Dólares por cable

Un jornalero migrante, de pie y a la espera de trabajo en la calle César Chávez, una vez me dijo que la migración era como un hilo: “un amigo o familiar te dice que hay trabajo aquí. Te jalan, y jalas al siguiente hombre, y el siguiente jala al siguiente. Es un hilo que se enrolla sobre sí mismo”.

Luis Demetrio Góngora Pat fue jalado a San Francisco por José, quien fue jalado por su hermano mayor Carlos; Carlos, a su vez, fue jalado por un amigo también llamado Luis de Oxcutzcab, y éste, fue jalado por otro maya de la misma ciudad. La leyenda dice que los mayas se han estado jalando los unos a los otros hacia San Francisco, desde que Tomás Bermejo de Oxcutzcab fundó Tommy’s Mexican Restaurant, sobre el Boulevard Geary en el Distrito Richmond, junto con su esposa Elmy, en 1965. Desde entonces, los mayas de la península mexicana de Yucatán han llegado al Área de la Bahía para trabajar en restaurantes como conserjes, lavaplatos, ayudantes de camarero, cocineros, chefs y gerentes.

Doña Carmen May Can (a la derecha) borda un hipil junto con su nuera Sandy (izquierda), y su hija Rossana y su nieto.

Según las estadísticas oficiales del gobierno mexicano, hay aproximadamente 180 mil mayas yucatecos trabajando en los EEUU, de los cuales 38 por ciento vive en el Área de la Bahía, trabajando principalmente en la industria restaurantera. Eso es alrededor de 68,400 mayas habitando en la bahía. De ellos, la mayoría (80 por ciento) son hombres y campesinos oriundos de los municipios de Mérida, Oxkutzcab, Cenotillo, Mama, Peto y Muna. Desde hace varias décadas, los mayas han abandonado su estilo de vida agrícola para perseguir dólares en el norte que luego envían de regreso a casa. Los mayas necesitan efectivo, si desean construir una casa y no solo una choza o por si desean enviar a sus hijos a la escuela en lugar del campo.

Subiendo y bajando por la calle Misión, están las tiendas de remesas abiertas —Mex Express, Ria Financial Services, Sigue Corporation, Order Express, Western Union, Fantastic International Services, Quick Check Cashing Store— y a la espera de que el jornalero migrante ingrese y pague para enviar a casa el dinero que a duras penas ha ganado. Impulsado por la amenaza de campaña de Trump de restringir las remesas para pagar El Muro, hubo una furia de envíos el año pasado de EEUU a México. En 2016, éstas alcanzaron un máximo histórico de $27 mil millones de dólares, equivalente a un cuarto del producto nacional bruto del país, mismas que llevaron más divisas a México que las exportaciones de petróleo o el turismo. Los yucatecos en los EEUU representaron el 0.5 por ciento de tales envíos que, en 2016, ascendieron a $142.8 millones.

Después de la elección del presidente Trump, los mayas comenzaron a abandonar el barco. Un maya que administra un restaurante, me dijo: “No puedo encontrar trabajadores. Todos se fueron. Nos faltan lavaplatos, cocineros, conserjes. El otro día tuvimos que pagar $40 por hora por un lavaplatos a través de una aplicación, porque no pudimos encontrar a nadie. El tipo se sienta a esperar la hora pico mirando su teléfono para ver quién le ofrecerá más y luego él elige. Digo, ¡el cocinero recibe $20!”

Atados juntos

José Góngora Pat, en el picnic realizado para conmemorar la vida de Luis, en el Parque Dolores, 7 de octubre de 2017.

Cuando nació José Manuel Góngora Pat, tuvo un gemelo que murió al año. Existe la creencia entre los mayas de que, dado que los gemelos comparten un útero y la mitad de la sangre de un niño normal, deben fortalecerse durante su primer año de vida. Por costumbre, los gemelos pueden deambular desde una edad temprana a los hogares de familiares para recibir regalos de comida y dinero. Después de la muerte de su gemelo, su hermano Luis, mayor por cuatro años, se hizo cargo de pasear a José por el pueblo, tan pronto como pudo caminar. Este fue el ingenio de un niño que quería los beneficios de gemelaridad, pero José y Luis realmente se convirtieron en gemelos, a pesar de sus diferentes personalidades. Luis era jovial y vivaz, y José relajado y simpático.

Cuando Luis tenía 22 años y José unos 18, su padre los llevó a un terrenito propiedad de la familia y les enseñó a preparar el campo para la agricultura. Los llevó una vez y luego una segunda vez. “Me sentí muy orgulloso de que nuestro padre confiara en nosotros”, dice José. “Él nos enseñó cómo hacer la ofrenda de pozole, una masa de maíz preparada especialmente, y pedirle a Dios permiso para limpiar el campo, para trabajar el campo, para quemar, para plantar, para esperar, para cuidar de los cultivos en crecimiento y para cosechar”. La mayoría de los mayas son católicos, pero costumbres originales como ésta todavía prevalecen. En el campo —la ‘milpa’, como decimos en México— se entiende que Dios está en un acuerdo de apoyo mutuo con el hombre, pero el hombre debe pagar por adelantado con una ofrenda de pozole. Durante 19 años, Luis y José trabajaron juntos la milpa de la familia.

Una oportunidad

Doña Fidelia del Carmen May Can, viuda de Luis Góngora Pat, con sus nietos en Teabo, Yucatán el 28 de abril de 2017.

Luis puso la mirada sobre Carmen May Can por primera vez en un baile del pueblo, ella tenía 14 años y él 15. “Él entraba al salón de baile cuando yo iba saliendo y me vio”. Luis pediría acompañar a Carmen por la calle. “Era muy terco”, se ríe. “Mi padre finalmente lo aceptó porque conocía a la familia Góngora”. Seis años después, Carmen y Luis se casaron. José se casó con Isabel Yeh Poot poco después.

Ambas parejas jóvenes comenzaron a tener hijos. Carmen recuerda: “A Luis le encantaba estar con sus hijos en las fiestas del pueblo. Yo cargaba a Luis chico y él llevaba a Ángel. ¡Caminó tanto a ese niño!” Rossana, la hija menor, llegó dos años después que Ángel. José e Isabel también tuvieron hijos: un hijo y dos hijas.

El estilo de vida maya daba para muchas cosas, pero no cultivaba efectivo. Las familias necesitaban dinero para comprar zapatos y otras necesidades una vez que los niños comenzaron la escuela. Luis empezó a ir a Cancún a trabajos de construcción mientras la cosecha estaba creciendo.

En 2002, José estaba haciendo un mandado en Oxcutzcab. Este poblado está justo al sur de Teabo, y mientras estuvo allí, José visitó la casa de su cuñada. Su hermano mayor, Carlos, llamó desde San Francisco. “Había una oportunidad de ir al norte, que sentí que no podía perder”, dijo José. Luis estaba en Cancún en ese momento. No había teléfonos celulares, ni siquiera teléfonos en Teabo. Sin una forma de comunicarle esta oportunidad a Luis, José se fue. Cuando Luis regresó, se le complicó mantener la milpa solo, y encontró una forma de salir hacia el norte detrás de José. El destino de un hermano estaba atado al otro.

Aflojando

Hilo de algodón teñido a mano para ‘Hilando la vida de un maya’, un altar-instalación por el Día de Muertos 2017 en SOMARTS por José Góngora Pat, Paz de la Calzada, Adriana Camarena y Luis Poot Pat. 26 de septiembre de 2017.

Doña Carmen explica cómo las cosas cambiaron cuando Luis y José partieron: “¡Ay!”, declara con exasperación, “Fue muy difícil. Tuvimos que comprar todo. Teníamos que comprar madera, teníamos que comprar maíz, no teníamos maíz nuevo, por lo que no había más atole. Necesitas maíz nuevo para hacer atole. Ya no hay. Ahora compramos Mixtamal [una marca de masa de maíz preparada] para hacer tortillas en lugar de hacer las nuestras”.

Antes de que los dos hijos Góngora menores migraran, la familia tenía un ciclo de vida de subsistencia agrícola. El día comenzaba al canto del gallo con José y Luis yendo a cuidar la milpa, cortar leña y cosechar maíz. Al mismo tiempo, las mujeres de la casa despertaban para alistar a los niños para la escuela. Pasaban el resto de la mañana barriendo, lavando platos, lavando, preparando la comida, atendiendo a los animales del patio y haciendo algún que otro encargo. Doña Estela, madre de Luis y José, molía el maíz con piedra caliza. Al mediodía estaba haciendo tortillas para la comida del mediodía. Don Demetrio, padre de Luis, era el comerciante y carnicero de la ciudad, lo que le permitía proporcionar carne para la familia. Cuando los niños regresaban de la escuela a las tres de la tarde, comían y se ponían a hacer su tarea. Mientras las mujeres esperaban a que los hombres regresaran, bordaban y reparaban ropa. Los hombres llegaban con sacos de maíz que necesitaban ser desgranados y lavados para prepararlos al día siguiente. Sus casas eran chozas hechas con madera y palmeras; sus cocinas eran fogatas; sus camas, hamacas que tejían ellos mismos. La familia apenas necesitaba efectivo.

Por las tardes, Luis ayudaba con los niños. “Especialmente Luis chico”, recuerda doña Carmen. “Él nunca aprendió a leer, pero le decía a Luis chico, ‘Di lo que te dice tu madre’”. Luis chico, motivado por las instrucciones de su padre, recitaba sus tablas aritméticas, que se sabe hasta el día de hoy. Cuando el padre de Luis chico decidió echar para el norte, doña Carmen trató de detenerlo, insistiendo, “Te vas a perder. Ni siquiera puedes leer los letreros”. Luis respondió con confianza, “miro las señales y las grabo. No me pierdo”. Luis logró llegar al norte donde trabajó como lavaplatos por diez años en el Mel’s Diner ubicado en las calles 4 y Misión.

Amor en la línea

Luís Góngora Pat, lavaplatos en el Mel’s Diner, de las calles Misión y 4, en San Francisco. Foto del álbum familiar. Circa 2006.

Doña Carmen presentía cuando Luis estaba a punto de llamar. “Solo tenía que pensar, ‘no ha llamado’, y el teléfono sonaría”. Durante los 14 años de su migración, cada tres días, Luis Góngora Pat llamaba a su esposa, a veces por la noche, a veces al amanecer, dependiendo de su turno. Como el teléfono estaba en la casa de José, su cuñada contestaría primero. “¿Quién llama?” preguntaría Isabel. “Un loco”, respondería juguetonamente.

Doña Carmen sería buscada. “Estaba pensando en ti. ¡Creo que te adiviné primero!” Preguntaba por sus hijos, sus primos y sus padres, y pedía hablar con ellos por turnos. Luis y Ángel, sus hijos, lo vieron por última vez cuando tenían nueve y ocho años. Rossana tenía solo seis años cuando se fue. Él llamaría y preguntaría específicamente por ella. “Él le daba todo lo que ella pedía”, dice doña Carmen.

Luis era generoso, incluso con sus vecinos, instruyendo a doña Carmen cuando enviaba dinero a casa “dale al viejo don Chilón $30 pesos para su cerveza”. Ella recuerda: “O durante la navidad, después de poner el altar al niño Jesús, es nuestra costumbre compartir fruta confitada con los vecinos. Tal vez incluso compartir tamales o tacos de pavo. Luis me decía que comprara carne de pavo incluso cuando era cara en navidad para que yo pudiera darla a los vecinos. Así era Luis, siempre compartiendo”.

Todos los años, para la fiesta del pueblo de la Santa Cruz de Mayo que comienza a fines de abril y termina el 3 de mayo, Luis le enviaba dinero a Carmen para comprar un costoso hipil, que es el vestido tradicional de la mujer maya mestiza. Doña Carmen lo usa todos los días, pero uno festivo, como el que Luis le regalaba, tendría gruesas bandas de exquisitos bordados alrededor del cuello y las caderas, con extremos rematados en encaje. Tal hipil puede tomar tres meses o más para ser bordado.

Deshilachado

José Góngora Pat, cerca del sitio donde fue asesinado su hermano, se apoya en una barricada policial utilizada para evitar que las personas sin hogar acampen en la acera.

Luis perdió su trabajo en Mel’s alrededor de 2013, cuando el gerente maya se fue y no había nadie allí para ayudarlo a entender las órdenes. En esos tiempos, su hermano José ayudaba a administrar una propiedad en Placerville. Cada dos semanas regresaba al apartamento que él y Luis compartían, en la esquina de las calles Valencia y Market. Un día, José regresó y encontró las cerraduras cambiadas y todo su conjunto de muebles y pertenencias en el basurero. Recogió un retrato de su familia y una imagen de la virgen de Guadalupe y esa noche, durmió en la calle.

“Durante tres meses, no tuvimos noticias de ellos. José llamó primero”, dijo doña Carmen. La familia en Teabo se enteró de que los hermanos estaban en la calle. Las remesas escasearon. José fue ayudado por su primo Luis Poot Pat, y planeaban cómo ahora ayudar a Luis; tal vez incluso recaudando fondos para enviarlo de vuelta a casa. Mientras tanto, José visitaba a menudo a Luis en su hogar dentro de un campamento en la calle Shotwell cerca de la 19, compartiendo desayuno y llamadas telefónicas a casa.

El padre de doña Carmen ofreció que Luis comenzara nuevamente a cultivar en un terrenito suyo. “Pero él quería tanto ayudar a mantener nuestra casa que sería la de Angel un día, ayudar a Luis chico a terminar de construir su casa y ayudar a Rossana con la suya también”, cuenta ella.

Doña Carmen no pensaba nada de los problemas de Luis. “Todavía llamaba y todavía enviaba dinero. Decía que estaba arreglándoselas con el reciclaje de latas”. Ella tomó algunos trabajos de limpieza doméstica en Mérida y bordaba para ganar un dinero extra. “Pero pensaba para mis adentros: ‘Ha trabajado muy duro toda su vida. Él puede tomar un descanso. Si no tiene trabajo ahora, encontrará trabajo más tarde”.

Teléfono descompuesto

Altar colocado en el lugar del homicidio de Luís Góngora Pat en la calles Shotwell y 19, al mes de su muerte por parte de oficiales de policía.

Una mujer joven en la tienda Foxy Lady en la calle Misión me dijo una vez que toda su vida, su padre fue solo una voz por teléfono. Ella vino a buscarlo a San Francisco, quería conocerlo, pero apenas había llegado cuando se desplegó como soldado en la primera Guerra del Golfo con la promesa de la ciudadanía. Él murió.

Le pregunté: “¿Cómo te sentiste cuando descubriste que tu padre había muerto?” “No lo sé”, dijo sinceramente. “Era una voz por teléfono”.

A principios de abril de 2016, sonó el teléfono. Era José quien le hablaba a su esposa, Isabel. Isabel colgó y cruzó el patio hacia la casa de Carmen. La encontró en la cocina y le dijo que Luis había muerto, asesinado violentamente por la policía.

Una semana antes de su asesinato, Luis había llamado, preguntando por Rossana, pero tanto madre como hija habían salido. Unas semanas antes, había hablado con su madre, doña Estela, y le había dicho que había encontrado un trabajo.

Sidewalk mural and altar at the site of the killing of Luis Gongora Pat, by Javier Dzul, a Mayan homeless man, who was his friend.

El idílico pueblo de Teabo se convirtió en un infierno para la familia. Las noticias explotaron y también los chismes: maya matado por la policía. Doña Carmen se enfermó, fue llevada al hospital. En su ausencia, los vecinos especulaban sobre todas las cosas, incluso que la familia había sido secuestrada. Un funcionario del gobierno aconsejó a doña Carmen que rechazara la repatriación del cuerpo para preservar la evidencia. Doña Carmen se esforzaba por comprender sus deberes frente a un asesinato que exigía justicia. El Consulado de México envió a un abogado para que firmara papeles. Cuando dudó en firmar la orden de repatriación del cuerpo, la familia extendida de Luis confundió sus esfuerzos para reclamar justicia como falta de amor. Estaba devastada y atrapada en un trauma múltiple y en escala.

El cuerpo del fallecido finalmente arribó al inicio de las festividades del pueblo para la Cruz de Mayo, el evento pueblerino favorito de Luis. Sus restos fueron llevados al templo entre el apretón de una multitud que había llegado para celebrar la fiesta del pueblo y en su lugar encontraron un funeral.

El 3 de noviembre de 2016, doña Carmen vistió el último hipil que Luis le compró tres años antes de su muerte, para asistir a una conferencia de prensa en Mérida, Yucatán. Sus partidarios en San Francisco, junto con Adante Pointer, su abogado afroamericano, habían organizado este evento. Desde el Área de la Bahía fuimos mi compañero, el historiador Chris Carlsson, la escritora y activista de la revista Poor Magazine Tiny Gray García, su aventurero hijo de 13 años, Tiburcio, y yo. Queríamos darles a la esposa e hijos de Luis la oportunidad de dejar las cosas claras ante los medios de comunicación mexicanos sobre su asesinato, basado en el testimonio de los testigos y de su autopsia.

Luis estaba solo y no causaba ningún daño. Le dispararon por la espalda con cinco grandes balas de goma dura, mientras estaba sentando. Al asustarse, se paró y fue derribado con siete balas de metal. Sin ninguna razón, su vida consciente fue tomada por un disparo de ejecución a la cabeza, siendo que yacía herido en el suelo. Todavía tardó horas en morir.

Según el informe del médico forense, Luis fue herido poco después de las 10 de la mañana. Murió en el Hospital General de San Francisco, tras procedimientos quirúrgicos, casi tres horas después a las 12:42 de la tarde.

Hanal Pixán, festín de las almas

‘Hilando la vida de un maya’, una instalación de Día de los Muertos 2017 en SOMARTS por José Góngora Pat, Paz de la Calzada, Adriana Camarena y Luis Poot Pat. 6 de octubre de 2017.

Dos días antes de la conferencia de prensa, habíamos visitado a doña Carmen en su casa. En el altar había un retrato enmarcado de Luis, cuando era joven, colocado entre un cristo y una virgen, descansando entre el resplandor de velas amarillas y rojas envainadas en vidrio. Una mujer dirigía el rosario, mientras que Isabel y yo respondíamos a su canto. Nos sentamos en sillas de madera y plástico rezando hacia el altar, recorriendo los nueve misterios, hasta la última oración del salve.

Cuentas de sudor corrían por mi espalda en el sofocar de la jungla yucateca. Nos levantamos para llamar a los otros que habían ido al patio trasero a ver el humilde rancho entre las chozas y las casas de la familia. Al ver el patio trasero, Tiny que había experimentado la falta de vivienda a lo largo de su vida, gritó “¡Hogar pleno!”, mientras mis compañeros partieron para conocer a los cerdos, gallos, gallinas y toros a la sombra de una variedad de árboles frutales.

Rossana Góngora May, hija de Luis Góngora Pat, con su esposo e hija, durante la fiesta de Cruz de Mayo en Teabo, Yucatán.

Era Hanal Pixán, el festín de las almas, el nombre que los mayas dan al banquete que acompaña los Días de los Muertos del 31 de octubre al 2 de noviembre. Después de que la rezadora se fue, doña Carmen compartió con nosotros la fruta confitada que había sido ofrecido durante la mañana al difunto: yuca, china mandarina, toronja y jícama. Al mediodía, se le había ofrecido un plato sabroso al difunto con otra oración. A Luis le sirvieron escabeche, un manjar local hecho con pavo de patio, pollo y cerdo molido, guisado en pimienta, naranja y tomate. Más tarde, para la cena, después de irnos, le servirían pan y chocolate, caliente y rezarían nuevamente.

Luis todavía no había muerto siete meses cuando visitamos Teabo. “Me enseñaron”, dice doña Carmen, “que durante el primer año de la muerte de una persona no se le debe hablar demasiado al difunto ni se les debe dar demasiada comida, de lo contrario no los dejarás ir. No hay que encender muchas velas o dirán, ‘Ustedes están quemando demasiado para él’”. Doña Carmen se refiere a la creencia de que cuando una vela arde alta y brillante, un espíritu está cerca. Su familia no dice su nombre en voz alta, refiriéndose a él en su lugar como “el difunto”.

“¿Dónde está el difunto ahora?”, le pregunté. “Él está en el cielo con Dios. Eso es lo que creo. Isabel, mi cuñada, le reza novenarios. Debido a su muerte violenta, ella le pide a Dios que lo mantenga cerca de él”.

Después de comulgar con el espíritu de Luis, visitamos su tumba en el cementerio. Fuimos alcanzados por un aguacero tropical en la entrada. Estábamos acurrucados bajo el techo del templo con la esposa, las hijas y las sobrinas de Luis, cuando el cuidador vino y nos contó casualmente historias de avistamientos de fantasmas.

Edredón de Solidaridad

Detalle del mantel para Hanal Pixan, bordado a mano por una prima de Luis Góngora Pat.

Durante ese viaje a Teabo para Días de Finados, llegamos con una colcha hecha a mano, hecha durante varios fines de semana anteriores en la Misión. Diversos miembros de la comunidad de San Francisco contribuyeron con cuadros dibujados o cosidos a mano, que luego se hilvanaron durante horas y horas de trabajo voluntario, principalmente de mujeres activistas, en el pequeño taller de costura de Praxis, ubicado en la calle 24 y la trastienda de la librería Alley Cat.

Habíamos hilado nuestros pensamientos en inglés y español en un formato estadounidense de acolchado, quilting, a manera de respuesta al arte del bordado por el que se conoce al pueblo y a las mujeres de Teabo. “Amor y justicia para Luis Góngora Pat”; “Honor para un maya”; “Sin justicia, no hay paz”; “Amor siempre”; “¡Tendremos justicia! ¡Te queremos!”; “El corazón no conoce fronteras”, decía la colcha, llena de corazones, soles, ranas y flores hechas a mano, y en el medio de la colcha, una virgen de Guadalupe gigante, en lentejuela brillante.

A fines de abril de 2017, regresé a Teabo para ver a la familia de Luis al año de su fallecimiento, y para conocer el famoso festival del pueblo por cuenta propia. Recibí un hipil como regalo de la familia del fallecido en Yucatán y San Francisco para lucir en la fiesta. El hipil está suntuosamente bordado con pájaros cardenales rojo brillante. Los cardenales no migran, como doña Carmen, que permanece en su ciudad natal de Teabo, Yucatán.

Con una frontera trazada entre ellos y una visa ‘green card’ en mi mano, soy un hilo conductor entre dos extremos rotos de una historia migratoria: José sostiene un extremo en San Francisco y Carmen sostiene el otro en Teabo. En el medio, una creciente cadena humana de acompañantes —Tiny, Pearl, Nancy, Flora, Laura, Sylvia, Adrienne, Mary, Bilal, Dayton, la extensa familia de Luis, yo misma y muchos más— estamos intentando reparar el daño desgarrador de la matanza, sin sentido, de un hombre maya a manos de la policía de San Francisco.

Altar hilado

Doña Estela Pat, madre de Luis Góngora Pat, en Teabo, Yucatán el 28 de abril de 2017. Doña Estela Pat, mother of Luis Gongora Pat, in Teabo, Yucatan, April 28, 2017.

Por naturaleza, el hilo se enreda. Este año para el Día de los Muertos en San Francisco, José y yo trabajamos junto a la artista Paz de la Calzada para hilar un altar en honor a Luis Demetrio Góngora Pat en el SOMArts. En mi casa teñimos un carrete gigante de hilo de algodón en varios colores. Una vez seco, José desenredó hábilmente el hilo, aplicando a la tarea sus habilidades para urdir hamacas, armando rollos con los que se para trabajaría más tarde.

Durante nuestra instalación, José nos pasaba hilo desenredado, y Paz y yo lo cosíamos suavemente al texto bordado sobre dos manteles para altar de Día de los Muertos. Ambos manteles fueron hechos a mano por Lulí, la prima de Luis, en la tradición mestiza maya, con iconografía religiosa y el nombre y las fechas de nacimiento y muerte del difunto bordados sobre los mismos. El texto en los manteles dice: “Honor y justicia para Luis Góngora Pat”. Una protesta quedó incrustada en su obra de arte. Enlazamos nuestros hilos desde el texto de protesta sobre los manteles al tejido bordado del hipil de cardenales, vinculando la protesta en palabra al trabajo manual de las mujeres mayas en Teabo. Suya es una historia de honor maya, una demanda de respeto de una humilde familia indígena obligada a sufrir la migración.

De vuelta en Teabo, doña Estela llora a su hijo Luis, asesinado; extraña y teme por José. “Mi madre siempre me dice que regrese”, dice José. Pero él sabe que lo que también extraña ella es la forma en que solían vivir, autosostenidos por la naturaleza, rodeados de una antigua cosmovisión maya de una buena vida. Él agrega, “Ella dice que solo le envío dinero ahora”.

[su_box title=»Inquietos»]Acompañe a la autora en una lectura especial por el Dia de los Muertos titulada “Tejiendo la vida de los mayas”, el 2 de noviembre a las 5 de la tarde en el altar dedicado a Luis de Góngora Pat, ubicado en la calle Shotwell, cerca de la calle 19 en San Francisco.

La siguiente entrega de ‘Incierto en la Misión’ será publicada en el número del 8 de febrero de El Tecolote.

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