo que la existencia del Estado israelí, la población palestina en los territorios ocupados ha sido sometida a un estrangulamiento diario por aire, tierra y mar. La suya es una experiencia cotidiana de terror».
En la manifestación del 20 de noviembre, los organizadores compartieron una carta abierta al canciller de la UCSF, Sam Hawgood, al vicecanciller Won Ha y al presidente de la UC, Drake. La misiva respondía a los correos electrónicos enviados a todo el campus por el Canciller Hawgood el 10 de noviembre y el Vicerrector Ha, el 13 de noviembre.
En el correo electrónico de Hawgood, advertía de que «la libertad de expresión no es absoluta, y las violaciones de la política o la ley tendrán consecuencias», y escribía que «nuestros profesores deben seguir proporcionando un entorno de apoyo y acogida a todos los estudiantes y evitar utilizar el tiempo de clase para un adoctrinamiento político inadecuado». Por su parte, el correo electrónico de Ha, se refirió a las personas que expresan sus puntos de vista en las redes sociales, escribiendo: «Por favor, revisen estos recursos para guiar sus propias actividades en las redes sociales, incluidas las que realice en cualquier capacidad oficial de la UCSF y aquellas en las que participe a través de sus cuentas personales».
En respuesta a esos correos electrónicos, la carta abierta afirmaba: «Debemos permitir que los espacios académicos apoyen el discurso político y el activismo sin que sea etiquetado de forma inexacta como discurso del odio. Podemos criticar las políticas de apartheid y la violencia del Estado israelí sin que eso sea antisemitismo. Debemos ser capaces de apoyar los derechos humanos esenciales del pueblo palestino sin que se interprete inmediatamente como un apoyo a Hamás».
Jess Ghannam, profesor de Psiquiatría en la UCSF, habló en la manifestación del 3 de noviembre: «Estamos ante un genocidio, y la gente tiene miedo de hablar. Eso nos dice que las estructuras de poder en nuestra sociedad, en nuestra cultura aquí en los EEUU, son tales que a algunas personas se les permite hablar contra la injusticia, y a otras no. En ningún otro momento de la historia moderna se ha atacado a médicos, enfermeras, hospitales y clínicas como está ocurriendo ahora en Palestina y Gaza, lo que constituye un crimen de guerra según la Convención de Ginebra. El hecho de que el ejército israelí haya decidido atacar hospitales y personal del sector salud significa que nosotros, como profesionales de la salud, tenemos que levantarnos y decir ‘No’. Porque ser médico y prestar asistencia sanitaria es un trabajo muy sagrado. Incluso en la guerra y en situaciones horribles, siempre hemos estado protegidos».
Para Ghannam, palestino y padre de gemelos, la violencia es demasiado para permanecer en silencio: «Diría que es uno de los momentos más intensos de toda mi vida. Cada vez que veo muerto a un niño palestino que han sacado de entre los escombros, siento que es mi bebé. Llevo a cuestas el dolor de miles de palestinos asesinados, heridos y desposeídos en Gaza en estos momentos. Pero eso ya se suma a los 75 años que Palestina lleva ocupada y bajo la bota del apartheid y la ocupación israelíes. Y generaciones de mi familia y de mi comunidad han muerto a causa de esa ocupación. Y el peso de ese dolor también está conmigo. Así que para mí es como un doble dolor, que es bastante intenso. Pero luego vengo a eventos como este y veo que la gente está despertando, que la gente está empezando a ver la interseccionalidad entre lo que está pasando en Palestina con la comunidad latina y lo que está pasando en la frontera. Porque es la misma lucha. O lo que está pasando en la comunidad negra o en la comunidad API, y es la misma lucha por la dignidad, por la libertad, por la autodeterminación contra el racismo, y la capacidad de vivir con dignidad en la tierra. Eso es lo que quieren los palestinos. Eso es lo que quieren los latinos, y eso es lo que quiere todo el mundo. Así que el hecho de que se establezcan esas conexiones por primera vez, me da cierta esperanza».
Una de esas personas que también ha hecho esas relaciones fue Elizabeth Milos Rieloff, intérprete médica en el Centro Médico UCSF y miembro activa del sindicato UPTE-CWA 9119 Local 7, que habló en la manifestación del 3 de noviembre.
«Hablo aquí no como representante de mi sindicato, sino como persona y también como chilena», dijo Milos Rieloff a El Tecolote. «Muy poca gente lo sabe, pero Israel apoyó con armas al gobierno de Pinochet, así como Israel apoyó con armas al gobierno de Ríos Montt durante la masacre de los indígenas mayas en los años 80, también apoyó al gobierno del apartheid de Sudáfrica».
Franco, una tejana queer cuyas raíces ancestrales se remontan a la década de 1800, también compartió su opinión sobre la importancia de que la gente no palestina muestre su solidaridad: «Se remonta al colonialismo. Venimos de esa lucha. Nuestros antepasados sufrieron esa opresión, y siento que tenemos el deber y la responsabilidad de mostrarnos solidarios con todos los países y comunidades que sufren la misma violencia».