Ilustración de Violeta Parra. Illustration of Violeta Parra. Courtesy: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno de Chile
Carlos Barón

La noche del 14 de octubre, en el Café Freight & Salvage de Berkeley, hubo un concierto para celebrar a la cantante y compositora chilena Violeta Parra.

Este año, Violeta Parra hubiera cumplido un centenario de vida, pero murió justo antes de cumplir sus cincuenta. Utilizó una pistola para poner fin a su existencia; corría el año 1967.

Su muerte fue un triste y terrible choque para los amantes y practicantes de lo que se conoce como ‘La Nueva Canción Latinoamericana’. A Violeta se le llamaba ‘La madre’ de ese movimiento musical. Perdiéndola, perdimos a nuestra madre creadora.

Al morir un querido personaje público, sentimos una especie de perpleja incredulidad, además de una culpa colectiva. ¿Qué hicimos? ¿Qué no hicimos? ¿En qué fallamos? ¿Pudimos haber hecho algo para prevenir esa tragedia?

No hay una respuesta clara, pero tal vez el infame ‘pago de Chile’ nos haga reflexionar. En Chile, eso generalmente se refiere al maltrato que alguna persona recibe de su propia gente, aunque esa persona merezca ser celebrada, admirada o amada.

En el caso de Violeta Parra, se hizo famosa y respetada al alejarse de su país.

Violeta Parra. Foto: Raul Alvarez/Via: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno de Chile

Su música, al igual que sus maravillosos trabajos de arpillería, fueron admirados primero en Europa, especialmente en Francia, donde el famoso Museo del Louvre le abrió sus puertas. Mucho antes que ese arte y esa música fueran formalmente bienvenidos y valorados en Chile.

Incluso años después, cuando creó su propia ‘Carpa Musical’, el esperado y necesario público, el que ella tanto imaginó, no llegó a visitarla. Esos, claramente, fueron hechos estresantes y deprimentes en su vida. Mas hay otras posibles razones para su fin, además de la asesina indiferencia oficial.

Era una mujer apasionada, que se había enamorado muchas veces… y había sufrido muchas más. Los corazones rotos suelen pesar en demasía. Al momento de su muerte, su corazón estaba otra vez herido. Tal vez mortalmente.

Aunque estos son hechos tristes y desconcertantes, el 14 de octubre participamos en una celebración y cantamos alegremente las palabras y melodías de una genial artista universal, aunque la vida y la obra de Violeta Parra estén hondamente enraizados en su realidad chilena.

El hecho de que sea una de las más chilenas entre los chilenos, prueba que lo universal puede encontrarse en las letras de sus canciones, como pasa en su amada y bien conocida composición ‘Gracias a la vida’.

La canción, parte de su último disco (‘últimas composiciones’), nació un año antes de su muerte y trasciende fronteras. Los oyentes de todo el mundo sienten una innegable conexión con el pensamiento y el sentimiento reflejados en su letra:

La Jardinera. Portrait of Violeta Parra by Rodrigo Andres Diaz Carrizo

Gracias a la vida que me ha dado tanto            

me dió dos luceros, que cuando los abro,

perfecto distingo lo negro del blanco

y en el alto cielo su fondo estrellado

y en las multitudes el hombre que yo amo

Gracias a la vida que me ha dado tanto

me ha dado el oído que en todo su ancho

graba noche y día, grillos y canarios

martillos, turbinas, ladridos, chubascos

y la voz tan tierna de mi bien amado.

Los versos, en su simplicidad, derraman ternura y llaman al oyente a contemplar sus propias realidades.

La inclusión de experiencias cotidianas que evoca en la canción, la hacen extremadamente accesible; la mezcla de elementos profundamente simples y familiares, son evocadoras imágenes y sonidos que vibran en nuestro fuero interno.

Violeta canta a “la voz tan tierna de mi bien amado” y es natural que asociemos esa voz a la de nuestro bien amado. Lo singular se hace plural, lo local, universal.

“Gracias a la vida” termina con este verso, que muestra claramente su eterno compromiso con ser una parte del todo, una voz para todos, una voz con todos.

Gracias a la vida que me ha dado tanto

me ha dado la risa y me ha dado el llanto,

así yo distingo dicha de quebranto

los dos materiales que forman mi canto

¡y el canto de ustedes que es mi mismo canto

¡y el canto de todos que es mi propio canto!

El énfasis final es una identificación de nuestra interconexión. Una invitación a reconocer que somos lo mismo, frase similar al saludo Maya, “I’n Lak’ech Ala K’in”, “Soy otro tú” o “Yo soy tú, tú eres yo”. ¿Coincidencia? No lo creo. Violeta Parra y los Mayas estaban perfectamente afinados.

No hubo tristeza en esa celebración del viernes 14. Sentimos nostalgia, amor, risa; compartimos sonrisas y abrazos. Nada de tristezas. ¡Queríamos cantar y celebrar!

Y cantamos, a viva voz: ¡Gracias por tu vida, Violeta Parra!