Rosario Ortegón, de 56 años de edad, nunca pensó que enfrentaría problemas de salud mental. Como madre dedicada a sus tres hijas e inmigrante mexicana viviendo en San Francisco, había pasado su vida enfocada en su familia. Pero cuando se fueron de casa para construir sus propias vidas, un estado de angustia inesperado la invadió.
Comenzó de forma gradual —principalmente por las noches—. Se quedaba despierta en la cama, “dando vueltas y vueltas”, sin poder dormir. Naturalmente, recurría a la Virgen de Guadalupe, que cuelga sobre su cama, preguntándose: “¿Por qué me siento así? ¿Qué me está pasando?”. Aunque esas oraciones le traían un consuelo momentáneo, los sentimientos no desaparecían.
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Ortegón recuerda con cariño los momentos en casa con sus hijas y su esposo, los fines de semana que pasaban “todos juntos, desayunando y platicando en la mesa, o saliendo a comer en familia”. Ahora, es difícil volver a un hogar en silencio, reconoce. Está agradecida de ver a sus hijas “volando con sus propias alas”, pero estando sola en casa, a menudo llegaba a sentirse como “un león enjaulado”. Al igual que muchas madres y muchos padres, “nunca pensó en el momento en que sus hijas se irían para hacer su propia vida”.
Sus síntomas nocturnos pronto comenzaron a manifestarse durante el día también. Empezó a tener episodios repentinos de llanto y una sensación profunda de “querer salir corriendo”. Cuando su corazón comenzó a acelerarse con palpitaciones, decidió acudir al médico.
Después de un electrocardiograma, su médico empezó a hacerle preguntas sobre cómo se había sentido en las últimas semanas. Finalmente, le diagnosticaron ansiedad acompañada de taquicardia, una condición caracterizada por un ritmo cardíaco anormalmente acelerado.
Fue un shock: ella, como muchas personas que experimentan cambios en el comportamiento, pensaba que “la salud mental era un concepto ajeno a mí. Eso no me va a pasar a mí ni a mi hija, ¿verdad?” Fue entonces cuando se dio cuenta de que “no importa el momento ni la edad, la salud mental también puede afectarte”.
Reconoció que la salud mental no se discutía en su casa, ni tampoco era un tema presente en su crianza dentro de la cultura latina. “Entre nosotros los latinos, nunca escuché a nadie hablar de eso [la salud mental] y solo era para los que estaban locos”, y tratamientos como la terapia ni siquiera eran una opción. Desde entonces ha cambiado su forma de pensar y está tratando de desestigmatizar la conversación en torno a la salud mental.
Los medicamentos por sí solos no le ofrecieron mucho alivio, así que Ortegón recurrió a otra cosa: su comunidad. Comenzó a ser voluntaria en el Centro Comunitario de la Raza y en el Centro de Recursos Familiares El Buen Samaritano. Allí coordinaba donaciones, repartía alimentos y encontró un renovado sentido de conexión. “Eso me ayudó muchísimo”, dijo.
Pero quizás la decisión más importante fue una que tomó por sí misma: el año pasado, su hija mayor la invitó a regresar a México con la familia. La idea era tentadora. Después de 25 años en San Francisco, extrañaba a su madre, a quien no había visto en décadas. Pero algo dentro de ella le hizo dudar. Por primera vez en muchos años, sentía que estaba construyendo algo propio. Así que decidió quedarse.
“Este año que viene es uno que he necesitado tomar desde hace mucho tiempo, y tengo que hacerlo por mí misma”. Ahora espera continuar su camino de crecimiento personal y fortalecer sus lazos con la comunidad tomando clases de inglés, de computación, incluso estudiar para obtener su diploma de escuela secundaria o GED.
Ortegón está afrontando este nuevo capítulo de su vida con calma y determinación. Ahora ve la salud mental de una forma distinta. Cree que debería formar parte de los chequeos de rutina, igual que las pruebas para la diabetes o la presión alta. Más que nada, quiere que otras madres y padres latinos sepan: también te puede pasar a ti —y está bien.
“No hay una sola solución. Pero cuidarte a ti mismo… ahí es donde empieza todo”.
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