[su_label type=»info»]Actualizado el 23 de agosto de 2018[/su_label]

Policía antidisturbios respondió en contra de ciudadanos nicaragüenses que protestan por el gobierno de Daniel Ortega. Cortesía: Republica.gt

Pamela Harris, es una profesionista de marketing de 43 años de edad, de San Francisco, que pasó un año sabático en Nicaragua de enero a julio de 2018, cuando el país entró en su mayor crisis desde la revolución nicaragüense de 1979. Lo que sigue es la primera parte de su recuento de hechos sobre el comienzo de la crisis actual y del por qué continúa.

Nicaragua, como lo conozco, ya no existe. Donde una vez vi a cientos de turistas caminando alegremente por las calles de León, o sentados tranquilamente en uno de los muchos restaurantes al aire libre, o revoloteando por una de las docenas de mercados, descubrí que era la única gringa que caminaba esas calles, comiendo en esos restaurantes y comprando en esos mercados. El turismo estaba muerto. Las carreteras que solían agruparse con taxis, puestos de tortillas y otros vendedores se sentían inquietantemente vacías, con muchas tiendas cerradas o abiertas solo por ciertas horas al día.

Fue el 18 de abril de 2018 que Nicaragua, tal como lo conocemos, cambió para siempre. La gente salió a la calle en protesta por el anuncio del presidente Daniel Ortega de aumentar los impuestos y disminuir los beneficios a fin de apoyar un sistema de seguridad social fallido.

El gobierno, a su vez, respondió violentamente, en lo que se ha convertido en una de las peores crisis en la historia reciente de América Latina. Desde el 30 de mayo (Día de la Madre en Nicaragua) hasta el 19 de julio, el gobierno nicaragüense lanzó un ataque contra los manifestantes, abriendo fuego directamente contra su gente. Un poco más de cien días después, hay más de 450 muertos, 2,800 heridos y 700 siguen desaparecidos.

La Asociación Nicaragüense de Derechos Humanos ha descubierto que casi el 90 por ciento de los asesinados hasta ahora han sido civiles, las personas que protestan contra el gobierno. El otro 10 por ciento ha sido policías y paramilitares del gobierno.

El primer día de esas protestas en todo el país, estaba caminando por las calles de León con un amigo para almorzar. Habíamos escuchado que podría haber protestas ese día, pero en ese momento no tenía idea de la magnitud que tomarían estas protestas. Si bien parecía haber algo de tensión en las calles —personas corriendo en varias direcciones, el sonido de lo que pensé que eran petardos en el fondo— simplemente no entendimos lo que estaba por suceder hasta que escuchamos a la gente gritar:

“¡No vayan por esa calle!”

“¡Métanse ahora!”

“¡Salgan de las calles!”

Al Carbón, un restaurante en León, Nicaragua, fue incendiado el 19 de abril de 2018, durante la primera noche de protestas con resultados mortales en contra del presidente Daniel Ortega. Foto: Pamela Harris

Así que nos metimos en el restaurante más cercano y poco después nos encontramos con un puñado de otros clientes y, a través de las grietas de las puertas de entrada, vimos una batalla afuera entre la policía (vestida con uniformes azules) y los estudiantes (con mochilas). Vimos a la policía atacar a los estudiantes con gas lacrimógeno y con lo que pensamos que eran balas de goma, y ​​los estudiantes respondieron levantando los ladrillos de las calles para construir barricadas y lanzando rocas.

Después de aproximadamente dos horas, la batalla en el exterior se calmó y se consideró seguro partir. Me despedí de mi amigo y comencé a caminar de regreso a casa, hasta que me di cuenta de que todavía no era seguro, y de nuevo me metí en la puerta más cercana, un hotel local.

Esa noche, la ciudad de León se paralizó mientras continuaba la batalla entre los manifestantes y la policía. La policía apagó la electricidad en el centro de León y las calles fueron designadas como de ‘no pasada’: nadie entraba y nadie salía. A pesar de que vivía a menos de dos kilómetros de distancia, el gerente del hotel dijo que probablemente no era seguro para mí regresar a casa esa noche, y que debería planear quedarme allí. Llamé a mi amigo taxista y me confirmó que las calles no eran transitables debido a las muchas barricadas que se levantaron, y que no podría ayudarme a llegar a casa.

Entonces, desde la entrada del hotel, observé la noche. La gente corría, con la boca cubierta por pañuelos, sudando por el calor y gritando:

“¡Tienen armas!”

“¡Necesitamos más agua!”

“¡Están atrapados en ese edificio!”

Tenderos y propietarios de hoteles (incluido el hotel en el que me encontraba) se acercaron a esas personas para ofrecerles comida y agua, solicitar información y brindar atención inmediata a los heridos.

Después de unas horas, aún sin entender completamente la magnitud de lo que estaba sucediendo, me di cuenta de que simplemente regresaría a mi apartamento. Así que caminé esos dos kilómetros de vuelta a casa, en el campo de batalla, en medio de los sonidos de lo que más tarde me enteré eran disparos. Pensé que si me mantenía alejada de las calles principales, pegada a las bardas, corría en las sombras y apagaba mi teléfono para que la luz no me delatara, entonces nadie me vería, y estaría a salvo.

Poco sabía, que para la mañana más de 20 personas habrían muerto, docenas más estaban heridos, arrestados y desaparecidos, y el restaurante que acababa de estar en la tarde anterior, habría sido incendiado por completo.

Los manifestantes ahora están exigiendo la renuncia de Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, y pidiendo nuevas elecciones. Ortega y Murillo se han negado a renunciar y han negado toda responsabilidad por los homicidios, en cambio culparon a la violencia de los golpes internacionales que buscan su expulsión.

Hoy en día, es común ver a la policía sandinista fuertemente armada y las fuerzas paramilitares entrar a la ciudad en convoyes conocidos como ‘caravanas de la muerte’. Disparan a la gente en la calle y sacan a la gente de sus casas, para no ser vistos de nuevo. Atacan iglesias donde la gente se esconde y queman las casas de los líderes opositores de Ortega.

Mientras que algunos llamarían a lo que está sucediendo en Nicaragua el equivalente a una guerra civil, no lo es, porque la gente está desarmada y el gobierno, bajo la orden directa del presidente Daniel Ortega, está masacrando a sus propios ciudadanos.

El gobierno también ha comenzado a aplicar una nueva ley ‘antiterrorista’, que esencialmente criminaliza a cualquiera que participe en protestas antigubernamentales con penas de entre 15 y 20 años de prisión.

Segunda Parte

Nicaragüenses protestan por las reformas al sistema de seguro social impuestas por Daniel Ortega, el 18 de abril de 2018. Foto: Jan Janssens

Viví en Nicaragua los últimos seis meses y he sido testigo de la pobreza y la corrupción. El presidente Daniel Ortega, quien se convirtió en un líder visible en Nicaragua en 1979, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocó a la dictadura de la familia Somoza, ha servido elecciones presidenciales en 1979, 1990, y nuevamente en 2007. Durante ese tiempo, lentamente ha erosionado toda forma de democracia en el país. Eliminando los límites de los plazos presidenciales y re-ordenando todas las regulaciones de negocios en el país para el beneficio propio, el de su familia y el de aquellos creyentes de su partido sandinista.

Mientras los sandinistas eran antes un partido para la gente que contaba con programas cívicos diseñados para incrementar los niveles de alfabetismo, volver los servicios de salud más accesibles y ayudar a las personas a salir de la pobreza extrema, el partido se ha convertido gradualmente en un vehículo para beneficiar a los aliados políticos de Ortega.

El partido se ha apoderado de todas las ramas del gobierno (incluida la policía y el ejército) y posee o controla la mayoría de los medios de comunicación. El mismo Ortega ha llegado a cambiar la constitución para poder ser reelegido. Disminuyó el porcentaje de votos para que se pudiera declarar la victoria. Él también ha posicionado a su esposa, Rosario Murillo, en el puesto de vice presidente de Nicaragua, y en el proceso ha acumulado una riqueza de cincuenta millones de dólares.

Por más de una década, las políticas de Ortega han sido caracterizadas por ser alianzas con el sector privado y grandes empresas, tanto locales como extranjeras. Él ha implementado recortes de impuestos para las corporaciones, creado ‘zonas de libres comercio’, casi elimina de la ley a los sindicatos independientes de trabajadores y ha hecho grandes rebajas a la seguridad social (una acción que provocó inquietud al pueblo).

Como el antiguo embajador nicaragüense en las Naciones Unidas, Alejandro Bendaña lo dijo “Él (Ortega) mismo ya no es sandinista. Sí, las trampas, los colores siguen ahí, pero todo su gobierno ha sido, en esencia, neoliberal. Entonces se convierte en autoritario, represivo”.

Mientras la riqueza y la prosperidad de Ortega y sus aliados es plenamente evidente, la gente de Nicaragua está empobrecida. El país ha sido identificado como el menos desarrollado y pobre de todo Centro América. Más de 46 por ciento de nicaragüenses viven por debajo de la línea de pobreza, sobreviviendo con tan solo un poco más de un dólar al día. El nivel de desempleo es de más de 12 por cierto, pero en las áreas rurales asciende a un 20 por cierto.

No debería de sorprender entonces que los nicaragüenses están actualmente gritando en las calles: “¡Ortega, Somoza, son la misma cosa!”

La vida en Nicaragua

Una casa pequeña en Nicaragua, ubicada a un lado de un ducto de agua y cercana a la fábrica que posee en presidente Daniel Ortega. Hogares como este son comunes en ese país, uno de los menos desarrollados en Latinoamérica. Foto: Pamela Harris

Durante mis viajes, visité muchos pueblos pequeños y grandes ciudades a la orilla de la playa. Encontré que únicamente las compañías en las que Ortega es propietario tienen agua. Vi con como una pipa de agua sobrepasaba todas las viviendas locales para ir directo a una de las maquilas.

Desde restaurantes, hoteles hasta viviendas locales, el agua solo era accesible vía tanques de agua, los cuales eran llenados semanalmente por un camión. Si dicho camión te saltaba (lo cual me pasó al menos una media docena de veces) tienes que pagar extra para que te resurtan.  Además, los tanques de agua usualmente no vienen incluidos en la propiedad. Tienen que ser comprados. ¿No tanque? No agua. Lo mismo pasa con los tanques sépticos. No tanque específico. No baño.

En un pequeño pueblo playero en el que me hospedé, había un oleoducto propiedad de Ortega que pasaba por ahí. Ningún habitante de la región era empleado de esa compañía, solo venezolanos. Me dijeron que los venezolanos obtuvieron hospedaje gratuito, junto con un salario mensual de 800 a 1200 dólares. No estoy segura porque los lugareños no son empleados de dicha compañía pero algunos dicen que esa acción está vinculada a un contrato que Ortega tenía con los venezolanos, o tal vez es por acuerdos políticos del partido sandinista.

Entre 40 por ciento y 60 por ciento (80 a 90 por ciento en los pueblos) de todas las casas que vi eran lo que los lugareños llaman casas de plástico, refiriéndose a que algunas o todas las paredes de la casa son hechas de hojas de plástico. A mi me recordaban a las bolsas de plástico Glad. Me dijeron que las paredes de plástico puede durar entre tres y seis meses, después de ese periodo el plástico empieza a freírse y necesita ser reemplazado. Estas viviendas no tienen piso, así que cuando llueve (algo muy frecuente), el piso se convierte en lodo.

Las casas más ‘lindas’ no están hechas de plástico, sino de piezas de madera y metal, en ocasiones, ladrillos hechos a mano. Pero muchas de ellas también carecían de piso.

Mi tutor de español, un joven universitario de 21 años, me dijo que las mujeres en su familia, y en todo Nicaragua, tienen tres opciones en la vida: cocinar, limpiar o vender sus cuerpos para vivir. Las tres son vistas como oportunidades iguales. Su tía de 65 años sigue trabajando como prostituta.

La abuela de mi amigo, a la edad de 70, sigue cocinando y vendiendo tortillas en la calle. Hay una joven de 17 años que vivía cerca de mí, en una casa gigante a un lado de la playa, la cual fue construida por un señor de 68 años proveniente de Texas. Ella tiene un hijo de él y está esperando el segundo. Me dijeron que muchas mujeres en Nicaragua son alentadas por sus familias para llegar a este tipo de situaciones, para así salir de la pobreza.

La buena lucha

Entonces, se preguntará, “¿por qué los nicaragüenses se están revelando en contra de su propio gobierno?” Yo contestaría que están cansados de ser engañados, de vivir en la pobreza, de la falta de oportunidades, de otra dictadura que se está beneficiando de su tierra y dejándolos en la hambruna. La respuesta violenta del gobierno hacia las protestas solamente añade leña al fuego.

A partir del 19 de julio, el gobierno oficialmente comenzó una “operación limpieza” y Ortega ha anunciado que la situación en el país tiene que volver a su estado normal. Sin embargo, los policías y los paramilitares continúan yendo puerta por puerta, buscando y arrestando a aquellos que han participado en protestas. Por este tipo de tácticas de intimidación y de terrorismo por parte del gobierno, es que la situación está muy lejos de ser normalizarse para muchos nicaragüenses.

A este punto, la mayoría de las personas quieren fuera a Daniel Ortega, para así llevar a cabo elecciones verdaderas y reconstruir su decadente economía. Pero con el poco apoyo que reciben de la comunidad internacional, es seguro que esto será un largo y doloroso camino. Es un camino que muchos se han comprometido a tomar, todo por el amor a su patria y el deseo de libertad.