La Catrina & Posada: A Grave Dance

Una obra de Jim Nikas, dirigida por Carolina Soza, con Carlos Barón como José Guadalupe Posada y Tessa Martínez como La Catrina
Mission Cultural Center, 17 de noviembre de 2023, 6-9 pm.

“Hace muchos años, cuando descubrí los grabados de Posada”, dice Jim Nikas, “no podía creer que un artista de tan increíble talento no fuera más conocido fuera de México. Me refiero a que las figuras y decoraciones más populares para el Día de Muertos están inspiradas en los esqueletos y calaveras que dibujó como ilustrador a finales del siglo XIX y principios del XX. Y los dibujaba principalmente para burlarse de distintos personajes públicos de la época”.

Jim Nikas, cuyo verdadero nombre no es Jim sino Arístides y cuyo abuelo era mexicano, es miembro fundador de la Posada Art Foundation; y como nunca antes había escrito una obra de teatro, le pidió a Carlos Barón, dramaturgo, actor y director de teatro multicultural local, echarle la mano.

La Catrina & Posada: a Grave Dance, una obra de Jim Nikas, codirigida por Carlos Barón. Foto: Willy Lizárraga

“Verás, el teatro es esencialmente conflicto. Jim es un excelente investigador e historiador y sabe todo sobre Posada, pero la parte dramática necesitaba ayuda. De todos modos, ha sido receptivo a mis sugerencias y poco a poco estamos llegando allí, un verdadero trabajo en progreso. Por eso estamos montando una lectura, no una producción teatral completa, aunque hay música en vivo con vestuarios y todo”.

Barón, que interpreta a Posada, planea afeitarse la barba y depilarse el bigote al estilo de finales del siglo XIX. Se podría decir que de la misma manera que Nikas ha encontrado en la promoción de las ilustraciones de este artista mexicano un sentido de propósito y una vocación, Barón parece haber encontrado en retratar al artista en el escenario, una oportunidad ideal para actuar en un dilema que vive muy de cerca: el Artista luchador de edad avanzada que contempla su legado con ojos irreverentes.

La cuestión del legado artístico, en cualquier caso, es un enigma inagotable, principalmente porque implica intentar controlar lo que está fuera de nuestro alcance. La evaluación e interpretación de lo que logramos en nuestras vidas siempre caerá en manos de otros, generalmente después de nuestra muerte. Y nos juzgarían infaliblemente, sin fundamento en nuestras propias pasiones y prejuicios, sino en las de ellos.

Tomemos como ejemplo a Frida Kahlo. Cualquiera que fuera su legado, probablemente nunca imaginó que sería el ícono decorativo favorito en la mayoría de las taquerías y restaurantes mexicanos del mundo. Podríamos culpar a su obsesión megalómana por envolverse en ropa étnica, una especie de juglar que sería redundante si hubiera sido una mujer indígena común y corriente, pero dado su origen medio alemán, tenía (y tiene) un singular, casi surreal, exótico glamour.

También hay otro ingrediente clave que explica el porqué esta pintora se ha convertido en una mercancía tan popular: no sólo estaba obsesionada con su identidad étnica y mexicana, sino también con el insoportable dolor físico que le aquejaba a lo largo de su vida. Quizás no tenía otra opción, pero lo único que le importaba era pintarse a sí misma sufriendo. Y lo hizo sin ninguna autocompasión, quizás su mayor regalo al mundo.

José Guadalupe Posada es exactamente lo opuesto a Frida en términos artísticos. No tenía ningún interés en pintarse a sí mismo. De hecho, no sólo no le importaba la creación de una identidad pública, étnica o no, indeleble para su legado, sino que era felizmente invisible, escondiéndose juguetonamente detrás de sus esqueletos y cráneos para expresar sus mordaces comentarios sociales y políticos. Él tenía que hacerlo,* después de todo, vivió durante una de las dictaduras más crueles y represivas de México.

Sin embargo, a pesar de sus diferencias, Posada y Kahlo tienen algo crucial en común. Si se pudiera decir que el dolor y la tragedia son los temas últimos de ella, él también trata la misma materia prima pero de manera humorística. Mientras ella se aferró a su dolor y él a sus esqueletos y cráneos, estuvieron en terreno firme: uno se convirtió en el rostro más reconocible en la historia del arte, probablemente sólo rivalizado por la Mona Lisa; y el otro desapareció detrás de sus calacas, porque ellas hablaban por él. Y no necesitaban, ni siguen necesitando, ninguna explicación, ya que las imágenes de la muerte pertenecen quizás a la más universal de las tradiciones.

Carlos Barón. Foto: Willy Lizárraga

Lo que no significa que no nos beneficiaría saber, por ejemplo, que La Catrina, personaje principal de esta obra, encarna el presuntuoso sentido de derecho que Posada vio en muchas mujeres mexicanas de clase alta de su tiempo; pero no saberlo no nos impide disfrutar de su efecto cómico y grotesco.

Sin embargo, aparte del legado de Posada, La Catrina & Posada: A Grave Dance es, para bien o para mal, también una obra sobre la lucha de un artista profesional que ha elegido vivir de burlarse de figuras públicas, una profesión que requiere extrema precaución y tacto para no cruzar la línea invisible que puede significar el fin, tanto de la carrera como de la vida. Es decir, es en última instancia, una obra que aborda uno de los temas más jugosos de la historia: el compromiso moral que conlleva hacer del arte de decir la verdad a manera de broma (o de ficción) en un mundo que casi siempre está en guerra con la verdad.

Afortunadamente para nosotros, tanto Nikas como Barón parecen muy conscientes de la historia y están ansiosos por hacer que el predicamento de Posada sea relevante para nuestro tiempo.