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Si usted ha caminado al lado del Centro Cultural de la Misión durante los últimos meses, tal vez haya visto unos andamios y artistas trabajando en la restauración del mural ‘Espíritu de las Artes’, que ha adornado la fachada del edificio desde 1982.
La edad de los artistas varía, pero uno de ellos, Carlos Loarca, de ochenta años, es uno de los que originalmente trabajó en el mural, junto con Betsie Miller-Kusz y Manuel Villamor. Los tres decidieron que era necesaria una restauración para conmemorar el cuadragésimo aniversario del MLCCA, y para ello, se apoyaron en una generación de artistas más jóvenes.
El mural representa una figura indígena ancestral, que representa las civilizaciones azteca, maya e inca. “Eran personas poderosas”, comenta Loarca. “Aprendieron todo enseñándose a sí mismos, construyeron cosas. No había libros que pudieran instruirles acerca de cómo hacer algo”.
Le pregunté porqué solo habían representado a una sola figura, y me dijo que “una persona puede representar muchas poblaciones. Una persona puede tener una gran influencia”. La ubicación de la figura es también significativa: su cabeza está hacia el frente y los brazos hacia atrás. No es una posición protectora; es audaz pero vulnerable — “una ofrenda del ser, de uno mismo al universo”, Loarca explicó.
Loarca no desconoce estas características, ser audaz y vulnerable. Creció en Quetzaltenango, una ciudad en los altiplanos occidentales de Guatemala. “Amo a mi país, pero quería ver más del mundo. Recuerdo, cuando niño, observaba los altiplanos con la conciencia de que México estuvo por allá, y más allá de eso, los EEUU”. No dibujó ni pintó de niño, soñó con ver y hacer más pero no sabía exactamente qué forma estos sueños tomarían. “No me importó. Sabía que mi espíritu me llevaría a donde necesitara estar”.
En 1956, fue patrocinado por los EEUU para visitar el país. Al principio, llegó a San Francisco, después con una beca que duró un año, acudió a una universidad en Utah que ofrecía clases de inglés para estudiantes extranjeros. “No quería refugiarme dentro de una comunidad a la que ya estuve acostumbrado. Quería estar en un lugar que tuviera principios e ideas diferentes, para que pudiera enriquecer mi punto de vista”. Aprendió el inglés y trabajó como lavaplatos y de intendente para ganarse la vida. “Siempre he sabido trabajar duro, así que tener trabajos nunca fue un problema”.
Cuando le pregunté acerca de cómo empezó a dibujar, describió un momento en el que estuvo en Utah y se sentía solo y extrañaba a su hogar. “Me sentaba en la mesa de la cocina y comenzaba a dibujar memorias de mi país en una hoja de papel”. Comencé a pintar y agregar los colores de Guatemala. Porque en Guatemala, hay colores por todas partes”.
Pienso en la última vez que estuve en Guatemala y los colores vi. Desde la joyería hasta la ropa y los edificios, había naranjas, rosas y turquesas por todos lados. Y la iglesia descolorida y amarilla, la iglesia de La Merced, que se elevaba sobre el pueblo. “No tenemos miedo de los colores en Guatemala”, Loarca dijo. “Siempre estamos cerca de la naturaleza, así que vemos los colores por todas partes: en las flores, en los árboles, en nuestra ropa. Nos expresamos con los colores”.
Y el barrio de la Misión es donde Loarca quiere mantener vivos el color, el arte, y la comunidad. “Pintar es la oportunidad que me he dado para crear imágenes con el esfuerzo de mis memorias y sujetos imaginarios y el poder compartirlos con la comunidad”. El proyecto de restauración del mural le permite hacer esto junto a otros artistas. En un barrio que está constantemente cambiando y en evolución, el mural representa la resistencia cultural, y sirve como una inspiración para que sigamos ofreciéndonos al universo de cabeza y sin miedo. “Nosotros, seres humanos, tenemos mucho poder. Podemos intervenir con el espacio y con el tiempo. Existe una magia y la magia es parte del mundo. Y una parte de nuestras vidas”.