¿Cuál es el objetivo de la educación? Cada persona tendrá una respuesta diferente. ¿Es preparar a los estudiantes para «el mundo real»? ¿Es para enseñar a los niños disciplina? ¿Es para fomentar la inteligencia y las habilidades únicas que tiene cada joven?

Pues bien, esto es lo que sé: cuando los estudiantes acudimos a la escuela todos los días, nos preparamos para el mundo real, no aprendiendo cálculo, sino por nuestra propia comunidad en la escuela. Nos preparamos afrontando retos difíciles en nuestra vida y luego yendo a la escuela y aun así haciendo que funcione. La verdad es que nuestro mundo real no consiste en resolver mc2, sino en pagar impuestos, facturas y alimentarse. Todo esto no lo enseña la escuela típica.

En la escuela aprendemos disciplina, en cierto sentido. Aprendemos que las niñas no podemos enseñar los hombros ni llevar pantalones cortos porque «los chicos siempre serán chicos». Aprendemos a guardar silencio y a hacer lo que se nos dice. Se nos recompensa por sentarnos en silencio durante las lecciones que glorifican la colonización y por callarnos, aunque no estemos de acuerdo. Aprendemos a aceptar ser expulsados o suspendidos por nuestros “errores”, para poder volver a nuestras aulas dirigidas por profesores que no son responsables de sus acciones o decisiones. 

Kathya Correa Almanza, representante estudiantil ante el Distrito Unificado de San Francisco y alumna del último grado de la Escuela por la Equidad June Jordan, el 18 de mayo de 2021. El próximo año, Correa Almanza asistirá a la Universidad de Boston. Photo: Maximo Vazquez

Las escuelas reflejan por dentro lo que ocurre por fuera. Vemos a nuestros vecinos, padres, hermanos ser objeto de perfiles raciales en el mundo exterior, vemos exactamente el mismo comportamiento en el interior. Un estudio publicado por el New York Post reveló que «los estudiantes afroamericanos tienen casi cuatro veces más probabilidades de ser suspendidos de la escuela que los caucásicos». Para pintar este cuadro más claramente, la organización The Child Defense encontró que, en 2017, un estudiante latino es suspendido cada nueve segundos y un estudiante negro cada seis segundos.  

Las mujeres son denigradas, cosificadas y maltratadas en nuestras comunidades al igual que en las escuelas. La Oficina de Estadísticas de Justicia descubrió que 1 de cada 5 mujeres universitarias es agredida sexualmente durante su carrera universitaria. Las escuelas de la parte más lujosa de la ciudad pueden recibir más recursos que las del barrio. Nuestras escuelas están separadas por la raza, al igual que los barrios de nuestra ciudad. A un niño blanco que utiliza un discurso de odio no se le suspende, pero si un estudiante negro lleva una sudadera con capucha en la clase del profesor equivocado, se le envía a casa para que se cambie. 

Tenemos que aprovechar la forma en que nuestras escuelas reflejan la sociedad. Cuando el mundo exterior es demasiado para cambiar, debemos empezar de a poco, desde adentro, y crear el cambio en nuestras escuelas. Cuando las escuelas y la educación empiezan a cambiar, los graduados cambian su comunidad al reflejar su educación. Lo veo en los compañeros que me rodean y lo sé por experiencia propia. Cuando a un alumno le gusta ir a la escuela, su vida mejora en todos los sentidos. La mayoría de las escuelas obligan a sus alumnos a entrar en una especie de caja. Si no puedes meterte en la caja, entonces «la escuela no es para ti» y eres de los estudiantes se quedan en la puerta. Si no puedes ser la persona para la que están diseñadas las escuelas, «tú eres el problema», lo que sólo perpetúa el camino de la escuela a la cárcel y enseña a los jóvenes que no son lo suficiente. Incluso como estudiante con un GPA de 4.0, entiendo que el conocimiento y las experiencias que he adquirido superan, sin duda, la importancia de cualquier promedio de calificaciones. 

Los estudiantes que obtienen todos 10, la favorita o el favorito del profesor, el estudiante que se desenvuelve muy bien bajo presión y que puede tomar cinco clases de nivel avanzado por semestre, «ese estudiante se esfuerza», dicen… pero en realidad ese estudiante es la imagen exacta de lo que la gente quiere ver en el exterior. En una sociedad capitalista, valoramos a la persona que hace su trabajo, y lo hace sin reparar en una sensación de satisfacción, alguien que no hace preguntas. Avergonzamos a la persona que piensa fuera de la caja, que no encaja en ella y que se niega activamente a permanecer en una caja. 

Es el momento de cambiar la forma de ver la educación. Tenemos que convencernos de que la educación puede ser algo mejor. Una educación en la que fomentemos la inteligencia y las habilidades únicas en cada joven. 

Kathya Correa Almanza, representante estudiantil ante el Distrito Unificado de San Francisco y alumna del último grado de la Escuela por la Equidad June Jordan, el 18 de mayo de 2021. El próximo año, Correa Almanza asistirá a la Universidad de Boston. Photo: Maximo Vazquez

Entender que la educación debe ser curativa en lugar de convencer a tantos de nosotros de que nuestra versión del conocimiento no es lo suficientemente buena. Lo veo en mi propia ciudad, San Francisco. Algunas escuelas de mi distrito tienen más prestigio, privilegios y recursos que la escuela de la que me graduaré. Sea como fuere, creo que he recibido una educación mejor que la que se imparte en esas escuelas. La educación que todos los estudiantes merecen no es un deseo inalcanzable. Existe, pero no está al alcance de todos. Como alumna de último curso de la Escuela June Jordan para la Equidad, puedo mirar atrás a mis cuatro años de formación y decir que han sido importantes: las lecciones que aprendí en el aula me siguieron en mi vida personal y todavía veo que el impacto que ha tenido en mí crece más cada día.

Aprender a amar la escuela no vino del sistema escolar anticuado, sino que vino de los maestros que hacen la diferencia. Todos los estudiantes merecen la oportunidad de recibir ese tipo de educación. No sólo los sobresalientes, no sólo los que tienen privilegios económicos y raciales, ni sólo los que encajan en la caja, sino todos los estudiantes que se sientan en un aula dispuestos a aprender.