El abuelo del autor, Hayato Ozawa, graduándose del Pasadena College en 1937. Cortesía: Koji Ozawa

“En la medida que el señor Ozawa es de una raza no apta para la ciudadanía, no habría manera bajo la ley actual, a través de la cual pueda asegurar su residencia permanente en los EEUU. Por lo tanto, es necesario… que salga del país tras la terminación de su estatus de estudiante”.

—Edward J. Saughnessy. Comisionado Interino de Inmigración, 1937

La declaración anterior se escribió como respuesta a la petición de residencia permanente de mi abuelo, Hayato Ozawa. Hayato llegó a este país a la edad de 18 años, en 1928, con una visa de estudiante. Se inscribió en la Universidad en Pasadena y continuó sus estudios a medio tiempo durante nueve años mientras trabajaba como jardinero para poder mantenerse. Se casó con mi abuela, Shigeko Elizabeth Ozawa, en 1934 y tuvieron una hija el año siguiente.

Hayato estaba pasando una situación precaria en 1937, tras graduarse de la universidad: lo que debió haber sido una ocasión de júbilo se convirtió en incertidumbre debido a su estatus migratorio. Su graduación terminaría con su estatus de estudiante y requeriría su regreso a Japón. El continuar con sus estudios sería poco factible y costoso, especialmente al mantener a su familia con sueldo de jardinero. Shigeko, nacida y criada en California, no tenía deseo alguno de mudarse o mudar a su pequeño infante a un país extraño y desconocido. Y con las tensiones creciendo entre los EEUU y Japón, Hayato dudaba de regresar a su país natal.

Así comenzó lo que se convertiría en una búsqueda de residencia permanente de diez años. En ese entonces, la inmigración desde Asia, al igual que cualquier naturalización, había sido prohibida, siendo otorgada la ciudadanía solo a tres clases de personas: aquellos nacidos en los EEUU, a personas de raza blanca y a personas de descendencia africana. Entre 1880 y 1940, inmigrantes asiáticos fueron blanco de legislaciones discriminatorias, el gobierno los declaró como extranjeros “no aptos para la ciudadanía”. Esta etiqueta impedía a los migrantes poseer propiedad, alquilar ciertos tipos de terreno o recibir muchas de las garantías a que tenía derecho el resto de la ciudadanía.

Hayato y Shigeko, abuelos del autor, frente a su casa en Pasadena, CA., en 1939. Cortesía: Koji Ozawa

Como parte de su búsqueda para obtener residencia legal en este pais, Hayato y Shigeko intercambiaron más de 70 cartas con miembros del congreso y oficiales de inmigración y recibieron más de una docena de cartas de apoyo de empleadores y supervisores. Hayato intentó reclutarse en el ejército durante la segunda guerra mundial, a pesar de que él y su familia fueron detenidos en los campos de encarcelamiento de Arizona. Su solicitud para reclutarse fue denegada por carecer de la ciudadanía, pero sirvió en el servicio de mapas del ejército como traductor de mapas japoneses para el Departamento de Guerra. A pesar de estos esfuerzos, en 1946 recibió una carta del Servicio de Inmigración y Naturalización en la cual se le negaba su aplicación para su extensión de visa y en la cual se le pedía “tome pasos inmediatos para efectuar su salida de los EEUU”.

En 1947, en su sexto intento, con un proyecto de ley privado se aprobó en el Congreso, a Hayato se le concedió su residencia permanente. Después de vivir 19 años en el país y luchar para evitar la deportación durante diez años, finalmente recibió alivio. Seis años más tarde, después de que se aprobara el Acto McCarran-Walter (en 1952) y se levantaron los prejuicios raciales de inmigración, pudo naturalizarse como estadounidense.

La historia de mi abuelo es extraordinaria por su éxito alcanzado. Hay muchas más personas quienes han luchado para obtener residencia legal en los EEUU por el mismo o mayor periodo y se les negó. Muchos fueron, y están siendo deportados a sus países de origen, destrozando familias. Otros, derrotados tras años de lucha, son forzados a la clandestinidad, viven indocumentados y bajo amenaza constante de expulsión. Este estrés puede afectar la psique e incrementar la depresión y los traumas mentales.

En 2012, el presidente Obama creó la iniciativa DACA para proporcionar alivio a aquellos traídos al país siendo niños, para que pudieran estudiar, trabajar y vivir sin miedo a la deportación. En 2017, el presidente Trump anuló esta política, sumergiendo en situaciones precarias a los 800 mil beneficiarios DACA y a sus familias. Al ser el nieto de un inmigrante, y el beneficiario del éxito final de su adquisición de estatus legal, no puedo evitar ver las similitudes de lucha entre mi abuelo y la grave situación de aquellos que enfrentan la deportación hoy.

Por accidente o por destino, nací en los EEUU y se me otorgan las garantías que corresponden por ser estadounidense. Como tales, estamos cargando en los hombros la buena fortuna de nuestras familias para que perseveren y se queden en este país. Por lo tanto, debemos no solamente apoyar a los Dreamers pero a todos aquellos que contribuyen a este país y trabajan bajo el yugo de estatus de ‘indocumentado’. El hacer mucho menos sería traicionar el legado de aquellos quienes vinieron antes y combatieron las olas de discriminación.