Rubén Espinosa fue amenazado, perseguido y finalmente asesinado por su trabajo de fotoperiodismo en Veracruz. Courtesía Excelsior

El fotoperiodista Rubén Espinosa no pudo contener su emoción la mañana del 16 de febrero de 2014, cuando la nueva edición de Proceso llegó a los kioscos: esa semana, la revista de investigación incluyó una foto tomada por Espinosa en su portada.

Emocionado, llamó a sus amigos; su madre compró un montón de ejemplares. Hoy, los mexicanos se refieren a esa portada como la imagen que le costó su vida.

Ilustración Gustavo Reyes

Era un retrato de Javier Duarte, gobernador del estado de Veracruz, con el titular “Veracruz estado sin ley”. La foto acompaña un artículo sobre el asesinato de múltiples periodistas bajo la administración de Duarte y el fracaso de los funcionarios públicos para investigar.

La fotografía de Duarte ―poco favorecedora, lo muestra con una expresión de enojo, su camisa de botones entallada que exhibe su talla grande y portando una gorra con una insignia oficial― era la representación estereotipada del policía mexicano perezoso y corrupto.
Manuel Buendía, un periodista mexicano asesinado en 1984, dijo una vez que “la crítica no molesta a los poderosos tanto como el ser desnudados con ironía y un refinado sentido del humor”.

En los meses que siguieron a la publicación de la portada, Espinosa se convirtió en el blanco de crecientes amenazas y acoso. Estaba siendo seguido, extraños lo esperaban afuera de su casa, fotografiándolo. En junio pasado huyó de Veracruz y se trasladó a la Ciudad de México, el lugar generalmente considerado un refugio seguro para periodistas que huyen de la violencia en sus estados de origen.

El sábado 1 de agosto, Espinosa fue encontrado muerto, junto con cuatro mujeres en un apartamento en la capital del país. Tres de ellas vivían en el inmueble y la cuarta era la encargada de la limpieza. Una de las mujeres era Nadia Vera, amiga de Espinosa y activista de derechos humanos, quien también había huido de Veracruz bajo amenaza.

Todos los cuerpos tenían señales de tortura, sus manos y pies atados con cinta adhesiva, y heridas de bala en la cabeza. Todas las mujeres habían sido violadas.

La tragedia marca un nuevo nivel de violencia, incluso para México: es la primera vez que un periodista es asesinado en la capital  durante su exilio. Ya no hay refugio seguro, no más Plan B. Dentro del territorio mexicano ya no queda lugar hacia dónde huir.

Como periodistas en los EEUU, no podemos hacernos de la vista gorda simplemente porque estamos al otro lado de la valla.

La intervención de la comunidad internacional es la única opción que queda; no podemos confiar en que un gobierno corrupto se haga justicia a sí mismo. México es ahora un estado completamente fallido en el que nadie puede distinguir dónde terminan los carteles y dónde comienza el gobierno.

Las organizaciones encargadas de la protección de los profesionales de los medios de comunicación se muestran indiferentes para actuar. Durante meses, Espinosa advirtió sobre las amenazas que estaba recibiendo y sólo tres semanas antes de su muerte, dijo durante una entrevista con Rompeviento TV que temía por su vida. El gobierno no movió un dedo para protegerlo. Las autoridades rápidamente trataron de etiquetar el móvil de la tragedia como “robo”, a pesar de que toda la evidencia demuestra que Espinosa estaba siendo perseguido por su trabajo.

Al escuchar la noticia, como editora de fotografía, lo primero que pensé fue en mi equipo. Espinosa se especializaba en la cobertura de los movimientos de justicia social; mis fotógrafos hacen lo mismo.

La mayoría de nosotros en El Tecolote podemos seguir el rastro de nuestro origen familiar de regreso hasta México. Uno no puede evitar pensar “Si no hubiéramos dado el paso a los EEUU, ¿quién de nosotros seguiría vivo? ¿Quién de nosotros se habría convertido en fotoperiodista si nuestras familias se hubiesen quedado en aquella patria? ¿Podría alguno de nosotros continuar en esta profesión si nos viéramos obligados a regresar?”

La portada de la revista Proceso muestra al gobernador de Veracruz, Javier Duarte. Luego de su publicación el 16 de febrero de 2014, el fotoperiodista Ruben Espinosa, autor de la fotografía, fue sujeto de amenazas y acoso. Courtesía Proceso

En medio del horror, queda el pequeño consuelo de saber que el trabajo de los periodistas sigue siendo importante; no estuvieran perdiendo la vida de no ser así. A los periodistas en México: su trabajo es más importante que nunca; infunde temor en los gobiernos corruptos que exhiben por medio de su trabajo. Ustedes podrán tener miedo, pero ellos tienen miedo de ustedes también.

Más periodistas han muerto en México en los últimos quince años, que la totalidad de los que cubrieron la Guerra de Vietnam. De acuerdo con el Índice Mundial de Libertad de Prensa, México ocupa el lugar 148 de 180 países en cuanto a libertad de prensa. Como periodista, resulta más seguro trabajar en Afganistán que en México.

Amigos de Nadia Vera, la activista encontrada muerta junto a Espinosa y otras tres, emitieron una declaración dos días después de los asesinatos: “No tenemos miedo y si vienen por todos y cada uno de nosotros, vamos a estar aquí esperándolos. Pero no nos encontrarán callados, ni rendidos ni doblegados”. Luego se dirigen a Vera: “Tu cuerpo fue mancillado, pero tu luchas y tus ideales se mantienen intactos”.

No permitamos que la vida de estos periodistas se pierda en vano, informémonos y leamos las investigaciones por las que dieron la vida. No deje de leer, demostremos que matar reporteros no matará a la verdad.