Vendedora de nueces, San Pedro Cholula, México. Foto: Diana Azucena Hernández
Carlos Barón

Hace poco, nos ausentamos de los EEUU por un par de largos y maravillosos meses. Junto con mi esposa Azucena, viajamos a México y Chile. Era el fin del verano en Chile y el comienzo de la primavera en México. Así, gozamos de un sol constante, mientras que el área de la bahía de San Francisco se anegaba en lluvia. Desde nuestra soleada realidad, de verdad empatizamos.

La posibilidad de viajar allende las mal ganadas fronteras de los EEUU es un privilegio. Hoy en día, dada la realidad prevaleciente, el tomarse un recreo de esa realidad es casi una necesidad. Sin embargo, ese privilegio es difícil de financiar para mucha gente que vive en este país. Además, hay millones de personas que viven bajo la presión de ser indocumentados, en una cruel era anti-migratoria y xenofóbica.

Para los indocumentados, es prácticamente imposible visitar sus países de origen. Son prisioneros de lo que muchos llaman ‘la Jaula de Oro’, un concepto muy opuesto a ‘la Montaña de Oro’, imagen idealizada y creada históricamente por los inmigrantes chinos.

Partimos a nuestras ansiadas vacaciones, deseando reencuentros con seres queridos en ambos países, e imaginando nuevas aventuras, comidas, gente. También deseábamos un descanso de la constante presión que se siente acá, temiendo la posibilidad de otra guerra inventada e innecesaria, o sufriendo una avalancha de mentiras y medias verdades que asaltan nuestra psiquis 24/7.

Al mismo tiempo, se nos invita a creer que la única forma de cambiar esta mala realidad es continuar eligiendo entre uno u otro partido político. Una elección difícil, pues a menudo esos partidos se ven y actúan similarmente. Especialmente en lo que a la política exterior se refiere.

En México, visitamos el ‘De Efe’ (Distrito Federal o Ciudad de México), el Puerto de Veracruz y San Pedro Cholula, un ‘pueblo mágico’ ubicado en el estado de Puebla. Ahí, observamos a gente trabajando duro (no vimos tiendas ni espacios vacantes), nos divertimos en bellas plazas (o zócalos), donde muchas familias también se relajaban y gozaban de distintos tipos de música. Entre ellos, la música de un trío rockero en la Plaza de San Pedro Cholula, que tocaba rolas de Los Beatles, de los Rolling Stones o de Creedence Clearwater Revival. ¡No eran malos esos cuates!

Cada fin de semana, en todos los sitios que visitamos, alrededor de esos zócalos, había muchos restaurantes y diversos tipos de tiendas y negocios vendiendo deliciosas comidas, ropas muy bien hechas, artesanías, hierbas, jugos. Todo hecho en México. La clientela abundante se notaba relajada y amistosa.

Las cafeterías, además de servir café, fungen como sitios para reunirse y conversar, o para escuchar música. ¡No vimos ni una sola computadora en esos cafés! ¿Gente atrasada o iluminada?

En todos los restaurantes que visitamos, tanto en Chile como en México (pero más en México), nos saludaba la gente, que sonriendo nos decía esa palabra tradicional y amistosa: “¡Provecho!”, una palabra que proviene del verbo ‘aprovechar’: que te sea útil, que te aproveche y que se dice a los comensales al entrar o salir de un lugar.  Es una manera común y muy enraizada, de ser amable, respetuoso, de mirarse a los ojos, de sonreír, de conectarse con alguien desconocido. Viviendo en los EUA, es una de las palabras que más extrañamos.

En todas las ciudades o pueblos que visitamos, conectamos fácilmente con gente desconocida. Cada día transcurrido, íbamos despojándonos de gran parte de esa nefasta pesadez acumulada al vivir en ‘La jaula de oro’ de Trump.

Ópera ‘Xochitl y las flores’. Foto: Cheng Lee

Pero llegó la hora de volver. Volando de regreso a San Francisco, nos dimos cuenta que en dos meses no conversamos ni una vez sobre ‘el Hombre Naranja y sus Besanalgas’ (no es un grupo punk). También logramos botar gran parte de ese temor que hoy prevalece en los EEUU.

¿Era un adiós ‘Provecho’ y hola ‘Separación’? Para responder a esa pregunta, referiré un par de espectaculares eventos a los que asistimos esta semana recién pasada en San Francisco: el primero fue un concierto del Afro-Cuban Ensemble de la San Francisco State University, bajo la dirección del maravilloso John Calloway. Ese ensamble estudiantil, formado en 1999, se dedica a la difusión de la música popular cubana y la de otros géneros musicales latinoamericanos.

El segundo evento fue un Hands-on Opera event, una colaboración entre el Community Music Center, del Distrito Misión y el Opera Paralléle, también de San Francisco. El nombre de esa ópera fue ‘Xochitl y las flores’, un libreto basado en el cuento infantil del mismo nombre, del salvadoreño Jorge Argueta, que resultó ser una ópera muy dulce y relevante, conducida y dirigida por la mexicana Martha Rodríguez-Salazar y por la norteamericana Beth Wilmurt.

En ambos escenarios prevaleció una brillante creatividad multicultural. Parecía como si todas las razas del mundo estuvieran presentes, compartiendo el espacio escénico con fluidez y gracia. En ‘Xochitl y las flores’, además de lo multiétnico, hubo una palpable y alegre mezcla multigeneracional de artistas, cantando en inglés y en español.

¡Ambos eventos fueron gratuitos!

Los dos conciertos prueban que las cosas pueden ser muy buenas en esta ciudad, especialmente si se actúa en algo creativo y en una forma multicultural. Después de ambas funciones, salimos a la lluviosa noche sintiéndonos renovados.

Entonces, para los artistas, público, incluso para quien lea esta columna, puedo verdaderamente terminar diciéndoles: “¡Provecho!