La gente se congrega en el Garfield Park el 2 de noviembre para conmemorar la procesión anual del Día de Muertos y exposición de altares. Foto Elisa Parrino

Juan Pablo Gutiérrez —de 62 años de edad, quien desde hace tres décadas ha luchado con vehemencia contra los que tratan de sacar provecho de la tradicional procesión del Día de Muertos en San Francisco el 2 de noviembre— tenía esa noche el aspecto de un hombre desquiciado.

“He estado muy enfermo desde enero”, dijo Gutiérrez, días antes del evento, sus palabras tal vez mejor ilustradas por su figura demacrada y un bastón de metal, quien solía estar erguido con la espalda recta. “Pero no me doy por vencido”.

Y demostró su determinación esa noche.

Cuando los abanderados de la procesión (12 en total, cada uno con un estándar de bambú cubierto con un recorte del cocodrilo azteca señor Cipactli) se alineaban en la esquina de las calles 22 y Bryant, Gutiérrez, dirigiendo sus piernas hacia la ola masiva de caras pintadas de calaveras, mantuvo sus pasos durante la caminata de milla y media a través de la Misión, la cual marcó el aniversario 32 de esa procesión.

Juan Pablo Gutiérrez en su casa ubicada en el Distrito Fillmore en San Francisco. Foto S. Thollot.

“Desde que me comprometí hace 33 años, decidí nunca fallar a nuestro lema: Nuestros muertos no están en venta”, dijo Gutiérrez, quien es miembro fundador y director de El Colectivo del Rescate Cultural, que presenta la procesión anual sin la ayuda o financiamiento del gobierno o corporativo alguno, y sobrevive únicamente gracias a ingresos obtenidos con la realización de rifas y donaciones.

“Nosotros nunca hemos recibido dinero. Y no tenemos la intención de hacerlo durante el tiempo que me quede de vida”, declaró Gutiérrez.

Esa falta de apoyo financiero no ha impedido que la gente lo intente. En un tono que es más de orgullo que jactancioso, Gutiérrez habla de la vez que un conglomerado deportivo se ofreció a comercializar sus productos en Garfield Square Park durante la procesión por $100,000 al año durante cinco años. Gutiérrez les rechazó la oferta. Otro año, Ford llegó y se ofreció a disfrazar sus camiones modelo como esqueletos para participar en el evento. Gutiérrez tampoco titubeó en negar la proposición.

“Todo nuestro objetivo ha sido rescatar algo que ha sido muy especial”, dijo Gutiérrez. “Estaba allí antes de que llegaran los españoles”.

San Francisco tuvo un día de la procesión del Día de Muertos antes de que Gutiérrez llegara en 1982. La primera procesión en la ciudad fue organizada por René Yañez, co fundador de la Galería de la Raza. Pero su dirección fue finalmente entregada a Gutiérrez, que ya tenía experiencia al haber comenzado una procesión similar en Austin, Texas.

Fue allá, donde comenzó la educación de Gutiérrez. Su abuela, Antonia Sánchez, leía el tarot; nacida en Laredo, su familia abrió la primer lechería en Monterrey, México, durante la época de Pancho Villa. Ahí es donde nació Gutiérrez.

“He estado rodeado de curanderos y artes curativas desde que era un bebé”, dijo, revelando que en realidad nunca había visto un médico hasta la edad de 8. “No es algo que simplemente aprendí. Es algo con lo que nací”.

—Traducción Alfonso Texidor