Puerto Rico, la Isla del Encanto, Borinquén, es un lugar mágico. No hay nada como su aire cálido, húmedo y dulce. El sonido de las ranas coqui resuena como una canción de cuna. Sus exuberantes laderas verdes se alzan junto a playas de arena blanca. Los sonidos de la salsa, la bomba y el reggaetón recorren las calles del Viejo San Juan, así como el aroma del sazón y el adobo que flotan por toda la isla. 

La autora de este artículo, Galicia Stack Lozano (a la derecha), con su padre Michael Stack y su hermano menor Santiago Stack Lozano, frente a La Bombonera en San Juan, Puerto Rico. Foto cortesía

Mi madre es puertorriqueña. Tengo familia y amigos en la isla y procuro visitarla a menudo, pero la última vez que estuve allí, las cosas habían cambiado. Esto se debió al huracán María, que azotó la isla en 2017.

Aún tengo un recuerdo nítido de aquel día: me dirigía a la escuela y mi madre se detuvo para hablarme del huracán que se acercaba. Me resultaba difícil imaginar que, mientras yo me encontraba sentada en mi cálida y luminosa clase, mi familia estuviera acurrucada en sus oscuras casas, con contraventanas en las ventanas, escuchando el silbido del viento, la lluvia torrencial y el presagio de la destrucción. 

Cuando nos enteramos de la intensidad del huracán, nos pusimos manos a la obra para ayudar a mi familia en la isla. Enviamos cargadores de manivela y linternas, un generador, comida y todo lo que pudiera ayudarles, sin saber entonces que tardarían meses en recibirlo.

Mi madre se preocupaba a diario. ¿Cuándo sabríamos algo de nuestra familia? ¿Estarían bien? ¿Qué podríamos hacer para ayudar? Pasó el tiempo y, afortunadamente, mi familia estaba a salvo. Pero, conforme las noticias fueron revelando poco a poco, muchos en la isla no tuvieron tanta suerte. 

María, un huracán de categoría 4, cortó el servicio de electricidad de la isla y causó daños por valor de 94,400 millones de dólares. El 80% de los cultivos de la isla quedaron arrasados y 130 mil residentes se vieron obligados a abandonar sus hogares. La cifra de muertos, que tardó casi un año en hacerse pública, ascendió a 2,975, lo que la convierte en una de las tormentas más mortíferas de la historia de los EEUU.

Tras el paso de este fenómeno meteorológico, las casas estuvieron 84 días sin electricidad, 64 días sin agua y 41 días sin servicio de telefonía móvil. Muchos permanecieron durante años sin atención sanitaria adecuada ni servicios básicos. Incluso hoy, seis años después, la mayoría sigue afectada y la periodicidad en la suspensión del servicio de electricidad se ha vuelto normal. 

A medida que pasaba el tiempo, seguí escuchando sobre la indignación de otros puertorriqueños por la malversación del fondo de ayuda para desastres que nunca se recibió. Después de ese huracán, comprometí a educarme a mí misma y a otras personas para encontrar formas de ayudar a los puertorriqueños en la medida de mis posibilidades.

Imagen desde un dron sobre la destrucción en Comerío posterior a los huracanes María e Irma. Foto cortesía/We Still Here

El mismo año que María, el huracán Harvey afectó a residentes en Texas, e Irma —el huracán que llegó precedió a María y también golpeó a Puerto Rico— azotó Florida. 

¿Por qué la ayuda para el huracán María —que causó muchos más daños— fue la mitad de la que recibieron los tejanos y floridenses? Tanto los supervivientes de Harvey como los de Irma recibieron 100 millones de dólares de FEMA, mientras que los puertorriqueños solo 6 millones.

Para colmo de males, Trump, el entonces presidente, mostró un desprecio total por Puerto Rico durante una visita a la isla después del paso de María cuando en un acto comenzó a arrojar toallas de papel a una multitud de puertorriqueños necesitados. El presidente les arrojó toallas de papel a personas que urgentemente necesitaban ayuda y suministros. 

Al crecer en California, estamos acostumbrados a las catástrofes naturales, desde incendios forestales hasta terremotos y sequías. Se han convertido en parte de nuestras vidas. Los huracanes son lo mismo para los puertorriqueños.

Por cada incendio forestal menor y por cada terremoto o huracán, suele haber uno que golpea con mayor fuerza y provoca enormes daños. La diferencia es que cuando un incendio forestal arrasa hogares y comunidades en California, todo el mundo lo sabe y trabaja para ayudar a los necesitados, y los gobiernos local, estatal y federal prestan su apoyo. Los estadounidenses luchan por ayudar a sus compatriotas. Pero, cuando una crisis golpea a Puerto Rico, parece que olvidamos que los puertorriqueños también son estadounidenses.

La segunda parte de este comentario, será publicada en nuestro número del 6 de abril de 2023. 

Galicia Stack Lozano es estudiante de penúltimo año de secundaria en San Francisco. Es de madre puertorriqueña y padre irlandés.