[su_label type=»info»]COLUMNA: EL ABOGADO DEL DIABLO[/su_label]

Día de Muertos en San Francisco, el 2 de noviembre de 2015. Foto: Manuel Orbegozo
Carlos Barón

El Día de los Muertos llegó y se fue. Nos ha dejado, espero, algunos bellos momentos. Los espíritus de los difuntos que vinieron a visitarnos, a compartir la comida que colocamos en los altares, junto a poemas y fotos, también se han retirado a sus lugares acostumbrados, en el patio trasero de nuestras mentes.

Los vivos volveremos a lidiar con nuestras luchas diarias. Algunos con éxito. Otros, apenas sobreviviendo. ¡No debimos haber llorado! Como bien debe saberse, al derramar lágrimas volvemos resbaloso el camino para las almas visitantes. ¿Qué tal si se resbalan y se rompen un hueso?

Escribo esto pocos días antes de que suceda esa gran procesión, que comienza en la esquina de las calles 22 y Bryant, para seguir por la calle 24. Ojalá que la Procesión del Día de Muertos y varias otras celebraciones relacionadas, hayan sido exitosas. En los años recientes, he sentido que la intención original de esta celebración se erosionaba, que se transformaba en una especie de ‘Noche de Brujas Light’ —mucha cerveza, poco significado cultural.

Quiero dejar en claro un hecho importante: la comunidad latina, a través de sus muchas manifestaciones artísticas, contribuye enormemente a la salud mental colectiva de la ciudad de San Francisco. Eso ocurre con las alegres celebraciones del Carnaval, con la infinidad de murales que cubren todo el barrio… y con el Día de los Muertos. Toda la ciudad se beneficia con estas espectaculares, generosas y saludables celebraciones culturales. Son creadas para todos, no solo para quienes viven en el Distrito de la Misión o en la delimitación específica del ‘Distrito Cultural Latino’.

El Día de los Muertos nos permite hacer una pausa para reflexionar, disfrutar de un recreo espiritual en medio de nuestro diario existir. El pintarnos de ‘calacas’, percibir la fragancia de la salvia y la de otros inciensos, las velas, el recordar a quién ya se ha ido, son importantes elementos en la mezcla. Después de participar en la celebración, nos sentimos mejor. Una y otra vez, esa frase icónica, “La cultura cura”, exhibe su absoluta verdad.

Sin embargo, el aburguesamiento (gentrificación) y el establecimiento de su acompañante, la codicia, han causado muchas fatalidades en estos últimos años. Este nuevo tipo maligno de ‘Fiebre del oro’, vestido de bonanza por los bienes raíces, causado por la vil entrega de la ciudad a la industria tecnológica y la consiguiente invasión de San Francisco por miles de nuevos jóvenes ‘techies’ muy bien pagados, pero indiferentes, ha provocado el alza en el precios del alquiler y en la compraventa inmobiliaria en toda la ciudad. Esta nueva realidad ha afectado negativamente a nuestras manifestaciones culturales. El barrio de la Misión ha sido especialmente golpeado. La ‘Antigua Misión’, pareciera estar muriendo. Los antiguos residentes, individuos y negocios, también están desapareciendo.

La semana pasada, asistí a una especie de servicio fúnebre para la venerada librería Modern Times. Con mas de 45 años de servicio en la ciudad, había llegado a vivir sus últimos meses (y a morir) en su último local, en la Calle 24. El alza en la renta de su local y la baja en el número de clientela, causó su triste fin.

Ese sábado en la librería, también fue una agridulce fiesta de jubilación para uno de sus miembros fundadores, la infatigable Ruth Mahaney. Se dijeron emotivos discursos, bellas memorias fueron compartidas, el color gris adornaba las cabezas de los antiguos guerreros y guerreras que ahí estaban, siempre en la lucha. ¿A dónde se han ido los lectores?

Sin embargo, en la noche del viernes de esa misma semana, muchos nos congregamos —felices— en el Centro Cultural de la Misión. Ahí, en lugar de un servicio fúnebre, la ocasión fue más bien un renacimiento, o mejor dicho, un ‘pasarse el bastón’, como alguien dijo. Se trataba del lanzamiento del primer disco compacto del joven grupo local Soltrón. Los miembros de la agrupación, casi todos ellos orgullosos de haber nacido y crecido en el barrio de la Misión, estaban acompañados por muchos aficionados regulares, amistades, amantes y esperanzados familiares.

Asistieron varios padres, madres y hermanos. Se vendió comida (que también habían preparado) y algunos actuaron como maestros de ceremonias. Se respiró una atmósfera de felicidad, tal vez por la palpable continuidad.

La música, parte esencial de nuestra cultura, está bien representada por Soltrón. Una mezcla de hip hop, salsa, cumbia, con letras de canciones que denotan que no estamos solos en esta lucha contra la gentrificación, que aquellos muchachos y muchachas están de verdad tomando parte esencial de la lucha de nuestra comunidad.

Vida y muerte en el Distrito de la Misión, ¡un eterno ciclo! El haber sido testigo de esos dos eventos, el cierre de la librería Modern Times y el lanzamiento del primer CD de Soltrón, da esperanzas a nuestra comunidad.

Como lo he aprendido y lo repito: “No debemos temer a la muerte. Debemos temer el no vivir”.

—Traducción Carlos Barón