[su_label type=»info»]Columna: Centrospectiva[/su_label]

Nestor Castillo

Cuando me enteré del asesinato de Claudia Gómez González a manos de un agente de la Aduana y Patrulla Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) en Río Bravo, Texas, me pregunté “¿por qué?”, no quise saber por qué sucedió sino ¿cuál fue el contexto del tiroteo?

Realmente no necesito saber el contexto en el que una joven inmigrante fue asesinada a balazos cerca de la frontera. Al igual que cuando escuché que un oficial de policía le disparó a un hombre negro desarmado, realmente no necesito saber si atacó a la policía o si tenía un teléfono celular en la mano que pensaban que era un arma. Quiero decir “¿por qué?” como buscando comprender el contexto sociopolítico más amplio.

Collage en homenaje a Claudia Patricia Gómez Gonzlez, la guatemalteca de 20 años que murió a manos de un policía fronterizo el 23 de mayo. Collage Art: Ruben Guadalupe Marquez

Claudia había dejado su comunidad indígena mam de San Juan Ostuncalco al oeste de Guatemala, tres semanas antes de su muerte, con la esperanza de reunirse con su novio y tal vez ganarse la vida dignamente, solo para recibir un disparo en la cabeza. La historia inicial contada por el oficial de CBP ha cambiado (como suele suceder en estos casos) a lo que pudimos dar seguimiento con innumerables preguntas, similares a las preguntas formuladas por un espectador indignado en un video en vivo de Facebook tomado inmediatamente después del tiroteo.

Después de examinar algunos de los aspectos más superficiales de este tiroteo, la pregunta que me hice fue: “¿Cuál es la función social detrás del cruel asesinato de una mujer indígena guatemalteca de 20 años?” Puede ser demasiado simple una explicación para decir que esto fue solo por racismo y xenofobia personal y la incompetencia de un agente deshonesto. Lo mismo que atribuirlo a un sistema de racismo, xenofobia y supremacía blanca —aunque en gran medida la raíz del problema puede ser tan concreto.

El psicólogo de la liberación, Ignacio ‘Nacho’ Martín-Baró, quien fue asesinado a tiros en la cabeza, escribió en su ensayo “El valor psicológico de la represión política violenta” (que es la única forma en que podemos entender el asesinato de Claudia) afecta al represor o al que comete el acto, al reprimido que es víctima del acto y al espectador que somos todos nosotros los que conocemos estos abusos.

Para cometer estos crímenes, el represor experimenta una disonancia cognitiva. Nacho escribe que el represor necesita ver a los reprimidos como infrahumanos, o como criminales, y verse a sí mismo como uno de “los buenos”. Por otro lado, los reprimidos se acomodarán al comportamiento del represor para evitar ser castigados e identificar al abusador como alguien a quien temer. El espectador, una vez más, somos todos nosotros, especialmente en esta era digital, en la que un video puede ser compartido en todo el mundo en un instante, o bien se identificará con el represor o el reprimido.

Además, sirve como una advertencia para cualquiera que sea migrante: ven aquí y no solo no serás aceptado completamente en la sociedad, sino que serás castigado por venir. Este es el concepto de aprender a través del cuerpo de otro migrante.

El aumento gradual de la fuerza letal, la separación familiar, el encarcelamiento y la deportación por parte del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) y del CBP contra los migrantes, que comenzó con la anterior administración y culminó con la de Trump, fue un intento de enseñarnos el valor de la violencia. El problema es que la represión violenta no producirá ningún cambio en el flujo migratorio a menos que se aborden las causas fundamentales de la migración. Recientemente ha habido llamadas principalmente en las redes sociales para desmantelar ICE, CBP y otras agencias. Hasta ahora han caído en saco roto, especialmente cuando los países de la semiperiferia se apresuran a fortalecer sus propias fronteras, tal como lo hizo México en su frente sur.

La lógica de este sistema significa que estas atrocidades no son únicas, sino que continuarán. En el mismo período de tiempo que Claudia Gómez González fue asesinada, una mujer trans de 33 años llamada Roxana Hernández, que buscaba asilo desde Honduras, murió mientras estaba bajo custodia en un centro en Nuevo México. Las soluciones que necesitamos buscar requieren que reconsideremos nuestras ideas sobre la sociedad a escala global.

Como dijo una vez el ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, “Los indigentes del mundo no son de África o de América Latina, son de la humanidad toda”. Hasta que comencemos a tomar en serio la necesidad de crear un nuevo sistema global, me temo que vendrán muchas más Claudias.