El sol de la tarde se hundió en el cielo anaranjado y azul, y descendió hacia el horizonte rayado. Gruesos racimos de nubes rodaban rumbo al mar, más allá de las exuberantes cordilleras. Alba y Celestino estaban juntos, mirando las hileras de lonas de arpillera cubiertas con granos de maíz amarillo tierno que se dejaban secar. Todos y cada uno de los granos fueron esparcidos y alisados ​​contra la tela arrugada. Celestino se mantuvo erguido, su sombrero de cuero ceniciento inclinado hacia arriba y lejos de su rostro. Sus ojos se habían deteriorado hacía mucho tiempo en un estado de ceguera azul pálido y nublado que solo le otorgaba la visión de sombras de personas que se desvanecían, luz brillante y figuras en movimiento en el cielo. Se volvió hacia su cosecha y esperó a que el sol hablara y le dijera qué hacer a continuación. Lo había hecho tantas veces antes, guiándolo cuando se levantase y se pusiese, para que él pudiera hacer lo mismo.

—¿Celestino?

—¿Sí?

—You’ll remember me, ¿verdad?

—I haven’t forgotten you, Albita.

Lo que quedaba del calor persistente del sol rozó la punta de la nariz de Celestino y sus pómulos arrugados. Contuvo la respiración y miró a Alba. El sol se negó a hablar y en su lugar optó por encubrir su cabaña, su maíz y a Alba.

Alba puso su palma sobre la mano de Celestino y la llevó a su mejilla. Su rostro resplandecía contra la luz ámbar del sol, las yemas de sus dedos recorrieron cada pliegue, curva y caída de su belleza de memoria. Había hecho esto hace muchos años, tocar a su esposa así. Entonces eran más jóvenes, no les dolía el cuerpo al despertarse con el rocío de la mañana, y soñaban con alcanzar alturas más allá de las estrellas distantes sobre ellos.

—Celestino.

Exhaló y apuntó su barbilla hacia el cielo. Alba se acercó a su esposo, sus uñas quebradizas atravesaron su barba blanca y fibrosa. Celestino no había olvidado cómo navegar a través de las paredes de su cabaña de adobe, las longitudes que alcanzaba la verde llanura alta bajo sus pies y cómo encontrar la estrella polar que lo llevaría a casa con Alba. Él nunca podría.

La mano de Alba cayó sobre el pecho de Celestino, y él presionó su pulgar debajo de su oreja, al lado de su lunar manchado. Las nubes arriba cubrieron el cielo oscurecido, tapando la luz tibia del sol. Las escasas briznas de hierba que tenían a sus pies acumulaban débiles gotitas de rocío. El sol le habló a Celestino a través de los susurros apresurados del viento.

—Vaya, entra a casa.

—¿Y tú?

—I’m going to watch the rain, Albita.

Un fuerte resoplido escapó de sus pulmones, y Alba se quitó el chal de lana de su cuerpo, envolviendo alrededor de sus hombros antes de entrar. Observó a Celestino desde la ventana, su mano agarrando la tela de su vestido.

La lluvia caía en un diluvio silencioso. El cielo estaba gris y el aire a su alrededor estaba velado por una espesa niebla. Sus ojos nunca lo dejaron, y uno por uno, en medio de la lluvia, Celestino ató y recogió los costales de maíz en su cabaña. Acomodó los sacos contra la pared, atados bajo el techo bajo. Una piedra cubierta de musgo mantenía abierta la puerta de madera, invitando al aroma de tierra mojada a entrar en su casa.

Alba se dirigió a la cocina, encendió la estufa de leña y la luz del fuego inundó el interior, desde el rincón detrás de su cabeza, hasta su cama en la pared más lejana.

—Did you know it was going to rain?

—No. The sun…

—How long is it going to rain?

—As long as the sky wants to.

Alba empezó a poner la mesa y colocó un paño fino sobre la mesa de madera, sacando los cubiertos gastados y los platos de barro. Empujó su silla justo al lado de la de Celestino y se sentó, mirándolo. Se apoyó en el marco de la puerta con el sombrero sobre el corazón. Sus ojos blanqueados estaban apagados y silenciosos. Aún así, inclinó la cabeza y escuchó el sol.

Por un momento, las nubes se separaron unas de otras y en el medio, hubo un tenue brillo de la luna. El viento se levantó y las tejas del techo resonaron con sus palabras silenciosas. Celestino extendió su mano hacia Alba, y un fuerte estruendo que hizo temblar la tierra llenó sus oídos. Un brillante destello de luz bañó su vista. Trueno. El sol ya no necesitaba hablar. Estaban en casa.

Alba se levantó de su asiento, tomó la mano de Celestino y lo guió hasta la mesa. Ella sirvió la cena y se sentó, poniendo sus manos sobre las de él.

—Deja de esperar, mi vida. A comer. Te vas a enfermar así.

—We´ve had a good life, haven’t we Albita?

Había una cadencia suave y lenta en la voz de Celestino. Nunca se apresuró en sus palabras. Le gustaba creer que para un hombre de su edad estaba seguro de muchas cosas. Juntos llevaron una vida lenta, tuvieron hijos, se amaban unos a otros y a la tierra que los rodeaba. Fue suficiente.

—Sí. Sí, Celestino.

—One worth living. 

—Of course.

—¿Albita?

—¿Sí?

Celestino se giró hacia la luz del fuego, su calor rozando su piel y las arrugas de su rostro. Sus ojos brillaban, lágrimas saladas se juntaron como gotas de rocío en sus pestañas. Alba enganchó los dedos bajo las palmas de sus manos. Él sabía algo que ella no sabía, pero las palabras para preguntar se le atascaron en la garganta. Necesitaba respirar, pero el aire en sus pulmones era denso.

—You’ll remember me, as I’ve remembered you, ¿verdad…? You’ll remember me?

—You’re impossible to forget.

Las llamas bailaban frente a él, coloreando rayas de color naranja y azul en su horizonte, lo suficientemente cerca como para que él las tocara. Afuera, la lluvia paró. No había rastro de nubes ni siquiera de un centelleo residual de las estrellas. Su sol ardía.

Siluetas de árboles contra el cielo oscurecido del atardecer. Foto: Iris Flores-Iglesias

Iris Flores-Iglesias es una escritora, de ficción y cuentos. Ella llama a San Francisco California y a San Francisco Gotera su hogar. Iris tiene dos licenciaturas en escritura creativa y francés de la Universidad Estatal de San Francisco. Criada por padres salvadoreños, su ficción está influenciada por las historias de su familia, Morazán, y distancias fuera del alcance. Su cuento debut Findon’s Finest recibió el premio Leo Litwalk Fiction Award, y sus otros trabajos publicados se pueden encontrar en The Ana y Scran Press.