[su_label type=»info»]El Abogado del Diablo[/su_label]

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Mi madre, Elba Parra Guzmán, fue una mujer adelantada.

Nacida en Chile en 1917, fue hija de Tránsito, una maestra primaria y de Carlos, cantinero en un club frecuentado por los poderosos de su época.

Margarita, la abuela de mi madre, fue una campesina analfabeta de Lo de Lobo, un pueblo sureño. A los 15 años de edad, Margarita fue prácticamente arrancada del jardín que cuidaba y llevada a caballo a Santiago, la capital de Chile. Emilio, el hombre que la subió a la grupa de su caballo, fue obligado a casarse, amenazado por la escopeta de mi tatarabuelo. Leandro, mi tatarabuelo, pronto descubrió que el robo era más bien un caso de amor a primera vista. Amor verdadero. Aunque la escopeta también era verdadera.

Pero esa es otra historia. En realidad, hay muchas historias por ahí escondidas, pero esta historia es acerca de mi madre.

Siguiendo las huellas de su madre, mi madre se hizo profesora. Una profesora amada, respetada (y temida) del Liceo Número 7 de Niñas, en Santiago. Era muy estricta, algo que demostraba tanto en su trabajo como en su hogar.

Según recuerdo (mis hermanas difieren) nunca nos puso la mano encima, ni a mí ni a mis tres hermanas. Para controlarnos, usaba un montonal de frases e historias. Si le íbamos llorando por algún pequeño dolor, físico o mental, nos decía: “¡Chutas! ¡Cuidado! ¡Eso pasa cinco minutos antes de morir!”. Una cura muy eficiente.

Si perdíamos algo y nos echábamos a correr con locura, como la famosa gallina con la cabeza cortada (me tocó ver un par de ellas cuando vivimos un rato en el campo), ella nos decía: “¿Y? ¿Dónde la viste la última vez? Bueno, ¡ahí tiene que estar! ¡No frieguen!”. Casi siempre, ahí estaba lo perdido.

Pero no es por eso que la llamo adelantada. Seguro que muchas madres también usan frases… o chanclas, para mantenernos en orden. Digo que era una adelantada, pues su actitud también mereció que le dijeran “discutidora” y “combativa”.

Fue una gran deportista. Jugó en varios de los primeros equipos de basquetbol en Chile, fue Campeona de Chile en los 100 y 200 metros y en salto largo. Popular entre compañeras y adversarias, fue elegida ‘Reina de la Primavera’ en 1944 y Capitana de sus diversos equipos.

Tenía una mente clara y no temía usarla, refutando estereotipos que aún existen respecto de los y las deportistas, considerados “limitados” intelectualmente. Si hoy en día es problemático que un deportista exprese ideas políticas o “fuera de lo deportivo”, ¡imagínese lo que fue para una mujer a fines de la década de 1930!

Pero ella igual defendió a las mujeres deportistas y su fama no se subió a su cabeza.

En entrevistas realizadas cuando ella era una deportista activa (1935-1945), leo, por ejemplo: “Soy una convencida que el cultivo del deporte por la mujer chilena constituye un factor de progreso y muestra de una cultura más avanzada. No me refiero en ese aspecto al deporte de competencia, o de sobresalir en forma individual, sino al deporte colectivo, que se practica con miras mucho más altas, como es la de formar un pueblo más sano y fuerte”. (La Patria, ciudad de Concepción, Chile. Abril, 1944.)

En otra entrevista, ella dice: “Hay hombres anticuados, que no son consecuentes con lo que dicen. Hombres que en teoría defienden y quiebran espadas porque sus hijas practiquen deportes, pero luego se echan atrás y les prohíben hacerlo. Estos hombres de antiguo cuño que en la práctica no hacen realidad de lo que dicen pensar”. (Que Hubo, p. 22, julio de 1938). Una última cita, de esta misma entrevista: “Otra cosa a la que atribuyo una importancia especial, es al hecho de que los entrenadores para los equipos femeninos, de cualquier deporte que sean, deben ser mujeres. Nosotras nos comprendemos mejor”.

Estas declaraciones le complicaron su vida. A pesar de su encanto, inteligencia y excelencia atlética, se encontró con poderosos enemigos. Por ejemplo, me contó que en 1939 fue seleccionada para representar a Chile en el Campeonato Sudamericano de Atletismo, en Lima. Perú. Pero el entrenador principal le impidió competir. “¡Era un nazi!”, me dijo, hace unos seis años atrás. “A él no le gustó lo que expresé acerca de que las mujeres debieran entrenar a las mujeres. Justo cuatro días antes de ese campeonato en Perú, hubo un gran terremoto al sur de Chile. Yo estaba ahí, participando en un evento deportivo y no pude regresar a Santiago en el día exacto que él demandaba. ¡Los caminos estaban bloqueados! ¡Llegué un día después! No me pudo echar del equipo, pero me prohibió correr… ¡y yo era la más rápida! ¡Nazi! ¡Un tipo feo!”

Mi madre murió hace cuatro años. Hasta sus últimos días, siguió pintando (empezó a pintar al cumplir los 80), leyendo y cantando. La figura central dondequiera que fuera.

El hecho de que hoy escriba esta columna, en gran parte, se debe a su constante insistencia: “¡Tienes que escribir más, Carlucho! ¡Tienes tantas historias! ¡Compártelas! ¡No seas egoísta!”.

Eso es lo que hago ahora: en celebración del Día Internacional de la Mujer, comparto pedacitos de la historia de mi madre: una mujer adelantada a su época.