Un largo y oscuro ciclo de la convulsionada vida política chilena parece haber terminado.

Con el triunfo de Gabriel Boric en la última elección presidencial, un nuevo ciclo comienza.

Boric, candidato de la coalición izquierdista Apruebo Dignidad, obtuvo una clara e indiscutible victoria. En marzo, se convertirá en el más jóven presidente electo en la historia reciente mundial.

En 2021, la euforia popular y las celebraciones callejeras fueron similares a lo vivido en 1970, después de la elección de Salvador Allende. Pareciera como si las semillas plantadas en 1970 volvieran a brotar.

Es importante comparar ambas elecciones. La historia enseña que solo educándonos evitaremos repetir nuestros errores. Por eso, urge recordar que —en 1973— Allende sufrió un golpe de estado, apoyado por los EEUU. Apenas completó tres años de gobierno.

En 1970, el mundo sufría una Guerra Fría, entre la ahora desaparecida Unión Soviética (URSS) y los EEUU; ambos con sus respectivos aliados. Al término de esa guerra, la URSS fue disuelta en 1991, mientras que los EEUU clamó victoria.

Cuando Allende fue electo, Richard Nixon y Henry Kissinger mandaban en los EEUU. El gobierno planeó y apoyó la más brutal intervención en la historia política chilena, comenzando con el Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973, que instaló a Augusto Pinochet como el ejecutor principal de sucias políticas. Salvador Allende y miles de chilenos murieron en ese brutal proceso. Muchos miles más fueron exiliados. Esa situación duró más de 20 años.

Los derechistas chilenos se beneficiaron con las destructivas políticas públicas de Pinochet. La economía fue manipulada por ‘Los Chicago Boys’, un grupo de economistas chilenos y norteamericanos, seguidores de Milton Friedman (Premio Nobel de Economía, 1976), cuyas teorías promovían la implementación de una política de libre mercado, que buscaba la restricción (o eliminación) de la influencia gubernamental. Cuando Pinochet fue instalado como un barbárico líder, ayudó a dicho grupo a restringir la participación política y a, prácticamente, eliminar todas las organizaciones laborales de la clase trabajadora.

Se eliminaron todos los vestigios de beneficios sociales y Chile entró a un período de oscurantismo social y cultural sin precedentes. Poderosos capitalistas privados se adjudicaron la administración de la mayor parte de los negocios estatales, privatizando hasta la explotación del océano y la distribución de los recursos acuíferos. Las arcas fiscales fueron diezmadas.

El ‘experimento chileno’ sirvió de modelo a políticas neo-liberales, que luego fueron utilizadas en los EEUU, México y en otros países controlados por el capital. Esas políticas han causado desmanes en todo el mundo, por más de cuarenta años.

¿Acaso la elección de Boric pueda hoy provocar otro golpe de estado en Chile? Es poco probable: la situación, dentro y fuera de Chile, es muy distinta. Desde el espectacularmente atrevido, militante y popular Estallido Social ocurrido en 2019, la derecha chilena ha sido políticamente dañada, tal vez de una forma casi absoluta.

Ha surgido un nuevo y poderoso movimiento popular, progresista y joven. No hay dudas de que la popular revuelta de 2019, con una enorme y militante participación juvenil, es la razón principal detrás de la elección de este nuevo presidente.

Una clara aspiración de esa revuelta popular fue la creación de una nueva Constitución, que refleje el pensar de todos los chilenos y reemplace la constitución impuesta por Pinochet en 1989. Este proceso ya está en marcha y entra en su segundo semestre, discutida y creada por 155 miembros elegidos popularmente, formando lo que se llama Convención Constitucional.

Es muy interesante (e importante) que las mujeres formen la mayoría de esa organización, más aún, los primeros seis meses de deliberación fueron presididos por Elisa Loncon, una líder indígena Mapuche, un honor sin precedentes en la historia chilena. Esto es una buena señal, para así inaugurar una nueva era de respeto e importancia para los pueblos originarios de Chile.

Esta misma semana, después de que Loncon cumpliera seis meses de excelente servicio, la Convención Constitucional eligió una nueva presidenta. Ella es María Elisa Quinteros, odontóloga de 39 años y experta en salud pública, con un doctorado de la Universidad de Chile y estudios post doctorales en prestigiosas universidades extranjeras.

Nuevas políticas internacionales también parecieran estorbar la repetición de una intromisión norteamericana en la política chilena, o latinoamericana. Ojalá sea algo duradero. En todo el mundo, la correlación de fuerzas entre los poderes internacionales tradicionales ha cambiado.

China hoy juega un enorme papel, con un nivel de importancia nunca antes visto en su historia. Su enorme población y su asombrosa capacidad de desarrollo tienen a ese país en un proceso de continuo crecimiento. Chile provee a China de cobre, un metal considerado como el tesoro nacional. Así, ambos países son socios económicos, una relación que los EEUU debe respetar.

Por su parte, nacional e internacionalmente, los EEUU pasa por una crisis de legitimidad, causada por el comportamiento de la pasada administración de Trump. La débil presidencia de Joe Biden está forzada a establecer una difícil semblanza de unidad interna en el país, mientras Trump y sus aliados siguen alegando que la elección fue un fraude. El Congreso Nacional sigue fatalmente dividido.

Si se añade una débil economía y una mala administración de la COVID-19, entonces deducimos que los EEUU no está en condiciones de intervenir en Chile, como lo hiciera en 1973. Eso, por supuesto, es una buena noticia para toda Latinoamérica.

El Tío Sam está herido y necesita tiempo para lamer sus llagas y repensar estrategias.

Durante su campaña, Gabriel Boric anunció (¿o prometió?) lo siguiente: “Chile fue la cuna del neoliberalismo, ¡Ahora será su tumba!’

¡Veamos si esa frase se hace realidad!