Miles protestan en la Ciudad de México contra de la investidura del nuevo presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. Foto Ivan Castaneira

La transición de poderes en México no fue pacífica. El 1 de diciembre, mientras Enrique Peña Nieto asumía el cargo de presidente del país, en las calles de la capital miles protestaban.
Para el lunes 3, se reportaban 69 arrestos y 9 heridos tras las protestas. Se estimaba que los daños a comercios y edificios públicos superaban el medio millón de dólares.

Las protestas motivaron el despliegue de 5.000 policías; de éstos, 1.400 rodearon la sede del Congreso donde el presidente saliente, Felipe Calderón y Peña Nieto representaron el acto protocolario de transmisión de poderes.

Peña Nieto gobernará al país por seis años. Su triunfo —el cual sus opositores arguyen fue fraudulento— trae de vuelta al Partido Revolucionario Institucional (PRI), que por más de 70 años gobernó México de manera ininterrumpida, mediante un modelo de partido de Estado que el escritor MarioVargas Llosa, a principios de los noventas, calificó como la “dictadura perfecta”.
En Hermosillo, Sonora, y Saltillo, Coahuila —dos entidades fronterizas con los EEUU—, las sedes del PRI fueron atacadas con bombas molotov; no hubo heridos.

En San Francisco, una treintena de personas protestaron por la llegada de Peña Nieto a la presidencia. Los simpatizantes del movimiento Yo Soy 132 se manifestaron en el puente Golden Gate, además, por unos minutos, colocaron una manta en la plaza cívica, frente a la alcaldía. “Peña Nieto not wanted”, se leía en la manta.