[su_label type=»info»]COLUMNA: EL ABOGADO DEL DIABLO[/su_label]

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Carlos Barón

Hace casi dos años decidí seguir los consejos de un amigo y comencé a cuidar al ‘número uno’.

“Hay una estupenda clase de aeróbics acuático en la piscina Garfield”, me dijo. “Pruébala”.

Lo hice. Un día fui a la piscina ubicada en una parte central de lo que ahora llaman el ‘Distrito Cultural Latino’, en una cuadra (Harrison entre las calles 25 y 26) llena de recuerdos de eventos del pasado que han marcado las vidas de aquellos quienes han vivido en —o cerca de— el Distrito de la Misión. Las celebraciones como El Día de los Muertos, partidos de futbol, el comienzo y el fin de relaciones amorosas, incluso balaceras —eventos que estremecieron a nuestra conciencia colectiva.

Sin embargo, mi encuentro con la clase de acuaeróbics fue un regalo inesperado. Fuera del agua, dirigiendo a cerca de 25 estudiantes que estaban en el agua, un joven afroamericano de unos cincuenta o sesenta años, llamado Ron Chism, contaba en voz alta: “Uno, dos, tres”, mientras repetían en el agua los estudiantes.

Siguieron contando por casi una hora, acompañando los ejercicios que Ron dirigía.

Él trabajó duro —después de veinte minutos estaba empapado en sudor. Al llegar al cien, lo que marcó el final de un ejercicio en particular, Ron sonrió y les dijo frases alentadoras, o declaraciones de amor muy simples pero profundas: “¿ya les dije que los amo”? (mientras con las manos hacia la figura de un corazón en el aire). “Te amo”

Cuando hablé con él recientemente, me dijo que utiliza el conteo para marcar la respiración de sus estudiantes.

“A veces nos olvidamos de algo tan simple e importante como respirar. Contar nos ayuda”, dijo Ron. “He estado enseñando por más de treinta años. Siento que ofrezco —la clase ofrece— una guía de vida a la gente. Me siento honrado que la gente venga a mi clase y que ojalá obtengan más de lo que esperan. Para mí, francamente la clase es como un recorrido espiritual, un lugar donde la gente se reúne… para amarse”.

La mayoría de los que asisten a la clase son mayores de 50 años.

“He tenido estudiantes de 80 y 90 años”, dijo.

No son muchos con el prototipo atlético; algunos padecen diversas dolencias o simplemente asisten por lo que Hamlet, en su famoso monólogo (“Ser o no ser”) llama las “contumelias” de la vida, pasar el tiempo.

Judy Brady, quien está llegando al final de sus 70 años, es una de las personas que asiste a la clase regularmente, pero actualmente no puede asistir debido a una fractura de cadera. Cuando la visité, le pregunté qué pensaba sobre la clase.

Sus respuestas eran rápidas y enfáticas: “Me siento totalmente aceptada y aceptable. No solo por los que trabajan allí, sino que también por los que están en la clase. Y Ron es el ingrediente más importante”, dijo Judy. “Él se toma el tiempo de investigar acerca de todos nosotros. Cuando estaba muy débil, sentí que Ron me cuidaba”.

Después de hablar con Judy y Ron, descubrí coincidencias claras y fuertes en sus palabras: ambos sentían que el éxito de la clase se debía al esfuerzo del grupo.

“El grupo los guía a todos”, afirma Ron. “La clase une a personas de diferentes experiencias, edades e  ideas, para que hagan algo juntos”.

“Lo hacemos porque nos beneficia a todos”, dijo Judy. “No lo hacemos por los otros, pero tenemos un objetivo en común el cual nos une, aunque estoy muy consiente que tenemos ideologías y experiencias diferentes. Ir rápido, ir solo, ir lejos, ir juntos”.

Ron compara la piscina con un abrevadero, donde los animales encuentran un espacio común: “En África, talvez lo has visto en películas o lo has leído, todo tipo de animales van al abrevadero a beber: la cebra, el elefante, el león… a beber, a compartir el agua. Presa y depredador parecen hacer un paréntesis en el abrevadero. En la clase, siento una verdad: la gente viene a quererse. Pienso que para eso es la vida: para enseñar a quererse los unos a los otros”.

¿Sera la piscina Garfield el abrevadero en la jungla de la Misión? ¿Por qué no? Ahí, todos los que están en la clase, al estar en el agua, rodeados de la energía positiva que compartimos, nos convertimos en flotadores agraciados, ingrávidos atletas, comediantes eternos, levantando al niño/a que todos llevamos dentro.

Cuando decimos que, “estamos hasta la coronilla”, usualmente lo hacemos con una connotación negativa, pero no es así en la clase de acuaeróbics para adultos mayores en la piscina de Garfield. Sumergidos en el agua hasta la coronilla, todos somos iguales —algo raro, sin duda.

“Talvez algún día, espero volver allí”, dijo Judy.

Te comprendo Judy. No puedo esperar hasta sumergirme otra vez en esa fuente de bondad nuevamente. Te estaremos esperando.