[su_label type=»info»]COLUMNA: CENTROSPECTIVA[/su_label]

Campaña publicitaria patrocinada por el Comité Estatal Republicano de Nueva York apoyando a Jack Martins, candidato republicano para el condado de Nassau. Cortesía: New York Republican State Committee
Nestor Castillo

Cuando mi familia se mudó al Este de la Bahía, en la década de 1990, tenía una tendencia a sobrevalorar mis raíces salvadoreñas. De niño, defendía con orgullo mi herencia ante mis compañeros de clase que me confundían con ser mexicano. Pero crecer siendo salvadoreño, en algún momento se aprende sobre la Mara Salvatrucha. Sus rostros tatuados y su violencia los convirtieron en el perfecto coco de los estadounidenses acostumbrados a los monstruos hollywoodenses. Cuando los medios comenzaron a bombardear al público con contenidos relacionados con la MS a principios de la década de 2000, lo que los salvadoreños escucharon fue una variante de la pregunta: “¿Eres parte de la MS-13?”

Después de la maestría, estaba buscando casa en Oakland con mi buen amigo de ascendencia afrosalvadoreña. Intentamos mostrar nuestras mejores cualidades como inquilinos: “Sí, acabamos de graduarnos de Berkeley. Somos de El Salvador…”

“Oh, no deberías decirle eso a la gente”, respondió la casera (y no se estaba refiriendo al hecho de ser graduados de Berkeley). “Ya sabes, por las pandillas”. No conseguimos el apartamento, y probablemente fue lo mejor, ya sabes, porque era racista.

Los residentes de San Francisco de toda la vida recordarán los terribles asesinatos de Anthony Bologna y sus dos hijos en 2008, a manos de un miembro de la MS-13 e inmigrante salvadoreño indocumentado, Edwin Ramos. Mi primo había jugado en el mismo equipo de fútbol que uno de sus hijos. Su respuesta al asesinato de su compañero de equipo quedó grabada en mi memoria: “Odio ser salvadoreño”.

Sus asesinatos fueron utilizados para atacar la política de santuario de San Francisco, un estatus que tiene desde 1985. ¿Suena familiar? La forma más efectiva de política de los EEUU es la que opera con una memoria a corto plazo.

La MS-13 vuelve a estar en nuestra conciencia nacional: la administración Trump se ha enfocado en la cadena de asesinatos que han tenido lugar en la comunidad de Long Island, de lo que las autoridades responsabilizan a la MS. Veinticinco asesinatos en los últimos dos años, casi todas las víctimas han sido jóvenes centroamericanos. La cantidad de jóvenes inmigrantes que el área de Long Island ha acogido desde que la crisis de refugiados infantes alcanzó su punto máximo en 2014, a menudo se pasa por alto. Según la Oficina Federal de Reasentamiento de Refugiados, 1,791 jóvenes fueron reubicados en el último año. En comparación, el Área de la Bahía recibió 1,665 jóvenes, mientras que San Francisco solo 229.

Las elecciones en la Costa Este a principios de este mes sirvieron como base para la dirección del país y, sin saberlo, los centroamericanos jugaron un papel importante. El candidato a gobernador republicano de Virginia, Ed Gillespie, se postuló con una plataforma recién salida del libro de jugadas de Trump, alegando que su oponente era un campeón de la MS-13 por apoyar el santuario. En el condado de Nassau, Long Island, el republicano Jack Martins usó anuncios a todo color con pandilleros tatuados que decían “¡Conozca a sus nuevos vecinos!”. Los pandilleros utilizados en esos anuncios no podían estar más lejos de Long Island. Otro anuncio, por ejemplo, presentaba a un hombre encerrado en una prisión de máxima seguridad en Zacatecoluca, El Salvador.

Uno pensaría que hay vecindarios enteros invadidos por la MS-13, pero ¿realmente es así? ¿Qué dicen los salvadoreños en Long Island? Para tener una mejor idea de todo, me comuniqué con Edwin Cruz, mejor conocido como Cruz Control, miembro del dúo de rap salvadoreño Reyes del Bajo Mundo, de Nueva York.

“No es mucho”, dijo Cruz, refiriéndose a la Mara. “No tenemos tan grande problema especialmente para que vengan Trump y Sessions”. Le pregunté a Cruz si este era el clásico oportunismo político de Trump usado a expensas de la comunidad centroamericana. “¡Al grado 1000!”, exclamó. “Son chamaquitos, no tenemos pandilleros con caras tatuadas”. Cruz no negó que existan pandillas en Long Island, pero que no está ni cerca de la escala que los medios afirman o incluso en la medida en que se desarrollan aquí en California, donde nació la MS-13.

“Eso es otra cosa”, dijo cuando le pregunté sobre la respuesta de la comunidad. “Pensé que la gente se opondría a estos ataques racistas”. Cruz dijo que la comunidad salvadoreña en Long Island no está interesada o cree que la política local no es para ellos, posiblemente porque una gran cantidad de ellos son indocumentados. Él rápidamente me recuerda que Nueva York no es tan progresista como todos dicen que es. Esto es especialmente cierto en Long Island, donde los republicanos han dominado la arena política. Incluso el demócrata Tim Sini, el recientemente elegido fiscal de distrito en el condado de Suffolk, citó en su campaña electoral su éxito contra la MS-13 que llevó a 300 arrestos.

Además, la administración Trump anunció el fin del Estatus de Protección Temporal (TPS) para varios países, incluidos Haití y Nicaragua. El destino de casi 57 mil hondureños y 200 mil salvadoreños bajo el programa aún no se ha decidido. A diferencia de DACA, que benefició en su mayoría a personas jóvenes y educadas que se consideran a sí mismas como estadounidenses, no ha habido un clamor unificado para los beneficiarios de TPS.

Imagine las consecuencias sociales, económicas y políticas si una fracción de esas 257 mil personas fueran deportadas al Triángulo del Norte. En septiembre, El Salvador experimentó 435 homicidios. La mayoría de ellos ocurrieron durante una semana, un promedio de 27 homicidios por día. La “puerta giratoria”, que Fox News y la derecha afirman que los inmigrantes disfrutan, se aplica igualmente a los EEUU y su política hacia los inmigrantes y los países de procedencia. Podemos rastrear el papel que ha desempeñado los EEUU en cada crisis que desencadenó una ola de migración desde Centroamérica y su respuesta a esa crisis, que luego desencadena otra crisis y otra ola de migración.

No puedo evitar preguntarme cómo afrontaremos los nuevos ataques contra nuestra comunidad. He tenido que resistir con cada fibra de mi cuerpo para no internalizar el discurso tóxico sobre los salvadoreños. Recientemente, mi madre me preguntó si había oído hablar del primer astronauta salvadoreño-estadounidense de la NASA. Yo no. De hecho, ni siquiera expresé un interés leve en las noticias positivas sobre mi comunidad. Era como si mi subconsciente me estuviera impidiendo imaginar algo más de lo que se ha presentado en la televisión. Si soy vulnerable a esto, no puedo imaginar cuáles serán las consecuencias de estos mensajes negativos sobre nuestra autoestima como comunidad.