Los brasileños protestan por todo el dinero que se está gastando en el mundial de fútbol. Foto Courtesy PopularResistance.org

Sucedió en los mundiales de Sudáfrica y Alemania. Los gobiernos se endeudaron, las ciudades “se limpiaron” socialmente, la desigualdad aumentó y los vejámenes políticos se escondieron detrás de “la alegría de la Copa”.

Y las ciudades brasileñas en este Mundial de Fútbol Brasil 2014 no son la excepción.

Las mismas calles que hace diez años festejaron la llegada al gobierno del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) acompañado de sus logros político-económicos, reflejan desde hace un año la rebeldía, disconformidad y enojo a través de múltiples manifestaciones.

El Mundial de 2014 está trayendo consigo grandes costos sociales, económicos y políticos a los ciudadanos de las ciudades brasileñas que abrigarán los juegos.

En el plano económico, según el periódico O Estado de Sao Paulo, la inversión para la construcción y mejora de los estadios ascendió a más de $3.700 millones, tres veces más que el presupuesto oficial que inicialmente presentó el gobierno en 2007.

Este aumento está asociado a la sobrevaloración y fraude de obras y también a denuncias de corrupción en los contratos. Como consecuencia de ello, Ricardo Teixeira, ex titular de la Confederación Brasileña de Fútbol renunció en el 2012, institución que manejaba desde hace veintitrés años.

La construcción de estadios no sólo implica dinero, sino también el desplazamiento masivo de personas y el derrumbe de casas, en muchos casos favelas —asentamientos precarios que crecen en torno de las ciudades—, para construir carreteras y edificios.

La Articulación Nacional para la Copa del Mundo, un espacio que coordina a los ciudadanos que se organizan contra los efectos negativos de la Copa, reveló que alrededor de 250.000 personas fueron desalojadas de sus hogares o están bajo la amenaza de serlo en las doce ciudades mundialistas debido a las obras de infraestructura del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff.

Por otra parte, los precios de alquileres, alimentos y transporte en las doce sedes mundialistas han aumentado, mientras que el salario mínimo se mantiene en 700 reales ($300 dólares) mensuales.

En Río de Janeiro, por ejemplo, la comunidad “Río $urreal-No pague” —un movimiento que estimula a sus miembros a publicar fotos de la factura con el nombre del lugar donde tuvieron que pagar demasiado caro— denuncia una situación ‘surreal’ de precios en la que se piden $10 dólares por una ensalada y los alquileres de viviendas ha crecido más de un 30% en los dos últimos años.

Además, se calcula que la inflación, que ya ronda el 6,19% aumentaría tras la llegada de 600.000 visitantes extranjeros para el torneo, ya que —como explica el economista José Julio Sena— si bien no hay una justificación objetiva para los precios desorbitantes, “hay personas que buscan sacar provecho de una situación”.

Ante la situación de descontento social, el gobierno brasileño ha incrementado sus mecanismos de vigilancia, especialmente en las favelas —como en el Complexo Da Maré en Rio de Janeiro—, que serán intervenidas durante la Copa del Mundo.

En las intervenciones participarán 250 mil efectivos entre soldados, policías militares y policía comunes. Además, gobiernos locales como el de Río de Janeiro ya están programando cerrar el paso en calles aledañas al estadio para prevenir posibles reacciones sociales.

Grandes celebridades del fútbol, como Pelé, han pedido a los brasileños “dejar pasar la Copa” para luego poder reclamar.

Mientras tanto, las protestas callejeras continúan y han tomado distintas formas.

En varias ciudades jóvenes asumieron una modalidad llamada “rolezinho”, que trata de la ocupación masiva de centros comerciales lujosos, como la reunión del último 5 de mayo en el Shopping Tacaruna de Pernambuco, de la cual participaron cerca de 150 jòvenes.

En otras ciudades, como en Ciubá, los movimientos Sin Tierra (MST) y Trabajadores Sin Techo de Brasil (MTST) acamparon alrededor del estadio para detener las muertes de obreros en la construcción de estadios, que hasta la fecha se elevan a 8 víctimas mortales. Y en Sao Paulo, el 17 de mayo, los ciudadanos expresaron su descontento saliendo a las calles para exigir mejores salariales, en el sistema de transporte e inversión en vivienda.

Mientras tanto, la presidenta brasileña visitó el Estadio Arena del Corinthians el 8 de mayo, donde se jugará el partido inaugural del mundial, el próximo 12 de junio entre Brasil y Croacia. Rouseff no aludió la muerte de dos operarios durante su construcción ni las 2,000 familias que reclamaban acceso a la vivienda en la localidad.