Gustavo Reyes

La primera vez que supe que Castro era alguien importante fue por un libro de Eduardo Galeano, aunque no es obvio el por qué. Tenía unos 12 años cuando, al estar leyendo uno de los primeros libros de los que tengo memoria, Galeano hacía crónica de las copas mundiales de fútbol.

A partir de la Copa del 62 en Chile en adelante, explicaba el contexto en que dicho campeonato se llevaba a cabo incluyendo esta frase: «Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas”.

Usaba exactamente la misma frase una y otra vez a lo largo del libro y yo, siendo un niño, que poco sabía de historia y política de la Guerra Fría, lo encontré entretenido al principio, después, entendí la relevancia de esta dosis de sarcasmo y descaro.

Fidel Castro más que un ícono revolucionario, fue la persona encargada de llevar los ideales a la práctica. No solo se quedó con el aplauso de la entrada triunfal a la Habana, además se encargó de cumplir, o intentar cumplir, las promesas y los ideales comunistas que José Martí, el Che Guevara y muchos otros habían ofrecido al pueblo cubano y, para la mala fortuna de sus detractores y de los intereses económicos estadounidenses, él era un necio.

Una persona obstinada, que no cedió cuando la crisis de los misiles puso a la isla en el centro de la tensión mundial; que no cedió después de los diversos intentos insurgentes en contra de su gobierno; cuando cayó la unión soviética o durante el periodo especial, ni después de cada uno de los cientos de atentados perpetrados en su contra. Especialmente no cedió cuando el expresidente de México, Vicente Fox, de forma tristemente infame le pidió: “llegas, comes y te vas”, para evitar el descontento de George W. Bush durante la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo en México en 2002; ante ello, la respuesta de Fidel fue llamarle ‘el cachorro del imperio’.

“Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla antes que consintamos en ser esclavos de nadie”. Fidel Castro, el necio, 1953.

Ayer, después de décadas de encabezar la Revolución Cubana y liderar al país durante periodos especiales y crisis económicas, cientos de atentados por parte de la CIA y muchos gobiernos republicanos y demócratas en los EEUU, Fidel murió en su cama.

Y no murió, sin antes haber visto al poder hegemónico de EEUU ceder y cuestionarse si las políticas contra los derechos humanos de los habitantes de la isla habían valido la pena. Recordemos que el año pasado de forma histórica Barack Obama reconoció que el embargo cubano nunca tuvo el efecto deseado en la isla pero que sí dañó muchísimo a su población. Así le entregaron la última carcajada, y aunque el poder del capital aún está muy lejos de abrazar los ideales de la Cuba Revolucionaria, Fidel se va de este mundo con la esperanza de ver a su isla fuera de la precariedad del bloqueo.

Hoy más que nunca, Cuba es el futuro, lo escucharon aquí primero.

“Yo me muero como viví”, reza la canción de Silvio Rodríguez que lleva por título ‘El Necio’ y es la mejor descripción y apología de la leyenda del hombre, del revolucionario, del dictador, del líder. La vida del que luchó con todo y contra todo y que no consagró la revolución que quería, si no la que le fue posible. Es simple, si quieres saber quién fue Fidel Castro, mira quiénes lloran su muerte y mira quiénes la celebran.

Ayer fue el último día de Fidel entre nosotros, pero el primero de su leyenda, una de las frases que me queda más grabada es que: “una revolución es una lucha a muerte entre el futuro y el pasado”. Por eso vamos, ¡Hasta la victoria siempre, comandante!