[su_label type=»info»]Columna: El Abogado del Diablo[/su_label]

Foto: Ekevara Kitpowsong

Después de las recientes elecciones, hemos sido testigos y portadores de muchos sentimientos contrastantes y apasionadas reacciones, que van desde lo extremadamente positivo o lo negativo. En un ‘estado azul’ como describen a California, con la victoria del ‘agarra ch*ch*s’ de Donald Trump, la mayoría de la gente está ‘cantando los blues’. En San Francisco específicamente, hay mucho descontento con este nuevo presidente electo. Temor, ansiedad, arrepentimiento, disgusto, entre otros sentimientos negativos, dominan las conversaciones y tal vez incluso los sueños… hasta que la gente finalmente consigue quedarse dormida. ¿Qué va a pasar? ¿Qué se puede hacer? ¿Sobreviviremos?

La opción de mudarse a Canadá se sugiere por aquí y por allá, pero no en esta columna. Aquí, proponemos una receta distinta: educación y concientización —con mucho amor como ingrediente en la mezcla. Permítanme aclarar esa receta.

Entre ustedes tal vez sepan que este columnista también está involucrado en el teatro. De hecho, lo que más me gusta es actuar, pero es también lo que menos hago. Hay muchos otros deberes que cumplir a la vez en el tipo de teatro que prefiero, una especie de aventura comunitaria que elige enfocarse en el contenido de lo que se produce, pero que también claramente respeta la calidad del producto final. El plato final (o puesta en escena), que presentamos frente al público, debe tener una buena respuesta a la pregunta que escuché por vez primera de uno de mis profesores de teatro, cuando iba a la Universidad de California, Berkeley: “¿Y qué?”.

¿Qué es este, ‘y qué’?. Quiere decir que al principio, al medio y al final del proceso creativo, debemos preguntarnos: “¿Por qué hacemos esto?” “¿Para quién lo hacemos?” “¿A quién le va a importar?”

El pasado fin de semana, nosotros, (un grande y grueso ‘nosotros’, pues éramos muchos participantes) presentamos El Son de la Misión, “un viaje a través de la música oída, creada e interpretada en el Distrito de la Misión en los últimos 50 años, desde fines de los 1960 hasta el presente”. Los arreglos y composiciones musicales estuvieron a cargo de nuestro amigo John Calloway.

Habíamos comenzado el proceso casi dos años atrás, así es que el hecho de que presentáramos la obra en la semana de las elecciones presidenciales de 2016, fue un suceso que en inglés se llama ‘serendipity’. Es decir, una especie de hallazgo casual o afortunado.

Al parecer, para la mayoría de los participantes, no solo para los artistas sino también para el público que llenó el Teatro BRAVA en las dos breves noches que fue presentada, El Son de la Misión de verdad sirvió para elevar nuestros espíritus al cierre de una semana difícil.

Cuando comenzamos ese viaje, no imaginamos que Trump sería elegido (aunque no fuera electo por la mayoría de los votos populares), pero, en verdad, ¿qué se puede esperar de una democracia tan fallida? Al principio del proceso creativo, nos motivaba el deseo de ser incluyentes y de tratar de presentar en escena la enorme diversidad humana y musical que se encuentra en el Distrito de la Misión en los últimos 50 años. Queríamos que la gente que viniera al teatro se viera reflejada (junto a sus intereses) en escena. Teníamos que responder a esa pregunta, a ese ‘¿Y qué?’, de la mejor y más colectiva forma.

Con esta columna no solo pretendo compartir nuestra satisfacción por un trabajo bien hecho, sino también la satisfacción expresada por algunas personas que asistieron al show, además de algunos de los comentarios que hemos recibido a través de los medios sociales de comunicación. En el lobby del teatro, algunos de ustedes se mostraron conmovidos, felices, con sus espíritus elevados, con la nostalgia a flor de piel, con un futuro palpable. La luz al final del túnel se apreciaba claramente.

Aquí algunas de las frases escritas:

“¡Qué perfecta coincidencia, el ver esta obra en este tiempo tan oscuro de nuestra historia!”. Eso lo escribió Linda Luévano, ex-Superintendente Asistente de Educación del Distrito Escolar Unificado de San Francisco. Luego, Mario Flores, un ex-alumno mío en la Universidad Estatal de San Francisco, quien hoy es un activista educacional y líder del llamado Project Connect, dijo: “(la obra) nos dio mucha fuerza y sanación”. Finalmente, Rasheeda Celesdanc, de Los Ángeles, quien se encontraba de visita durante el fin de semana, y quien supo de la obra a través de una amiga, comentó: “He hecho algunas cosas desde que pasaron las elecciones, que me han dado esperanza y pensamientos positivos… Un gran ejemplo fue el asistir anoche al “show” del padre de una amiga, en el distrito de la Misión de San Francisco. Los medios de comunicación continuarán mostrando protestas que se salen de cauce, o hechos odiosos que se repiten… pero también hay mucho amor que se reparte y muy buenas conversaciones que invitan a seguir adelante, juntos”.

Puesto que no contamos con críticas o comentarios más formales de la obra… y volviendo al título de esta columna, “Mi Gente, ¡el amor es más fuerte que el odio!”, es que incluyo esas citas. Creo, feliz, que hemos sabido responder a esa pregunta, “¿Y qué?”. Estamos felices de haber repartido felicidad. Una vez más, quiero incluir esa frase, que debiera ser una especie de mantra para el Distrito de la Misión: “¡La Cultura cura!”.