Cuando  participé en las manifestaciones en contra de la guerra en Vietnam a finales de los años sesenta, tuve que ser precavido. Tenía una visa de estudiante deportista extranjero y becado por la UC Berkeley, que podría perderla si me vieran participando en manifestaciones. Mi entrenador de atletismo ya me había advertido: “Te trajimos a correr. ¡No a pensar!” Palabras textuales que no olvidaré.

El Movimiento por la Libertad de Expresión (Free Speech Movement) surgió justamente en la Universidad de California de Berkeley, en el año 1964. El 2 de diciembre de ese año, el líder estudiantil Mario Savio dio un memorable discurso en la Sproul Plaza: “Llega un momento cuando la operación de la maquinaria se hace tan odiosa que nos enferma el corazón; que nos impide seguir participando! Ya no podemos ser parte de aquello, ¡ni siquiera de una forma pasiva! Entonces, debemos usar nuestros propios cuerpos e interferir sus ruedas y engranajes… sus palancas, para frenar todo el aparato!”

En el presente, cuando en muchos campus universitarios norteamericanos se alzan campamentos estudiantiles protestando lo que muchos consideran una actitud separatista y genocida del gobierno de Israel hacia el pueblo palestino, las palabras de Savio vuelven a resonar. Un creciente fervor vuelve a alentar los corazones de la juventud, similar a como sucedió en aquella década de los sesenta. Claro, no todos participan y no todos están de acuerdo. Tampoco lo estábamos en aquellos años. En esa década, entre los estudiantes habían diversas opiniones, o diversos niveles de conciencia y de militancia. 

Por ejemplo, recuerdo claramente a muchachos fortachones y con sus cabellos cortados al estilo crew cut, miembros del equipo universitario de fútbol americano que se pusieron del lado de los policías, o al lado de los estudiantes miembros del ROTC, Cuerpos de Entrenamiento para Reservistas. Y ahí nos enfrentábamos: los estudiantes que protestábamos, contra los que despreciaban nuestros esfuerzos, y estaban dispuestos a golpearnos.

Luego, el momento en el cual la policía lanzaba la famosa advertencia a través del megáfono: “En el nombre del pueblo de California, ¡esta manifestación es declarada ilegal!” Entonces, los que protestábamos, respondíamos de la misma forma como sucede ahora a lo largo del país: “¡Somos pueblo! ¡Somos el pueblo!”

En una ocasión, estando en primera fila en una protesta en 1967, me encontré frente a frente con un miembro del ROTC, todo uniformado y armado, también un corredor en mi equipo de atletismo. Devon W. (no olvido su apellido, pero prefiero no escribirlo), un joven callado y poco sociable. Nunca habíamos conversado, pero me conocía perfectamente y me reconoció. A pesar del pañuelo que protegía mi identidad y que también, ojalá, me protegería de los gases lacrimógenos. 

Por unos instantes, cruzamos miradas, inexpresivos. Finalmente, él miró hacia otro lado. Nunca hablamos de ese encuentro y no me denunció. Tampoco le pregunté cómo se sintió al enfrentarse conmigo y otros estudiantes conocidos.

En nuestra juventud, cuando comenzamos a forjar nuestras ideas políticas, tomamos decisiones que tal vez cambien con el paso del tiempo, o tal vez anuncien actitudes que se van a fortalecer conforme maduremos. 

Ese recuerdo con Devon me hace pensar en la actitud belicosa del presidente Biden hacia los estudiantes que hoy se manifiestan en contra de la masacre que continúa en Gaza. La semana pasada, el presidente rechazó el llamado a cambiar su política de apoyo a Israel que le hacían los manifestantes, a lo que dijo: ”El orden debe prevalecer. El disentimiento nunca debe conducir al desorden”. 

Me pregunto: ¿Acaso la guerra no es el peor de los desórdenes?

¿Cuál habrá sido la postura de Biden cuando era estudiante? En sus memorias, Promesas que cumplir, publicadas en 2007, refiere un incidente que vivió durante la Guerra de Vietnam, cuando estaba en la universidad: “Caminábamos cerca del edificio de la administración y vimos a gente que se asomaba por las ventanas, en la oficina del rector, con banderas del SDS. Se refería a los Estudiantes por una Sociedad Democrática, un grupo activista muy conocido entonces. “Habían tomado el edificio. Los vimos y dijimos: ‘¡Miren a esos desgraciados!’ . Eso muestra lo alejado que estaba del Movimiento Anti-Guerra”.

Como vemos, su actitud de entonces, persiste. No ha evolucionado.

Ojalá la actitud de Devon W, sí haya cambiado, desde nuestro encuentro en 1967.