En un giro caótico pero necesario, el presidente Joe Biden abandonó la carrera presidencial este domingo, otorgando su apoyo a la vicepresidenta Kamala Harris para encabezar la contienda presidencial. Harris, a quien Biden encargó específicamente abordar las “causas profundas” de la migración, ejemplifica la incapacidad fundamental de la política nacional para hacer frente a dicha crisis.

La estrategia de las “causas profundas”, destinada a frenar la migración mejorando las condiciones en tres países centroamericanos, dio lugar a algunos de los momentos políticos más desafortunados de Harris como vicepresidenta. Durante su primer viaje a Guatemala en junio de 2021, ella lanzó una declaración infame: a “la gente de esta región que está pensando en hacer ese peligroso viaje a la frontera entre los EEUU y México: No vengan. No vengan”.

Poco después, la vicepresidenta participó en una embarazosa entrevista con Lester Holt, de NBC News, durante la cual se le preguntó la razón por la cual no había visitado aún la frontera sur de este país, a lo que respondió: “En algún momento iremos a la frontera. Hemos estado en la frontera. Así que todo este asunto de la frontera. Hemos estado en la frontera. Hemos estado en la frontera”. Holt replicó: “No ha estado en la frontera”. Harris replicó entonces: “No he estado en Europa. Y quiero decir que no, entiendo lo que quiere decir. No descarto la importancia de la frontera”.

Estos primeros pasos en falso como vicepresidenta tuvieron repercusiones profundas en su reputación, ensombreciendo su rol mientras el número de migrantes llegando a dicha frontera se ha disparado en los tres años posteriores. Esta oleada migratoria no sólo procedía de los países del Triángulo Norte de Centroamérica —El Salvador, Guatemala y Honduras—, sino también de todo el hemisferio, en particular de Venezuela, Nicaragua y Colombia.

En respuesta al creciente número de inmigrantes, la actual administración firmó el 4 de junio una orden ejecutiva que detiene la solicitud de asilo para quienes se encuentran en la frontera entre los EEUU y México. Los críticos sostienen que esta decisión sólo provocará más caos. También representa una antigua tradición demócrata en momentos de incertidumbre política: golpear a la izquierda y moverse a la derecha.

Poco después de la orden ejecutiva, el 18 de junio, la administración Biden-Harris anunció una ampliación del Programa de Parole in Place (permiso de permanencia temporal en el país). 

El 18 de junio, la administración anunció una importante ampliación del Programa Libertad Condicional en el Lugar” (PIP, por sus siglas en inglés), dando a casi medio millón de inmigrantes indocumentados casados con ciudadanos estadounidenses la posibilidad de permanecer en el país y trabajar legalmente. Aunque se trata de un paso positivo, es una gota proverbial en el balde de agua cuando se trata de aliviar la deshumanización del sistema de inmigración estadounidense. 

También pone de relieve el enfoque demócrata de la inmigración: solo califica quien es considerado digno de ingresar. 

¿Cambiaría eso una presidencia a cargo de Harris? Aunque es difícil separar sus acciones en materia migratoria respecto de la actual administración, un breve vistazo a su historia como fiscal del distrito de San Francisco entre 2004 y 2011 no da muchas esperanzas. A mediados de su mandato, apoyó una política que obligaba a las fuerzas del orden a entregar a personas indocumentadas detenidas a ICE, independientemente de si habían sido condenados por un delito. Aparte de esa política, la migración nunca fue uno de sus temas principales antes de convertirse en vicepresidenta.

La dura postura del Partido Republicano (o GOP) ante la migración

Por problemáticas que sean las soluciones de la izquierda, al menos hay cierta pretensión de compromiso humanitario. Los republicanos, con muy poca imaginación, simplemente no consideran dignos a las personas migrantes.

Desde la administración de W. Bush, la derecha estadounidense ha abrazado las partes más oscuras de la retórica racista contra los inmigrantes, una tendencia que ha integrado su plataforma en su conjunto. Justo antes del fallido intento de asesinato contra Donald Trump en un mitin en Butler, Pensilvania, el 13 de julio, este expresidente y actual candidato presidencial, promocionó el “gran trabajo que mi administración hizo en materia de inmigración en la frontera sur”, lo que resulta sombríamente irónico teniendo en cuenta las similitudes entre el enfoque de su administración y la actual Biden-Harris.

Cuando Trump aceptó oficialmente la nominación del partido en medio de una excitada, si no fervorosa, multitud de Milwaukee en la Convención Nacional Republicana el 17 de julio, no perdió el tiempo para incitar aún más con su discurso: “Una invasión masiva en nuestra frontera sur que ha sembrado la miseria, el crimen, la pobreza, la enfermedad y la destrucción en comunidades de todo nuestro país”, dijo, mientras las personas asistentes aplaudían y vitoreaban.

Ese tipo de alarmismo ha funcionado bien para los republicanos durante los últimos 25 años, pero vale la pena señalar que ninguna parte del discurso de Trump ofreció alguna propuesta política tangible que sofoque las hordas percibidas. Porque, en realidad, no hay ninguna política que los republicanos puedan respaldar que reprima a las decenas de personas que vienen a este país en busca de mejores oportunidades.

La raíz de la migración, ignorada

Lo que ambos partidos no tienen en cuenta es que la mayoría de los países de los que proceden las personas migrantes, si no todas, han sufrido algún tipo de intervención violenta por parte de los EEUU, independientemente del partido político en turno en el poder.

Desde la Doctrina Monroe de 1823, los EEUU ha actuado con relativa impunidad en Latinoamérica. El mensaje de James Monroe al Congreso establecía un plan provisional para el futuro de América y del hemisferio occidental en su conjunto, que permitía a este país invadir o derrocar otras naciones latinoamericanas para proteger sus intereses.

En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, la Doctrina Monroe se recrudeció Comenzando en un contexto de Guerra Fría, en 1954, el republicano Dwight Eisenhower apoyó un golpe de estado en Guatemala a instancias de Alan Dulles y la United Fruit Company. A principios de los años 60, el presidente demócrata Kennedy apoyó un golpe en la Guayana Británica.

Durante la administración Nixon en los años 70, Henry Kissinger —el Secretario de Estado y Consejero de Seguridad Nacional que nunca conoció un país que no pudiera utilizar en su beneficio— trató de prescindir del izquierdista Salvador Allende para socavar las reformas económicas del líder. En consonancia con la estrategia republicana, Nixon y Kissinger patrocinaron la Operación Cóndor, una estrategia de amplio alcance de subversión política, represión, invasión y asesinato para debilitar a la izquierda en todo el Cono Sur.

En la historia más reciente, la administración de W. Bush ofreció apoyo militar a un golpe de 2002 del izquierdista Hugo Chávez en Venezuela. Siete años después, la administración demócrata de Barack Obama apoyó un golpe en Honduras. 

En la actualidad, Venezuela, Cuba y Nicaragua, que son grandes contribuyentes al actual aumento de las migraciones, se encuentran entre los países que se enfrentan a sanciones económicas de los EEUU, una forma de ‘poder blando’ que puede ser tan devastadora como la intervención militar directa.

Estos son sólo algunos ejemplos de la larga lista de intervenciones exteriores de este país desde la Segunda Guerra Mundial, que han obligado a millones de migrantes a emprender viajes cada vez más arriesgados hacia los EEUU, dejando atrás países devastados económicamente y marcados por la violencia.

El suministro de paquetes de ayuda a países que han sido devastados en parte por la injerencia estadounidense hace que la estrategia de Biden-Harris de las “causas profundas” parezca, en el mejor de los casos, equivocada y, en el peor, lamentablemente ignorante. Resolver la cuestión requiere una recalibración global del Estado estadounidense y de su historia. Hacerlo desbarataría su estatus como superpotencia posterior a la Segunda Guerra Mundial, o al menos lo debilitaría gravemente. 

Ya sea por incompetencia demócrata o por desdén republicano, la cuestión política de la migración no es algo que pueda resolver ningún político o partido estadounidense actual. Referirse a ella como una cuestión política distrae a la gente que enfrenta horrores a diario para aliviar el sufrimiento derivado de la política estadounidense.

Entonces, ¿qué hay que hacer?

A pesar de los fracasos nacionales, existen vías a nivel local para hacer de la inmigración un proceso más humano. El compromiso político a escala nacional es desalentador por varias razones, entre ellas la ineficacia. Sin embargo, a nivel municipal, los votos cuentan y el apoyo importa.  

Los recursos locales —como el Edificio de las Mujeres en la Misión, que ofrece despensas semanales y organiza actos políticos, o AROC Bay Area, que apoya las protestas pacíficas contra la presencia militar estadounidense, o el Immigration Institute of the Bay Area, que ofrece servicios jurídicos y apoyo a los inmigrantes de toda la región— pueden mejorar el proceso.

Aunque la inmigración se ha convertido en un tema de conversación políticamente útil a escala nacional, las organizaciones locales siguen contribuyendo a que la vida de los inmigrantes sea más equitativa.