Art Verónica Solis

El aburguesamiento de San Francisco ha llegado a un nivel extremo y ridículo. Es la ciudad más cara en el país, superando incluso a Manhattan, hogar de Wall Street y sus magnates corporativos.

La crisis de asequibilidad es tan extrema que muchos de quienes llegaron a la Misión en la primera ola de aburguesamiento ocurrida cuando el auge puntocom en los años noventa, ahora lloran. Ni siquiera ellos pueden cubrir la renta de un apartamento de 2 habitaciones en la calle Valencia cuyo alquiler mensual asciende a $11.500. Se encuentran excluidos de sus ‘lofts’ y redes comunitarias por una nueva ola de empleados de la tecnología bien pagados que viajan en un autobús Google cada noche, causando que los alquileres y precios de la vivienda alcancen unos niveles de vértigo.

Si un trabajador de la tecnología bien pagado no puede permanecer en la Misión, ¿cuáles son las perspectivas para alguien como Jessica, una estudiante cuya madre trabaja como conserje? Nacida y criada en las calles 24 y Harrison, acudió a Causa Justa para que ayudaramos a su familia a mantener su hogar. Lucharon con valentía pero los desalojaron de su casa luego de 23 años, —un inversionista los obligó a aceptar una compra, amenazando con la Ley Ellis a todo el edificio de 9 unidades.

La Ley Ellis, aprobada por el lobby inmobiliario en 1986, permite a los propietarios eliminar las unidades de alquiler controlado del mercado para convertirlas en condominios a la venta. Es el sueño de todo especulador inmobiliario y la pesadilla a la largo plazo de cualquier inquilino. En particular en los barrios aburguesados, donde los precios inmobiliarios suben y hay un afán de lucro para desalojar arrendatarios de largo plazo.

La familia latina de clase obrera de Jessica está profundamente comprometida con permanecer en San Francisco. La ciudad es algo más que solamente su casa. Es el hogar de su familia que incluye tías, padrinos, primos y familia política. Es donde ellos han trabajado en el sector de servicios desde los años ochenta cuando muchos inmigrantes centroamericanos llegaron a la Ciudad Santuario, infundiendo políticas locales con una ética internacionalista. Es la colmena de redes de la comunidad, escuelas públicas y servicios sociales de barrio que respaldan a los niños mientras crecen y a los adultos conforme envejecen. Es eso que tiene un alcance que va mucho más allá de la familia nuclear que llamamos ‘comunidad’.

Comunidad es la sensación palpable de conexión que se siente en la tienda de la esquina de propiedad palestina en la calle Misión. El tendero tailandés que sólo habla español en la calle 16, donde por décadas los vecinos se encuentran en la calle, comprando tajadas de plátano recién hechas por un vecino hondureño, salsa picante vietnamita difícil de encontrar o la espinosa y deliciosa fruta rambután, mientras se escucha pop árabe pegadizo y canciones rancheras en la calle. La comunidad es el mostrador del almuerzo que ha servido la barbacoa sureña a los residentes de los SRO desde los días en que ese mismo edificio era una casa de vecinos, albergando a inmigrantes afro-americanos que llegaron desde el sur para construir el astillero naval en el Hunter’s Point.

Sus descendientes estan dispersos ahora hasta Antioch y Sacramento, sobre-representados en albergues para indigentes, ausentes de la calle Fillmore, antiguo centro de San Francisco de la cultura negra, ahora decorada con irónicas señales turísticas sobre el ‘Legado del Jazz’. LA Comunidad es el pastel tradicional ‘Tres Leches’ de la cultura mexicana, que la pareja interracial y homosexual compra en la panadería china todos los años, con la dedicatoria de “Feliz cumpleaños” puesta en él, para una pareja transexual que celebra su transición de género.

La comunidad es el tejido social formado por cada uno de estos temas inter-trenzados. No se le puede poner precio. Sin embargo, hay un precio —un precio enorme.

Para permanecer en San Francisco, la familia de Jessica ahora paga 40% más por su vivienda. ¿Acaso subió el salario de conserje un 40% este año? ¿El costo de vida disminuyó un 40%? ¿Consiguieron las tiendas mamá y papá que sirven a familias como la de Jessica reducir el 40 % del alza a los alquileres comerciales, para que fueran capaces de bajar los precios? Ni por casualidad. Por el contrario, la familia de Jessica hace que funcione tal como miles lo hacen, viviendo en condiciones de hacinamiento, reduciendo los costos en todo, desde la salud, el transporte y la comida.

Para las miles de familias como la de Jessica, la batalla para ampliar los derechos de los inquilinos se ha vuelto más importante que nunca. Sí, la construcción de viviendas asequibles es importante. Pero, por sí sola, no es suficiente. Desarrolladores sin fines de lucro luchan para ganarse la vida y mantener las unidades fuera del mercado e irónicamente, tienen que recaudar dinero de los mismos intereses corporativos que están arrasando a nuestras comunidades. La zonificación inclusiva —unas pocas unidades económicas dentro de la evolución del tipo de mercado enorme— es a lo sumo una gota en el mar y, a menudo, una operación de maquillaje utilizado para justificar enormes desarrollos de lujo que aceleran el ritmo del aburguesamiento. Si bien todas estas reformas tienen un lugar en una estrategia más amplia, los derechos de los inquilinos son cruciales hoy más que nunca. La manera más agresiva para aumentar la asequibilidad y la defensa de miles de familias de la clase obrera en San Francisco es regular el mercado de alquiler.

El año pasado, Causa Justa encabezó un esfuerzo para ganar una ley de penalización de la vivienda “sin complicaciones” contra propietarios que acosan, por lo que es más difícil para ellos expulsar a la clase trabajadora o doblar las rentas en San Francisco. También ganamos una batalla subjetiva. Hemos demostrado a nosotros mismos, a los funcionarios electos y a nuestras comunidades que se encuentran bajo el ataque, que el desplazamiento no es inevitable, que la normativa en materia de vivienda de mercado pueden frenar el desplazamiento, y que las comunidades afectadas puede encabezar la lucha para construir una San Francisco diferente —una que mantenga a la comunidad en su corazón.

¿Contra quiénes estamos?
¿Corporaciones de alta tecnología, desarrolladores de bienes raíces, el gobierno local? Las recientes protestas contra el autobús Google destacaron esta cuestión y la colocaron en los titulares nacionales. Algunos culpan a los trabajadores de la tecnología —muy bien pagados, gente blanca, principalmente jóvenes, que están llegando a raudales a comunidades de clase trabajadora de gente de color; trabajadores que a menudo tratan a nuestras comunidades como un colorido telón de fondo ‘étnico’ para sus vidas corporativas. Algunos culpan a la industria de bienes raíces —el ala más activa del sector financiero que tiene un dominio absoluto sobre la economía de California. La industria despiadada famosa por crear la crisis hipotecaria, encarnada ahora en ‘aletas’ que circulan como buitres alrededor de las casas victorianas de la Misión luego de que alguna familia de clase trabajadora ha sido desalojada, marcando con señales que anuncian la conversión de una unidad de renta controlada en un condominio de un millón de dólares.

Esta pregunta surgió durante una reunión a la que asistí recientemente, convocada por el Supervisor del Distrito 9, David Campos, en la cual organizaciones comunitarias se reunieron con representantes del sector tecnológico. Google, Facebook, AirBnB y una serie de pequeñas empresas de reciente creación se acercaron a Campos, con la intención de solucionar el problema de la mala imagen que la tecnología se ha ganado en el Distrito de la Misión. En lugar de dejar a las grandes empresas hacer un gesto simbólico a manera de relaciones públicas, el Supervisor Campos, para crédito suyo, convocó a organizaciones comunitarias de la Misión para que les pudiéramos expresar directamente nuestras preocupaciones.

Artwork Patrick Piazza

Fue esclarecedor, por lo menos, hablar directamente con los representantes de esas empresas. Me di cuenta de que pequeñas empresas de nueva creación tienden a tener un carácter diferente al de las grandes corporaciones. Sin embargo, de alguna manera, en el ojo público, las grandes corporaciones de tecnología mantienen un tipo de imagen ‘perpetua de comienzo’ —como si las guiara su pasión, creatividad y genio, mas no los miles de millones de dólares que hacen. Una pequeña investigación reveló que las grandes corporaciones alta tecnología son, de hecho, conocidas por su comportamiento similar al de un cartel. Existe una demanda pendiente, que busca compensar a decenas de miles de ingenieros cuyos salarios se mantenían artificialmente bajos. Los CEO de Google, Apple, Intel y Adobe han sido demandados por violar la Ley de Defensa de la Competencia, al conspirar entre sí de modo que ninguna de pueda reclutar ingenieros de las otras empresas que cuenten con salarios más altos, reprimiendo así los salarios de ingenieros en todo el sector con el fin de incrementar sus ganancias. Eso sin mencionar los autobuses wi-fi que trasladan a los trabajadores desde San Francisco hasta Silicon Valley exprimiendo por lo menos dos horas más de trabajo de cada empleado. Era irónico, entonces, escuchar a los representantes de las compañías defendiendo a sus empleados de las críticas de la comunidad. Si usted quisiera que sus empleados fueran tratados con más respeto, ¿no debería empezar por hacerlo usted mismo?

Lo que los representantes de estas corporaciones de tecnología (muchas de ellas tomando recientemente, posturas de ‘enlace con la comunidad’, en respuesta a la presión pública) escucharon de la comunidad fue el cómo trabajadores de la tecnología inundan la Misión creando el afán de lucro en los propietarios al sacar a la gente. Ya sea que los trabajadores sean conscientes o no de ello, son cómplices en el proceso de aburguesamiento. Las protestas contra los autobuses de Google han tocado fibras profundas al poner de relieve que el sector de la tecnología está facilitando el desplazamiento forzado de familias como la de Jessica, cuyos impuestos pagados durante décadas, han construido la infraestructura de la ciudad, mientras que las compañías de tecnología han esquivado la tributación. El reciente fallo de la Agencia de Transporte Metropolitano que requirió a estos enormes autobuses corporativos pagar $1 por parada fue como una bofetada a la comunidad. Jessica paga $2 cada vez que utiliza el transporte público —cada pasajero del autobús paga el doble de lo pagan estas empresas.

Tanto las corporaciones de tecnología como las industrias de bienes raíces deben asumir la responsabilidad de la crisis de asequibilidad en San Francisco. Culpar a los Bienes Raíces resulta una salida fácil para las empresas de tecnología que dicen ser ‘la innovación para el bien social’, ignorando el impacto que sus consejos de administración para la innovación tienen sobre las comunidades circundantes. Mientras tanto, Bienes Raíces felizmente permite a los trabajadores asumir la culpa por su especulación imprudente, escondiendo el mito de que el mercado de la vivienda es una especie de fuerza de la naturaleza, en lugar de una serie de relaciones de poder cuya responsabilidad recae en los seres humanos. En el fondo de cada ola de aburguesamiento, cada aumento masivo de los alquileres, cada conversión de un apartamento de renta controlada en un condominio de lujo es un sector financiero hay una poderosa industria financiera que no sólo da forma a San Francisco sino a California, en su conjunto.

¿Quién defenderá el corazón de san francisco?
Los gobiernos locales deben intensificar al desafío de hacer responsables a las corporaciones. Aceptar regalos de los magnates de la industria tecnológica como una manera de permitirles evitar el pago de impuestos no es ni sostenible como una estrategia, ni defendible moralmente. Dejar que la industria de bienes raíces nos tire un par de unidades económicas como una forma de evitar una regulación real del mercado de la vivienda no es sólo insuficiente para satisfacer las necesidades de accesibilidad —está fomentando el desplazamiento de las comunidades obreras de color.

En su discurso de “State of the City”, el alcalde Ed Lee se comprometió a defender las garantías de los inquilinos, luchar contra la Ley Ellis y construir viviendas asequibles. Sin una estrategia de responsabilidad corporativa, será imposible mantener estas promesas. ¿Qué obtiene la ciudad al privarse de los ingresos fiscales? Miles de millones de dólares llegan a San Francisco de esta manera, expulsando a comunidades de la clase trabajadora —y el dinero termina en las manos de unos particulares. Prometer ofrecer “Hogar para Todos” sin una estrategia agresiva de responsabilidad corporativa es como regalar sombrillas para afrontar un Tsunami.

Y es más grande que el alcalde. Cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la batalla por el corazón de San Francisco. Las personas afectadas, los colectivos de acción directa, las asociaciones de vecinos, las pequeñas empresas comprometidas con la comunidad, los trabajadores de alta tecnología explotados por sus jefes, todos tenemos una responsabilidad. Causa Justa organiza a gente como Jessica, a personas directamente afectadas por la crisis, que en lugar de ser víctimas son, a través de la lucha de la comunidad, protagonistas de la lucha por el corazón de San Francisco. Sabemos que apoyar al liderazgo de base es la única manera de cambiar el equilibrio de poder a largo plazo, y hemos construido una organización para desempeñar ese papel en el movimiento. Hay muchas más funciones que desempeñar —desde el trabajo jurídico y de políticas, a la acción directa en las calles, con la construcción de viviendas a precios razonables y el trabajo de sanación cultural y comunitaria. Si trabajamos juntos, seremos más fuertes. Tal como aprendimos en los años 90 en la Misión, debemos trabajar juntos a mayor escala que cualquier barrio si queremos competir con las poderosas fuerzas que conducen el aburguesamiento.

Hoy en día contamos con organizaciones en toda la ciudad como la San Francisco Rising y la Coalición Anti-Desplazamiento de San Francisco, dispuestas a pelear la batalla por el corazón de San Francisco. Si el gobierno local no nos está representando bien, entonces podemos hacernos oír —en las urnas, en las calles, en las oficinas centrales y las paradas de autobús, en los salones de la iglesia y el ayuntamiento.

El aburguesamiento no es natural. El desplazamiento no es inevitable. La gente común, cuando se reúne, puede cambiar el curso de la historia.

¿Vive en California? Firme la petición para derogar la Ley Ellis.

—Traducción Alejandro Álvarez-Bautista