El letrero de La Pulguita se pone a primera hora de la mañana, a las 8 a.m., para los vendedores y asistentes al mercado, el 26 de junio de 2019. Foto: Iván Hernández

La Pulguita, el vibrante mercado callejero comunitario que sucede cada sábado en un estacionamiento que conecta la avenida Julián con la calle Misión (entre las calles 15 y 14), por fin ha recibido luz verde, así como un año de financiamiento para continuar sus operaciones. Los esfuerzos por legitimizarlo han sido constantes desde finales de 2017, pero aun cuando su permiso fue aprobado a mediados de mayo, no había garantías de su supervivencia a largo plazo.

Por ahora, sus costos actuales —empleados y permisos para cerrar la calle— son cubiertos por los fondos ‘addback’ de la ciudad, recursos asignados a cada distrito para necesidades urgentes después de que el presupuesto de la ciudad es ejercido.

“La supervisora Ronen continuará invirtiendo en esto mientras funcione”, dijo Carolina Morales, asistente legislativa de esa funcionaria del distrito 9. “Esperamos que la alcaldesa pueda ser una aliada para proveer fondos de largo plazo”.

Fondos adicionales vienen de SF Armory LLC, el nuevo dueño de San Francisco Armory, un edificio histórico ubicado en la esquina de Misión y la calle 14, que será usado para oficinas y manufactura. “Queremos que más compañías como esa inviertan en soluciones reales para lo que la desigualdad está creando”, dijo Morales.

La oficina de Ronen y los dirigentes de La Pulguita han puesto mucho tiempo y esfuerzo en crear una solución que, esperan, continúe recibiendo fondos, ya sea públicos o privados. En el transcurso de un año, Morales y Ronen realizaron una serie extensa de reuniones con vecinos, organizadores del mercado, representantes del Departamento de Obras Públicas, la Agencia Municipal de Transporte de San Francisco y los departamentos de policía y bomberos.

Uno a uno, los obstáculos fueron superados, mientras vecinos y oficiales de la ciudad se convencieron de dejarles intentar esta solución. “Finalmente recibimos el ‘sí’. Lo que se había intentado antes no estaba funcionando”, dijo Morales. Antes de su designación oficial como La Pulguita, los nuevos vecinos solían no notar la diferencia entre la vendimia ordinaria de la calle y lo que los vecinos llamaban ‘actividades ilegales’. Los residentes cercanos se sentían frustrados por la obstrucción de las banquetas cuando los vendedores estaban ahí y por la basura acumulada al finalizar. La policía recibía muchas llamadas sobre estos problemas y pleitos frecuentes se desataban.

La vida antes de La Pulguita también era más difícil para los vendedores sin permiso. Tenían que estar preparados para huir en cualquier momento —o arriesgarse a recibir una multa que no tenían manera de pagar—. “Las personas solían usar maletas para más fácilmente empacar sus cosas cuando veían venir a la policía”, dijo Morales. “Luego desempacaban cuando la policía se había ido”.

Muchas de las quejas originales venían de residentes de departamentos relativamente nuevos aledaños. Uno de estos edificios, Vara, utiliza discurso publicitario para sugerir un estilo de vida lujoso pero ganado con esfuerzo: “Este es tu tiempo. La vida que has creado es una por la que trabajas duro, y mereces disfrutar cada segundo”, se lee en la página web de Vara.

La página también describe al distrito Misión en términos exultantes, usando frases como: “Casa de una mezcla ecléctica de artistas, jóvenes profesionales y residentes de toda la vida, encontrarás auténtica comida mexicana, llamativo arte callejero… justo afuera de tu puerta”.

Algunos de esos ‘residentes de toda la vida’ a los que el sitio se refiere han sido desplazados fuera de la ciudad por la rápida gentrificación. Por ejemplo, un estudio de 2015 realizado por el analista de presupuestos y legislaciones de la Junta de Supervisores citó un descenso continuo en la población latina de la Misión, de 60 por ciento en 2000 a 48 por ciento a la fecha del estudio.

El que los nuevos vecinos realmente quieran convivir con residentes de toda la vida “justo afuera” de su puerta es debatible (Vara no respondió a las peticiones de comentarios). “Estas personas blancas dicen que quieren cultura, pero no la quieren enfrente de su casa”, dijo Roberto Hernández, activista y vecino de la Misión.

Los mercados al aire libre han sido una tradición en San Francisco por décadas, una tradición que es parte de la cultura de las comunidades inmigrantes. Larisa Pedroncelli, organizadora de La Pulguita y miembro de United to Save the Mission (Unidos para Salvar a la Misión), dijo que el mercado refleja este legado cultural: “Muchos viejos vecinos están emocionados por este mercado”, dijo y agregó: “Nos gusta estar afuera, nos gusta reunirnos en plazas abiertas, encontrarnos, divertirnos”.

John Brett, coordinador de sitio en el vecino Gubbio Project de la Iglesia San Juan Evangelista —el cual atiende a personas sin hogar y se encuentra en la misma calle que el mercado callejero— se ha impresionado con el éxito de La Pulguita, después de haber tenido sus dudas: “Una cosa que encontré provechosa fue que la supervisora Ronen y su equipo estuvieron dispuestos a hacer ajustes para que todos fueran escuchados”, dijo.

Un ajuste al que los organizadores accedieron fue invertir la orientación del mercado para que la mayoría de la acción estuviera más cerca de la calle 14 y más lejos del final de la calle, que es más residencial. Incluso las personas a cargo de Arriba Juntos, un mercado que funciona desde hace décadas, estaban preocupadas por el plan. El mercado callejero Arriba Juntos opera en el estacionamiento anexo al edificio del mismo nombre (la calle Julián, donde La Pulguita ahora se realiza, corre perpendicular a ese lote). Los vendedores y líderes de este mercado callejero que cuenta con permisos de la ciudad estaban preocupados de que los vendedores de La Pulguita trajeran consigo el caos y las peleas que antes habían caracterizado al mercado de banqueta.

Una vez fueron asegurados por Morales y Ronen que cualquier problema en La Pulguita ocasionaría su clausura, Arriba Juntos dio un voto de confianza. La prueba de seis semanas del proyecto fue un éxito rotundo. No hubo quejas de vecinos y, después de dos meses de pausa para finalizar permisos con la ciudad, reabrió definitivamente a mediados de mayo.

Ahora La Pulguita opera como una máquina bien aceitada. Los vendedores hacen fila antes de que el mercado abra a las 8 de la mañana, reciben una credencial en un cordón (con una caricatura de una pulga en ella, diseño del artista local, Sirron Norris) y le es asignada una de las 54 mesas.

Los vendedores de La Pulguita representan la rica diversidad de San Francisco. Unes es marroquí y solía ser chofer de Uber; el dinero que gana vendiendo hardware, ropa y accesorios lo ayudó a pagar su renta de abril y mayo. Ming Lei vive en Excélsior y utiliza el ingreso del mercado para ayudar a pagar su renta y comprar comida. Calvin algunos sábados atrás, estaba vendiendo un decantador de vino, hecho de cristal. Él no bebe, así que no le pondría vino pero dijo, en tono de broma, que pondría adentro a un genio. Al preguntarle qué desearía, Calvin contestó: “Ser un millonario con una inmensa mansión y un coche caro”. ¿Donaría algo de su dinero? “Oh sí, sería muy generoso”.

Harold Lee Brown, un activista y franco defensor de comunidades marginadas de San Francisco, es un comprador regular en La Pulguita que cree que la alcaldesa Breed debería fondearlo indefinidamente.  Los hallazgos de Brown en un sábado reciente incluyen una varita de Lord Voldemort con valor de $52 —en su caja— por $5 y doce pares de calcetines para diabético por $15.

Mientras el costo de vida en San Francisco se aleja cada vez más del alcance de muchos de sus antiguos residentes, los recursos comunitarios como La Pulguita se vuelven aún más críticos para los vendedores y compradores que luchan para llegar a final de mes.