Casa de apoyo a veteranos deportados en Rosarito, México. The Deported Veterans Support House in Rosarito, Mexico. Foto Joel Aguilar

Cuando a Alex Murillo lo pusieron en libertad en la frontera entre México y los EEUU en las afueras de Tijuana en 2011, le dieron un poco de dinero, una taza de sopa y le permitieron hacer una llamada telefónica.

“Me soltaron como un mono en la naturaleza”, dijo Murillo, de 35 años de edad.

Su deportación estaba prevista para el mediodía, sin embargo, era casi medianoche cuando cruzó a su país natal y se dio cuenta que no tenía a dónde ir.

El veterano de la Marina de los EEUU se sintió abandonado por el gobierno para el que arriesgó su vida durante casi cuatro años, y ahora le obligaba a abandonar a sus cinco hijos.

Murillo es uno de los miles de veteranos del ejército de los EEUU que fueron acusados de cometer un delito y los deportaron como consecuencia de ello. No hay cifras confiables sobre el número total de veteranos que comparten actualmente la situación de Murillo, y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) no confirma cifra alguna.

Se estima que cerca de 70.000 residentes de los EEUU sirvieron en el ejército entre los años 1999 y 2008. Y los veteranos a quienes deportan no reúnen los requisitos para obtener beneficios del gobierno para veteranos.

“No sólo deportan a mestizos o latinos, están deportando a todo el mundo”, dijo Amos Gregory, un artista de San Francisco, activista y veterano del U.S. Navy. “Están sin dinero, en un país extranjero, traumatizados -y por supuesto que tienen antecedentes penales”.

Alex Murillo, U.S. Navy veteran, standing next to his name on the Deported Veterans Mural at the U.S.-Mexico border. Photo Griselda San Martín

Crecer en una zona de guerra

Gregory diseñó un mural para llamar la atención junto a un grupo de unos doce veteranos a quienes deportaron y actualmente viven cerca de la frontera.

Sobre la valla de la frontera se ve pintada la bandera estadounidense pero boca abajo -señal universal de aflicción. Ahora están escribiendo en el mural los nombres de los veteranos deportados.

“La mayoría de estos veteranos deportados crecieron en zonas de guerra de los EEUU –en las calles. Muchos de ellos vieron el ejército como una forma de escapar, sólo para que los enviaran a una guerra de verdad”, dijo Gregory, y explicó que los antecedentes penales de los veteranos son a menudo consecuencia del trastornos mentales ocasionados por el trauma del campo de batalla (PTSD por sus siglas en inglés) y problemas con las drogas.

“Cuando regresan, están sufriendo por sus experiencias”.

Murillo se incorporó a la Marina en 1996 después de la secundaria, con la esperanza de exponerse a otras cosas que la violencia de las pandillas con la que creció en su barrio de Phoenix, Arizona. Cuando esperaba el nacimiento de su primer hijo, Junior, Murillo también se enfrentaba a la responsabilidad de proveer para su nueva familia.

“Yo estaba inquieto por salir y ver el mundo un poco”, dijo Murillo. “Quería hacer algo bueno. Quería aprovechar para luego matricularme gratuitamente en la escuela.”

Después de haber cumplido casi todo el tiempo obligatorio en el ejército, el mecánico de profesión regresó a su casa después de estar destinado durante 6 meses en un portaaviones. Cuando regresó a su casa encontró su matrimonio pasó por dificultades.

“En el ejército se toma mucho, todo el mundo a mi alrededor tomaba. Cuando vi que mi matrimonio se estaba terminando, me metí en problemas”, dijo Murillo, a quien expulsaron de la Marina en 2000 por mala conducta, poco antes de que cumpliera su tiempo obligatorio. “Ya casi iba a terminar, y después de estar formal durante tanto tiempo –me dolió mucho. Lo que realmente necesitaba en aquel entonces era un poco de ayuda”.

Murillo tuvo dificultades para reintegrarse en la vida de civil. Incapaz de pagar la manutención de los hijos, la desesperación le obligó a tomar un trabajo que no debería haber tenido. Lo arrestaron en posesión de una cantidad considerable de marihuana y lo condenaron a tres años de prisión federal. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no tenía la ciudadanía de los EEUU.

“Cuando me incorporé a la Marina, pensaba que se conseguía la ciudadanía de manera automática. Ponerme ese uniforme significaba algo para mí -debería significar algo”, dijo Murillo. “Todos estos muchachos, cuentan que les dijeron que al juramentar serían estadounidenses. No se pensaba en ningún otro país”.

Promesas rotas

Fabián Rebolledo abandonó la universidad y se inscribió en el ejército después de que un reclutador le prometiera la ciudadanía si se enlistaba.

“Yo estaba haciendo todo lo posible para entrar”, dijo Rebolledo, quien emigró de México a los EEUU cuando tenía 13 años. “Ellos nunca me dijeron que hay que seguir ciertos procesos mientras se está en el ejército para obtener la ciudadanía”.

Después de servir en Kosovo en 1999, el paracaidista cumplió su período de alistamiento en 2000 creyendo que ya era un ciudadano de los EEUU. Cuatro años más tarde, Rebolledo recibió una carta por correo que le pedía renovar su tarjeta de residencia.

Rebolledo tuvo un tropezón con la ley al acusársele de fraude por cobrar un cheque de $750, pero fue a tribunales y le otorgaron la libertad condicional. Posteriormente lo detuvieron y deportaron por conducir con una licencia suspendida.

“Soy originario de México, pero yo no conozco mi país”, dijo Rebolledo, quien se vio obligado a dormir en las calles de Tijuana durante tres días después de que lo deportaran. “Me sentí humillado por los EEUU, por echarme y dejarme estar en las calles como un criminal -no soy un criminal”.

Casa de apoyo ofrece refugio

Rebolledo y Murillo no han renunciado a la esperanza de regresar algún día a los EEUU. Mientras tanto, han organizado un grupo de apoyo denominado Grupo de Apoyo a Veteranos Desterrados, fundado por Héctor Barajas, un veterano del ejército a quien deportaron.

El grupo, llamado ‘Casa de apoyo a veteranos deportados’, está ubicado en Rosarito, México, y opera en un apartamento de dos dormitorios. Les ayuda a comunicarse con sus familias, los recoge en la frontera, y les proporciona alojamiento, comida y ropa.

“Recientemente encontramos a un veterano que vivía en las calles -estaba durmiendo en un estacionamiento”, dijo Rebolledo. “Lo trajimos a la casa. No queremos que ni uno solo de nosotros viva más en las calles”.

—Traducción Alfonso Agirre